PESOS Y MEDIDAS
Parte 3/6
El orco Ushur había nacido salvaje en las cordilleras que separan Ankaria de Celestia, cerca de las Tierras Nevadas. Allí la vida es dura para los aurgos, pues los cazadores de esclavos siempre andan a la búsqueda de género que vender a los gremios mineros. Se decía entre los soldados que el general siempre portaba bajo la camisa un collar confeccionado con los dientes de los mercaderes que lo vendieron años atrás.
El carácter indómito del orco había llamado la atención de Connor, que lo reclutó para la sagrada misión de unificar las tierras conocidas. Que alguien así, sin linaje, hubiese llegado al Consejo, decía mucho del valor que Connor concedía a la competencia y al mérito personal.
—Recuerdo que de joven trabajé en Ankaria. Habíamos muchos que hacíamos lo mismo: transportábamos dinero de aquí allá. Para que los negocios marchasen, las monedas tenían que ir y venir. Los maestros de los gremios bien lo sabían; y necesitaban mocetones como yo para mover los caudales. Un trabajo honrado en el que solo teníamos que abrir cabezas de cuando en cuando.
»Y digo yo, lo que el maestro Bremmer quiere es que cambiemos las monedas por otras que se ha inventado. Pero esas otras son más ligeras. A lo mejor los maestros comerciantes ya no necesitan más gañanes fuertes para transportar sus dineros puesto que ellos mismos pueden acarrearlos sin dificultad. ¿No hará eso que perdamos los trabajos? ¿De qué van a vivir los honrados orcos de las montañas?
«¡Joder con el orco!», pensé. Qué un tarugo como él pudiese plantearse que la reforma del sistema de pesos y medidas pudiese afectar a la economía del imperio ponía en peligro la obra por la que había estado trabajando tantos años. Debía encontrar un argumento que aplacase las dudas en el Consejo.
—Estimado General, miembros del Consejo. El argumento expuesto pudiera parecer razonable a primera vista. Sin embargo, debemos tener en cuenta algunos factores adicionales antes de adoptar cualquier decisión.
»Si bien es cierto que una libra ankaresa contiene más oro que un kilogramo de este material, esto no implica necesariamente que el escudo ankarés pese más que las nuevas monedas que propongo ya que el sistema es flexible. Además, pensad en la ventaja de disponer de monedas de un único metal: el oro. Ya es hora de que consideremos las monedas de plata y bronce como reliquias bárbaras, y adoptemos un sistema racional, moderno y fácil de utilizar.
»Pensadlo bien, es muy sencillo. Si tomamos como base el kilogramo de oro, o kíloro como lo llamaríamos, podemos crear una moneda que fuese la décima parte. Es decir, que de un kilogramo de oro obtendríamos diez monedas llamadas deci-kíloros. Esto permitiría solucionar el problema expuesto de forma tan brillante por nuestro noble general Ushur puesto que de cada kilo se obtendrían menos monedas, diez en lugar de doce, que es la equivalencia entre la libra y el escudo ankarés.
»Pero si en algún momento, el Tesoro se encontrase en necesidad, podría cambiarse la moneda oficial al centi-kíloro. La centésima parte de un kilo. De cada kilo de oro, podríamos obtener cien monedas. Consideradlo bien, señor Delmer, ¿cuántas tensiones en la tesorería del imperio podrían aliviarse de ese modo?
El aludido respondió de forma muy airada que eso crearía inflación al incrementar la base monetaria. Nadie entendió muy bien a qué se refería, sin embargo, parecía muy vehemente en la defensa de su argumento.
En un momento dado, Connor alzó la mano solicitando el silencio en la mesa. Un instante después, señaló en dirección a la Dama Alyah.
PESOS Y MEDIDAS
Parte 4/6
Cuando uno se imagina a una noble elfa, piensa en la elegancia de unos miembros estilizados, en una piel tersa como el cristal, en una voz melodiosa como el sonido del diapasón… Pero Alyah, conocida como la Potra de Nazadra, se encontraba en las antípodas de tal concepción.
Cierto era que había nacido en la región de Nazadra, en una familia de la nobleza rural dedicada a la cría de caballos. De pequeña andaba siempre correteando por el bosque y la campiña, de ahí que le pusieran el sobrenombre de Potrilla. Pero la vida da muchas vueltas.
Una partida de mercenarios de alguna de las ciudades fronterizas saqueó la región, incendiando la casa donde vivían con su familia dentro. Ella fue la única superviviente. Ya no hubo más danzas ni regocijo, tan solo la venganza llenaba su vida.
Con las cicatrices del fuego decorando su piel, reunió a otros desposeídos y se retiraron a lo más profundo de la espesura. Allí dedicaron su vida a matar mercenarios. Cuantos más, mejor.
Nada quedaba de la Potrilla adolescente de antaño. Sus piernas podían desplazarla sin hacer ruido, incluso por los lechos de hojarasca. Capaz era de situarse detrás de su presa e, inadvertida, estrangular desertores con sus brazos nervudos. Y de buena gana contaría cómo eran sus ojos, pero nunca tuve la presencia de ánimo suficiente como para aguantar la mirada de la Potra.
En aquella época, Connor y su ejército andaba por Nazadra. Trataba de pacificar la frontera con Herethrin. Prometía paz y seguridad, para lo que necesitaba acabar con las bandas de saqueadores que recorrían las aldeas. Sin embargo, un hidalgo cuyo nombre no recuerdo se había hecho fuerte en un reducto situado en la cima de una colina. Desde allí ofrecía refugio a ladrones y demás gente de mal vivir.
El hombre, testarudo, se negaba a aceptar la autoridad de Connor que, impotente, se veía incapaz de arrasar la fortificación debido a la ventaja del terreno elevado y a la escasez de sus tropas. Entonces apareció la Potra de Nazadra frente al campamento del futuro emperador. En mi opinión, la elfa acudió al encuentro de Connor atraída por el ideal de paz que éste simbolizaba. Algo del estilo: “una tierra, un rey”. Ya sabéis, esas cosas que se cantan en las leyendas antiguas.
El caso es que la Potra ofreció un trato al caudillo: “Mi rey, estáis aquí atascado; pero yo solventaré vuestro problema. Y solo una cosa os pediré a cambio. Deseo unirme a vuestra cruzada”. El monarca pensó que no perdía nada con el acuerdo. Si tenía éxito se libraba de un problema, y si fracasaba… Nadie echaría de menos a una elfa desfigurada recubierta de cicatrices.
Se cuenta entre los soldados que la mujer tan solo pidió una lanza con su asta serrada a la mitad y víveres para cuatro días. Después partió del campamento. Entretanto, Connor debía acercarse a la muralla todos los días al amanecer para gritar una consigna.
—Habéis mancillado las tierras de los elfos y ofendido a sus ancestros. Sois los servidores de los Mil Rostros, por lo que los Dioses Antiguos os maldicen. El Gran Roble beberá la sangre de vuestras entrañas, que manará hacia las raíces sagradas. Así lo decretan los Espíritus del Ánima.
Día tras día, el resultado era el mismo. El líder de los rebeldes se mofaba de Connor, que soportaba las chanzas proveniente de los parapetos con estoicismo mientras se preguntaba si había hecho bien en confiar en la extraña elfa.
Pero la Potra estaba muy curtida en estas lides. La muy zorra se conocía la región como si hubiera nacido allí… Bueno, de hecho esa era la realidad. El caso es que sabía de memoria el sistema de cuevas que discurría por el interior de la colina.
A decir de algunos testigos, cuevas era un término generoso en exceso. Más bien se trataba de unos angostos canales que se conectaban con las letrinas de la fortaleza, lo que les evitaba la construcción de una fosa séptica. Y allí, en la oscuridad, rodeada de los excrementos de los defensores que caían desde arriba, la Potra esperaba con paciencia.
Con el tiempo fue capaz de reconocer las voces de los soldados. Algunos se quejaban de las guardias y otros de los oficiales. Aunque la queja más común era la ausencia de mujeres. ¡Qué poco sospechaban que tenían una muy cerca! Aunque dudo que en su estado, recubierta de meados y heces maceradas durante un par de días, les resultase una visión demasiado atractiva.
Precisamente, de eso mismo se quejaba el líder de los bandidos cuando acudió a aliviar los intestinos sentándose en el retrete. El excusado no era más que una oquedad con un asiento hecho de madera situado sobre la vertical del conducto pestilente y que contaba con un agujero en el que se encajaban las posaderas del usuario. Relajado, el soldado se puso a cantar mientras hacía sus necesidades.
Los compadres del caudillo esperaban cerca mientras se reían de la letra impúdica que entonaba su camarada. Hasta que la tonadilla se interrumpió con un alarido. Cuando fueron a socorrerlo, solo alcanzaron a ver al militar con las calzas bajadas hasta los tobillos y las piernas recorridas por lenguas de sangre que surgían de su culo y manaban hacia los tobillos. Como si las raíces del Gran Roble reclamasen su tributo. Acto seguido, se derrumbó. El infeliz murió desangrado una hora después.
Connor acudió a su cita puntual el cuarto día. Los defensores rindieron la fortaleza suplicando el perdón del monarca, que de buen gusto se lo concedió. No ocurrió lo mismo con la Potra.
La elfa, envuelta en un halo pestífero, con las cicatrices que surcaban su cuerpo embadurnadas de excrementos y una mirada demoníaca, los degolló uno a uno. Insistía en que era la única manera de aplacar al Gran Roble. Nadie la contradijo.
Y ya conocéis el modo de actuar de nuestro emperador: respeto al talento por encima del linaje. En cumplimiento de la palabra dada, le ofreció un puesto en su ejército. En la campaña siguiente alcanzó el rango de capitana de rastreadores. Hoy en día, años después de estos hechos, es la responsable de entrenar y formar el cuerpo de exploradores del Imperio, lo que le garantiza una silla en el Consejo de Connor.
¿Pero por qué el Emperador concede la palabra a la elfa? ¿Apoyará mi sistema de pesos y medidas o se convertirá en adalid de los retrógrados que tanto abundan alrededor de Connor?
PESOS Y MEDIDAS
Parte 5/6
Connor había estado siguiendo nuestros debates con interés. El tema le interesaba de verdad, pues me había pedido que le adelantase por carta un resumen de mi intervención. Incluso nos intercambiamos algunas misivas para aclarar algún punto concreto. No alcanzaba a comprender por qué el emperador prestaba oídos a esta gente que se oponía al progreso. ¡Con lo bien explicado que estaba todo!
La voz rasposa de la Dama Alyah interrumpió el murmullo de la sala. De buena gana le hubiera recomendado unas gárgaras con limón, pero nadie estaba tan loco como para arriesgarse a la ira de la elfa.
—Emperador, Consejeros. Lo que el señor Bremmer nos está pidiendo es que cambiemos el sistema de pesos y medidas en nuestros territorios. Cada región deberá renunciar a su cultura ancestral. Y como bien dice el general Ushur, muchos habrán de renunciar a su modo de vida.
»Pero hay algo peor. Esta reforma altera la concepción del dinero. El dinero no tiene valor por su mero contenido en metal precioso sino porque es expresión de la deuda que tenemos con los dioses. Una deuda que es preciso satisfacer para mantener el universo en equilibrio.
»Suponed que adquirís un caballo al contado: intercambiáis el animal por monedas y así la armonía se mantiene. Pero, ¿qué ocurre si la operación se realiza a cuenta de unas ánforas de vino? ¿Qué ocurre si no se han cosechado las uvas ni madurado el mosto?
»En tiempos pasados, los comerciantes acudían a la arboleda sagrada donde realizaban los rituales de purificación. Allí, ante el Gran Roble, juraban por los Ancestros y los Dioses Antiguos que contraían una deuda. La ceremonia terminaba con el sacrificio de una res. Cuando la sangre de la ofrenda regaba las raíces del árbol sagrado, se constituía un vínculo que solo podía deshacerse cuando se entregaba el vino en la fecha pactada.
»Hoy en día, este proceso se realiza con menos florituras. En un principio, la res viva se cambió por una libra de buey. Con el tiempo se descubrió que el sistema tampoco no era operativo, por lo que en lugar de la carne se empleó un símbolo: el “as libral”.
»Este es, precisamente, el origen de la moneda de Nazadra. El as simboliza la libra de carne que se ofrenda a los dioses a cambio de sus bendiciones. De este modo, cuando se contrae una deuda, los sacerdotes calculan la equivalencia de las mercancías intercambiadas en ases. Sobre ese total, reclaman la décima parte como ofrenda al Gran Roble. Y, finalmente, la operación queda registrada en los códices de la arboleda sagrada para que los Espíritus del Ánima sean testigos de la transacción.
»Pues bien, si adoptamos las medidas propuestas por el consejero Bremmer, estaremos confundiendo a los propios dioses. En los códices están registrados los valores de las transacciones en unas medidas que representan algo real: una libra de carne de buey. Pero si cambiamos la unidad al kilo nosequé, ¿qué estaremos ofrendando a los Dioses Antiguos? ¿Un cuarto y mitad del sacrificio requerido? ¡Esto es un completo absurdo!
»Es mi opinión que ningún sacerdote aceptará jamás de buen grado la reforma propuesta.
Mi ánimo estaba flaqueando. La maldita elfa tenía una mentalidad más rígida que el cuero viejo, y parte del Consejo secundaba todo lo dicho. Para empeorar las cosas, vi de reojo a Marek haciendo gestos obscenos con la lengua. Ojalá realicen la próxima ofrenda al Gran Roble con sus posaderas.
PESOS Y MEDIDAS
Parte 6/6
El salón del Consejo se llenó de murmullos. Todos habíamos realizado nuestras disertaciones a favor o encontra del cambio del sistema de pesos y medidas que habría de regir la vida económica en los años venideros. ¿Se mantendría la tradición que lastraba el desarrollo del imperio? ¿O quizá se instauraría un nuevo esquema más racional y más adecuado para sostener el progreso? El resultado era incierto y todo dependía de la decisión del Connor.
El emperador alzó las manos para demandar silencio y se dispuso a hablar. Todos callamos ansiosos.
—Estimados consejeros, tras ponderar los argumentos vertidos, he tomado una decisión.
»La estandarización de los pesos y medidas es una necesidad cierta en nuestro imperio. Responde, además, a una demanda realizada por los gremios mineros de Ankaria y por los maestros comerciantes de Aldenheim. En resumen, se trata de una medida que fomentará las manufacturas y el comercio, lo que redundará en el crecimiento de la economía y de la prosperidad generalizada.
Mi espíritu volaba como un enjambre de mariposas mientras Marek parecía sumirse en un pozo de negrura. ¡Connor implantaría mi reforma!
—Sin embargo, debemos introducir algunas modificaciones al Decreto Imperial. De entrada, tal y como señaló el Consejero Marek, el nombre de la unidad monetaria es inadecuado. ¡Por los Dioses, señor Bremmer! ¿Qué demonios es un kíloro? ¿En qué estaba usted pensando cuando le puso el nombre? —El comentario de Connor aplastó las mariposas mientras Marek disfrutaba del momento.
»Por otra parte, la opinión Dama Alyah siempre debe escucharse cuando se trata de saldar deudas con los dioses. No podemos eliminar sin más las antiguas monedas de nuestros nuevos territorios. De algún modo, los leones de Lanssat deberán convivir con los escudos de Ankaria y los ases de Nazadra. En caso contrario estaríamos ofendiendo a los Espíritus del Ánima.
»También, los maestros comerciantes nos aconsejaron no depender de un solo metal, el oro. Debemos confiar también en la plata y el bronce para asegurar un adecuado suministro de monedas.
»En consecuencia, decreto un nuevo sistema monetario basado en las siguientes monedas: el as de bronce simbolizará las deudas contraídas con los Dioses Antiguos; el escudo de plata representará el progreso de la ciencia y la industria; finalmente, el león de oro encarnará el dominio de Lanssat sobre los territorios conquistados.
»El tipo de cambio entre ellos será: un león de oro por cada diez escudos de plata; y un escudo de plata por cada diez ases de bronce. Al final, estimado consejero Bremmer, estamos de acuerdo en que contar de diez en diez es más fácil que de doce en doce, como proponía el señor Marek.
Un chispa de esperanza prendió en mi interior al escuchar el elogio proveniente de Connor.
—En cuanto al resto de unidades propuestas por el consejero Bremmer, consideramos constituyen una excelente idea. El nuevo sistema de pesos y medidas contribuirá a la estandarización de las unidades de longitud, tiempo y peso en el imperio.
»No debemos, sin embargo, caer en la complacencia. La imposición del nuevo sistema no será fácil, puesto que deberá vencer la resistencia causada por la ignorancia y la tozudez de los pueblos más atrasados. Y para ello vamos a necesitar ayuda. He decidido la creación de un cuerpo de custodios de los pesos y medidas cuya labor será la vigilancia de que el sistema se cumple tanto en el mercado de Lanssat como en la más remota aldea de las Tierras Nevadas. Este nuevo organismo estará formado por, al menos, dos mil personas que obedecerán al Consejero del Saber.
¡Chúpate esa, enano del demonio! Miré en dirección al consejero Marek. El emperador me había dado el control de un número ingente de servidores. Mi mente estaba dando cabriolas, ya me veía organizando los seminarios en los que se entrenaría a tantas personas para el manejo del nuevo sistema métrico. Debían conocer los rudimentos del cálculo mental; memorizar unas tablas de equivalencias sencillas entre las unidades antiguas y las nuevas; qué sé yo… tenía por delante tantas cosas por hacer.
—Y del entrenamiento de los custodios se encargará el nuevo Consejero del Saber: el general Ushur.
¿Cómo? ¿Habré oído bien? ¿El general? Pero si es un zoquete. ¿Cómo piensa enseñar a multiplicar si apenas sabe leer?
—El señor Bremmer nos ha servido bien, pero creo que no posee las habilidades adecuadas para la tarea encomendada. Él es un teórico, un ratón de biblioteca por así decirlo. Lo destinaremos a la Universidad de Lanssat para que escriba ensayos sobre las bondades del sistema métrico decimal.
La revelación estalló por sorpresa. Rostros de asombro surgían en la mesa del Consejo. Ni siquiera Marek, se atrevía a pestañear por si acaso el emperador le había preparado algo a él. El general Ushur, sin embargo, no había cambiado de expresión.
—En efecto, queridos consejeros, entramos en una nueva época donde la razón deberá iluminar el camino de súbditos y ciudadanos, les guste o no. Nada impedirá la llegada del progreso. Y el factor que más impulso dará al sistema métrico decimal será un buen juego de pesos y medidas: pesos para colocar en los pies de los disidentes, y sogas de medida estándar para ahorcarlos.
»Consejero del Saber Ushur, ya tiene sus órdenes.
El orco se levantó de la mesa y abandonó el salón al tiempo que una sonrisa se esbozaba en sus labios.
FIN
Nota: En 1668 el filósofo inglés John Wilkins definió el metro como la longitud de un péndulo que tiene un semi-periodo de un segundo ( https://es.wikipedia.org/wiki/Metro). Sin embargo, en tiempos de Connor la ciencia no estaba tan desarrollada como para detenerse en la sutil diferencia entre el periodo y el semi-periodo de un péndulo.
Hace un año de nuestra llegada y toma del fortín de los hombres cabra. Ahora sé que se llama Tom- Balhord y su comandante en jefe, Pierrot, ha desaparecido para no dar señales de vida desde que le arrebatamos el gobierno del lugar.
También sabemos un quintal de cosas más que nos ayudarán a sobrevivir en Kadazra, de donde, dicho sea de paso, no podremos volver. Los anillos que usamos para viajar era una aleación limitada de dos tipos de ankhar, el mineral que, por lo que parece, se utiliza para casi todo. Al desaparecer los anillos que estaban en la colección de la vieja, desaparecen todas las opciones de viajar entre realidades.
Al menos mis hombres lo están pasando bastante bien. Han aprendido a usar las herramientas de esta cultura para fabricar armas de vapor, más silenciosas y precisas; También (no sé cómo), han aprendido a ver el lado atractivo de sus hembras, que se muestran abiertas a interactuar con los nuestros. A fin de cuentas, no les tratamos mal. Prometimos no matarles si colaboraban y ahora somos el emplazamiento más poderoso de toda la región.
Según parece, la falsa democracia que ofrece el gobierno de una panda de mafiosos, es mejor que la dictadura militar de un cobarde que huye sin volver a mirar atrás en un año entero. Ni siquiera nos ha hecho falta invadir otras zonas para expandir nuestro territorio. Con defendernos adecuadamente ha bastado para dar una muestra de nuestra capacidad de organización y, sobre todo, de nuestro sistema de espionaje y contrabando.
Cualquiera de los habitantes de Tom- Balhord es, hoy en día, cuatro veces más rico que cualquiera de sus vecinos, por ello no es de extrañar que hasta sus guerreros más bravos se abran a rendir sus cualidades a disposición del nuevo gobierno.
Sé que en privado hasta mis hombres me llaman El Cojo, pero en público a nadie le molestaría colgar mi foto en la pared de su salón. Esperan que la prosperidad que les hemos dado en tan solo un año de gobierno aumente exponencialmente, y por primera vez se sienten orgullosos de ser gente cabra.
Ahora quieren un imperio.
¿Qué si salgo ganando con el cambio? En el otro lado no era más que un cargo intermedio en un mundo gobernado por asesinos hambrientos de poder; aquí soy una especie de revolucionario salvador con casi todas las comodidades que quisiera desear… así es: casi todas. A mí no me parecen tan atractivas las cabras como a esta panda de irlandeses.
Las cosas están yendo bien sin esforzarnos más allá de la pura improvisación. Nos toca dar un golpe de efecto que nos permita quedarnos con el comercio de Ankhar de toda la comarca. A fin de cuentas, somos la puta mafia, baby.
Es lo primero que percibí al llegar: aquel que controla el ankhar, controlará Kadazra.
Ahora necesitamos un puerto seguro. Una isla cerca de la costa que haga las veces de punto de anclaje geoestratégico para transportar mercancía y armamento y su nombre es : Elhigoland
Berta acudió a la cita ataviada con su túnica negra, con la capucha bien calada. El tejido estaba entrelazado con hilo de ankhar, lo que producia una distorsión que convertía su cara en un pozo de oscuridad.
Como decía el libro de estilo del buen asesino de la hermandad de los cuchillos largos:
"En servicio, siempre se debe llevar puesta la capucha, ya que proporciona al agente un aspecto despiadado e implacable, además, da un miedo que te cagas".
Se encontraba en un lujoso salón de la sede de la Compañía de las Islas Orientales, sentada a la mesa, sobre un montón de cojines, sus piernas colgaban, y como siempre que te cuelgan las piernas, no podía evitar balancearlas, ante ella se encontraban todo tipo de viandas caras y exóticas, pero eso no era lo que le interesaba.
El humano que la contacto en la taberna de la Babosa Mofeta, solo era un intermediario, era aquí y ahora donde se le informaria de los auténticos objetivos y parámetros del encargo.
Frente a ella se hallaba el humano más pomposo que hubiera visto nunca, picaba de los platos con remilgo, pinchando pequeñas porciones en un tenedor de oro antes de llevarlas a la boca, ver comer a un humano eran repugnante, aun así se obligó a fijarse en los detalles, el bigote que se unía a las patillas, la calva incipiente, el sello de plata que llevaba en uno de sus dedos y que tenía grabado un símbolo que a Berta le resultaba familiar pero que no llegaba a recordar por qué.
El humano, tomó una servilleta de algún tejido caro y se limpió los morros con delicadeza, ¡pero qué asco daba!
-Es una pena que no desee acompañarme, señorita Bartra, mi chef es un auténtico maestro de los fogones- dijo el humano con voz afectada, a Berta le chirriaron los dientes -Pero supongo que para alguien de su condición, el tiempo es oro, así que pasaré directamente a darle sus instrucciones-.
El humano hizo un movimiento lánguido con una de sus manos, al momento, un sirviente vestido de librea le entregó unas hojas de pergamino a Berta, la goblin miro con interés los dibujos que contenían, cualquier cosa con tal de distraerse del repugnante espectáculo de ver comer al humano.
El primer pergamino, mostraba el retrato de un humano anciano, junto a una descripción física, el segundo pergamino, mostraba el dibujo de un anillo de diseño intrincado, en el centro se destacaba el escudo de una casa noble.
-El hombre del dibujo, es el conde Lucano Bejarano de la Casa Averill, Gobernador de Elhigo-Lann, o más bien ex gobernador, en los últimos días, a delegando el cargo en su hija, ese nombramiento, es meramente nominal, ya que no se a realizado formalmente, aqui es donde entra el anillo que puede ver en el segundo pergamino. Se trata del sello de la Casa Averill, quien porte ese anillo, legalmente es considerado señor de Averill y de todos los títulos y privilegios que lo acompañan, incluido el cargo de gobernador de Elhigo-Lann.... ¡Quiero ese anillo!- el tono duro de este último deseo, dejaba bien a las claras la ambición de este humano, puede que a lo mejor no fuera un alfeñique después de todo.
-Deduzco, que además del anillo lo quieres muerto- dijo Berta con tono profesional, antes de doblar los pergaminos y guardarselos en uno de los muchos bolsillos de su túnica -donde puedo encontrarlo-
-El conde, está obsesionado con la búsqueda de las 7 coronas de Elhigo-Lann, hace una semana salió en su búsqueda, nadie sabe donde se encuentra, aun que, sin duda se encuentra en algún lugar de la isla, señorita, si es usted la mitad de buena de lo que me han dicho, no tendrá dificultades en dar con él- el humano, gesticuló para que le rellenaran la copa de vino.
-Eso me lleva a una pequeña duda que tengo, como supisteis de mi- Berta se había estado devanando los sesos haciendo una lista de quien podría ser el chivato.
-Tiene gracia que lo pregunte, hace más o menos un mes, a altas horas de la madrugada, escuchamos un estruendo en la bodega, los sirviente fueron a comprobar que pasaba, encontraron a un goblin ahogándose en un tonel de vino, cuando lo sacaron, parecía una rata mojada y estaba totalmente ebrio, le pedimos, amablemente, que nos dijera quién era y que queríamos saberlo todo, de inmediato empezó a hablarnos de su infancia, de lo gamberro que era.... estuvo horas hablando sin parar, no dijo nada interesante hasta que nos hablo de la hermandad de los cuchillos largos y de usted, precisamente tenemos una grabación en la que la describe- el humano, hizo un gesto con la mano, uno de sus sirvientes salio del salon, volviendo poco después con un pequeño artefacto que depositó en la mesa, tras trastear un poco con el aparato, la chillona y pastosa voz de un goblin borracho llenó la estancia.
"Es una asesina de la hermandad, es verde, bajita, está siempre por la taberna de la Babosa Mofeta, ella dice que es porque le gusta estar de tranquis, pero en realidad es porque es una aburrida, y es es es pelirroja, además es tuerta, es maaas guapa, la voy a pedir de salir, pero tiene muy mala leche, mu mala, pero no le digáis que os lo he dicho yo, además tiene un culito que....."
El humano paro la grabación en este punto -mejor lo dejamos aquí, lo que sigue, sonrojaria a una meretriz Nurashita, lo curioso, es que a pesar de su locuacidad, este goblin no dijo en ningún momento quién era, cosa que en realidad, era lo unico que queriamos saber, al dia siguiente, se había esfumado de la mazmorra donde le dejamos durmiendo la mona, todo habría quedado aquí pero la repentina renuncia de nuestro amado gobernador, nos hizo ver la necesidad de los servicios de un profesional sin relación con ninguna de las partes implicadas, por cierto ¿no sabrá quién es este misterioso goblin?-
-No me suena de nada- mintio Berta, pues claro que sabia quien era, no era otro que ese puto bocazas de Irhös, ya tenia otra razon para matar a palos a ese palurdo, menos mal que al menos no cometio el error de echarle un polvo.
Tras esto, y acordar cuál sería el pago, Berta salto de su montaña de cojines, el humano a su vez, se levantó y le estrechó la mano para cerrar el acuerdo, permitiendola ver más de cerca el sello que llevaba en el dedo, ahora sabía exactamente quien la contrataba.
El acuerdo que acababa de cerrar, no era nada raro para los agentes de la hermandad de los cuchillos largos, aunque quien contrataba sus servicios, por lo general no tenía noticia de esta organización.
Los agentes necesitaban una tapadera y una forma de ganarse la vida, hasta que les llegara su sueldo junto con sus nuevas órdenes, lo que podía llevar meses o años, de esta forma solían unirse a cofradías de ladrones o establecerse como asesinos a sueldo, gracias a esto, si eliminaban un objetivo, normalmente, a nadie le extrañaba y raras veces se relacionaba con la política de Goblinburgo.
En este caso, la única diferencia, era que , el contratante sabía de la existencia de la hermandad, poniendo en peligro siglos de cuidadoso secreto, tendría que eliminar a un montón de humanos una vez hubiera terminado y cobrado el contrato (Berta podía matarlos y quedarse el dinero, pero era una profesional) y teniendo en cuenta que ahora sabía que pertenecían a la secta del culo del leviathan, perdón, culto, también le estaría haciendo un favor a todo el continente.
Capítulo 15 de las aventuras de Kalÿatar y de uno de Bilbao (que reside en Murcia) que pasaba por allí.
Resumen de lo que sucedido:
Siguiendo con las aventuras de Kalÿatar, el que suscribe, se queda dormido frente al ordenador despertando en el bosque de Nazadra, nuestros héroes, aparte de fliparlo un poco bastante, quedan asombrados con lo que les cuento del mundo real, después de varios días, llegamos al Vado de la Zarza, un lugar secreto que pocos conocen, donde Kalÿatar tiene pensado pasar una temporada.
Al llegar a la parte de arriba, no todo son abrazos, en cuanto ven mi ropa, no dudan en rodearme de espadas, y un chaval de no más de 16 años apunta una “Siete Muelles” a mi pescuezo, casi más grande que el que la empuña.
— ¿Qué estáis haciendo trayendo a un seguidor de “La Sierpe” hasta aquí?— Grita uno de los guardias señalando el logo de la camiseta.
— Yo respondo por él —dice Kalÿatar desenvainando la espada.
—¿Deberíamos creerte porque seas amigo de Talum?, eres buena persona, pero no nos la vamos a jugar —replica alguien.
Se hace un terrible silencio interrumpido por los leves crujidos de las armaduras de cuero. Segundos después, que se me hacen eternos, aparece un hombre gigantesco, que por la descripción que dio Javi Gil, debe ser el jefe del vado, le sigue un anciano que podría ser partido en dos por un viento que soplara con un poco de fuerza. El anciano, mira fijamente mi camiseta de Noviembre Nocturno con cara de asombro y mira con más asombro aún a Thaugen, el cual dando un paso al frente, y clavando su martillo al suelo, dice:
— Yo, Thaugen Rompetruenos hijo de Thardan Rompetruenos, del Clan de los Enanos de Valaria, hermanados por la grandeza de Connor con los Druidas del Tel-Qessar juro por mi honor y por mi vida que este muchacho llamado Omar de Murcia, no pertenece a “La Sierpe” maldito sea su nombre.
— Y yo, Velkan, líder del Vado de la Zarza, juro por la tumba de mi amada esposa que no deberéis temer daño alguno de mi o de mis hombres.
Miro a Thaugen con los huevos de corbata pensando en que esto es un guion de una mala película.
Aprovechando que la multitud se empieza a disolver, y que Kalÿatar se pone a departir con Velkan, aprovecho para hablar con Thaugen.
— Thaugen—le susurro— ¿Qué coño has hecho?
— No lo sé, de repente, al ver al anciano que acompaña a Velkan, recordé todo eso de golpe, como una oleada, pensé que habías sido tú con tus artes.
— Ni de coña, yo sólo tenía pensado hasta la llegada al vado, a partir de ahí, le puedes echar la culpa a otro.
Caminamos los cuatro por las pasarelas del Vado de la Zarza hasta una cabaña que nos han asignado, allí según Kalÿatar, hay algo de ropa de muda. Entramos en la pequeña chabola y casi me da un chungo, ¡camas!, son putas camas con mantas y todo.
— ¿Qué te pasa? Parece que has visto un espíritu.
— Kalÿatar, llevo semana y pico durmiendo al raso, no existe bicho en este universo que no me haya picado y esta noche le voy a dar una paliza a esa cama, que va a llorar cuatro días.
Ambos me miran y empiezan a reír ante la ocurrencia.
Efectivamente, hay una muda para los tres, así que por lo menos podré vestir con algo mejor que con lo que llevo puesto, salimos de la choza con intención de cenar algo y reunirnos en los aposentos de Velkan. Nada más salir, una guapa mujer de unos 50 y pocos años, acompañada por otra más joven, se encara con Kalÿatar y le suelta una hostia que sólo acierto a decir “Adiós empastes”, las dos mujeres y Thaugen, se me quedan mirando, y Lince mira a Kalÿatar que está inconsciente en el suelo.
— Encantada, soy Kala, y esta es mi hija Aimil.
— Soy Omar, este es Thaugen, ahí está Lince y veo que a Kalÿatar ya le conoces, por cierto, el brazo te está echando humo.
De la hostia que le ha dado, ha reventado algo del brazo protésico que lleva, puesto que gotea un líquido oscuro y hay un par de tornillos en el suelo.
— Mierda, —masculla entre dientes— Aimil, ayudales a llevar a Kalÿatar a casa.
Entre los tres, cargamos a Kalÿatar y entramos en la casa de Kala, que por suerte, está al lado de la nuestra.
Capítulo 16 de las aventuras de Kalÿatar y de uno de Bilbao (que reside en Murcia) que pasaba por allí.
Acostamos a Kalÿatar en un camastro de la pequeña pero acogedora cabaña, lo que todos llamaríamos “un piso coqueto”, tiene lo justo para Kala y su hija, una cocina, 3 habitaciones, y en medio una sala de estar que lo comunica todo.
De repente, caigo en la cuenta que después de la cena teníamos que vernos con Velkan, y Kalÿatar, está un poco grogui.
— Thaugen, creo que sería correcto que te presentaras ante Velkan, y le hicieses saber que lo de reunirnos, mejor para mañana.
— ¿Y que le puedo decir? No creo que vea con buenos ojos que uno de los habitantes del vado ha noqueado a un invitado — protesta el enano.
— Joder, yo qué sé dile que tengo cagalera o algo, vete con Aimil como testigo de que estoy enfermo, así dará un poco más de veracidad.
Nos quedamos solos Kala y yo con el “bello durmiente”, que sigue KO, ella rebusca unos cajones mientras yo, le echo un vistazo a Kalÿatar.
— Kala, perdona si me meto donde no me llaman, pero Aimil es hija de Kalÿatar, ¿No?
Se pone blanca como la cera y sólo acierta a decir:
— ¿Cómo lo has sabido?
— Básicamente aunque la forma de la nariz es la tuya, los demás rasgos faciales son definitivamente de él, eso, es lo que me dio una pista, pero lo definitivo ha sido la forma de las orejas de tu hija, a no ser que el padre Aimil también descienda de elfos.
Un chispazo del brazo mecánico de Kala y otro chorretazo del fluido al suelo, interrumpe la conversación.
— Creo que deberías de mirarte eso —comento preocupado.
— Una vez al mes viene un enano a reparar las prótesis del vado, mientras tanto, las pequeñas reparaciones las hacemos como podemos.
— Te puedo echar una mano, no soy Mac Gyver, pero si se ha seguido cierta lógica en la construcción de ese brazo, mis pequeños conocimientos de hidráulica pueden ayudar.
Me acerco a ver qué puedo hacer, y definitivamente, todo lo escrito en todos los libros sobre la destreza de los enanos se queda muy corto, solo acierto a diferenciar unos pequeños depósitos de acero por los que se ha fugado un poco de un oscuro aceite y unos latiguillos que parecen estar bien, pero lo que me deja con el culo torcido, es que toda la circuitería conduce a dos gemas del tamaño de una almendra de un color rojo intenso que sólo pueden ser dos piedras de Ankar.
— Si con estas dos piedras una mujer menuda como tu ha tumbado a un tío como el —digo señalando a Kalÿatar— miedo me da lo que la sierpe podría conseguir de una mina.
—¿Te han dicho que hablas muy raro?
— Si, unas cuantas veces desde que llegué aquí, es una historia muy larga, cuando lleguen Thaugen y tu hija, la contaré si queréis, pero ya te advierto que es un poco increíble, casi no me la creo ni yo.
Charlamos de tonterías varias, aparte de prometerle que no contaría nada a Kalÿatar, mientras intento con no demasiado éxito que el brazo de Kala funcione normalmente, reparando una pequeña fuga de aceite con cera de abeja y los dos tornillos que saltaron de su muñeca puestos en su sitio.
— Bueno, no es el mejor de los arreglos pero menos da una piedra.
Justo en ese momento, llegan Thaugen y Aimil con cara de alivio.
— Muchacho, parece que los hados están de nuestro lado, Velkan ha aceptado reunirse con nosotros a la hora del almuerzo. —Menciona Thaugen nada más abrir la puerta.
— De puta madre, pero ¿Qué tal si apañamos algo para cenar?, me muero de hambre.
Despartamos a Kalÿatar, y durante la cena, le cuento a Aimil y a Kala mi historia las cuales escuchan con suma atención.
— Entonces, ¿Eres un tejedor? —menciona Kala.
— Mi mujer si , yo de costura, como mucho un dobladillo. —contesto sorprendido por lo raro de la pregunta.
Kala y Aimil, empiezan a reír a carcajadas y yo me quedo con cara de idiota sopando pan en la salsa.
— No, no, no nos referimos a eso, no referimos a un tejedor de destinos.
— ¿Cómo las Moiras? , no sé si aquí hay de eso, pero en mi mundo, habían 3 diosas que controlan el destino de los hombres, una representaba el origen del hilo de la vida, otra incorporaba las vivencias, y la última, era la encargada de cortar el hilo finalizando la vida los mortales.
— Algo así, aquí los tejedores, son espíritus que vienen al mundo material para supervisar lo que hacemos, y ayudar cuando es necesario —responde Kalÿatar.— La verdad es que en estas semanas no había caído en ello, ¿No serás un tejedor sin saberlo?
— Ni idea, yo sólo sé que desde luego, ni soy un dios ni un espíritu, solo soy un cuarentón que ocasionalmente escribe historias más o menos decentes.
La charla, más o menos se encamina a cosas un poco más triviales, puesto que el cansancio ha hecho mella en el puñetero bosque, una vez en nuestra cabaña, casi lloro al poder dormir en una cama tapado con una manta, mañana, veremos que nos dice Velkan.
Elhigo-Lann Parte 2
Los últimos rayos del día se marchitan bajo el mar
tiñendo el horizonte de un rojo resplandor .
Las olas avanzan con su creciente estampido, extendiendo su sonido a la tierra derredor.
El grupo de jinetes avanzaban al paso llevados por sus caballos sin ganas de correr. Tras toda una jornada de galope incesante, el cuerpo de los soldados solo quería descansar. Y sus mentes fantasean con sus alcobas, mullidas y acogedoras, y con todas las doncellas que les van a acompañar. Pero un sentimiento les turba la conciencia. Y de entre todos ellos, el más afligido era el capitán Isidro. Sentía como propio el fracaso de la misión. Una herida para su orgullo afligido, de la que se repondrá pronto en cuanto charle con su mujer. Miraba al frente inmerso en sus pensamientos, cuando un movimiento lejano atrajo su atención. Alzó su catalejo y observó una mancha trepar por la montaña. Afinó el aparato, y vio a un anciano con un largo camisón, una gruesa bata roja y un sombrero de fumar; el cual, subía como podía una empinada escalera. Agarrando el sombrero ascendía la pendiente, mientras su ropa se ondeaba furiosa contra el viento.
Isidro sonrió satisfecho ante tal espectáculo y sin bajar el catalejo susurró para sí: «Por fin te pillo, Viejo amigo».
Al día siguiente, con el sol en lo alto, Lucrecia y Alano se pusieron en marcha. Quedaron en los archivos, dispuestos a buscar cualquier pista que el conde hubiera dejado. Hasta que de pronto, Isidro irrumpió en la sala, seguido por su escolta.
— ¡Que significa esto! —gritó Alano enojado.
Isidro le dio la espalda y le dijo a Lucrecia:
— Mi dama, hemos localizado a su padre en un peñasco cerca del valle. Os ruego que me acompañéis porque temo por su cordura. Trataba de subir la montaña vestido con bata y pantuflas.
Lucrecia se frotó la cara con disgusto.
—Vamos, no perdamos tiempo. Llamad a Sivos para que nos acompañe.
Isidro condujo la partida hasta la montaña, donde ascendían unas escaleras talladas en la roca.
Subieron con cuidado las filas de escalones, que ascendían paralelos hasta una pequeña plaza.
Encontraron en la plaza a un hombre tumbado, vaciando en su boca el contenido de una calabaza. El rubor de sus mejillas denotaban su borrachera.
Cuando vacío la calabaza, se incorporó de un salto, saludando a sus invitados con una cálida sonrisa.
— Ciudadano, ¿no habrá visto usted a un hombre con bata y pantuflas? —preguntó Lucrecia, impaciente por su respuesta.
—¿Quien quiere saberlo?— repuso el anciano.
—La dama Lucrecia Lucarana de la Casa Averill, Condesa en funciones y
El anciano, sin soltar la calabaza, hizo una torpe genuflexión a modo de reverencia.
—A sus pies, excelencia— dijo alzando la calabaza vacía—. guía y luz de mi existencia. Soy Venancio, Maestro alquimista especialista en butrones. Maestro butronero para los amigos.
Lucrecia no disimuló su enfado. Se ahorró todo comentario, pero su mirada asesina cayó sobre el borracho. Este solo sonrió y les hizo un gesto para que le siguieran .
El grupo ascendió junto al borracho, soportando su pesada charla sobre los barrenos ankarinos. Lucrecia estuvo a punto de mandar que lo atizaran , si no hubieran llegado a una enorme plaza.
Una sucesión de torres y contrafuertes, se extendían en un llano, sujetando grandes bloques de piedra dispuestos en forma de arco. Al fondo de la estructura había una puerta circular empotraba en la pared de roca. Y delante de esta, un anciano vestido en camisón que corría hacia ellos con los brazos extendidos; entonando el grito de: «¡Lucrecia, adorada hija, a mis pechos!» «Isidro viejo amigo. ¡ A mis pechos!» «Sivos, querido sobrino. ¡A mis pechos!»