Berta estaba de vuelta en Mangaluz, o Puerto Cervecero como lo llamaban los humanos.
Tras varias horas de espera en la puerta de la tumba, Berta decidió que lo más probable era que los humanos repipis hubieran muerto.
En ese momento, no le apetecía nada volver a enfrentarse a otra cosa muerta, lo que si le apetecía era ponerse fina de cerveza, grog goblin marca la isla del mono, o cualquier otro aguarrás que pusieran en la Babosa Mofeta.
Así que se volvió a Puerto Cervecero, total, tenía tiempo, los muertos no se iban a ir a ningún lado y con un poco de suerte las cosas muertas si que lo harían.
Decidió pasarse por su habitación en el hostal de Florinda Piñitospodridos, quería recoger algo de dinero y luego correr a su taberna preferida.
Ya en la esquina del hostal, escucho un estrépito de cristales rotos.
En la entrada de un callejón, pudo ver unas palas apoyadas contra la pared, parecía que unos enterradores estaban arrebuscando en la basura de otro.
A eso se dedicaban los enterradores cuando no estaban enterrando o desenterrando lo que fuera.
Entrecerró los ojos desconfiada, generalmente, los enterradores no mordisqueaban los desechos de los demás en zonas tan céntricas, pero estaba en Puerto Cervecero y Berta no sabía si aquí era lo normal.
Lo cierto era, que ver a esos tipejos pasándoselo en grande con tan poco le hizo pensar.
¿Qué habría sido de ella si no hubiera superado la prueba de la barra? ¿Habría podido llevar una vida sencilla cavando fosas, enterrando lo que tocara y dándole una paliza con la pala a cualquiera que la mirara mal o bien, además de criar a una piara de hijos?.
-¡No!- Berta meneo la cabeza, se habría terminado amargando, lo cual era mucho decir, ya que la mayoría de los goblins ya la consideraban una amargada de por sí.
Entró en el hostal, Florinda, la vieja casera, estaba roncando. Como siempre.
Berta prefería no despertarla, corrió escaleras arriba, tenía tanta prisa por llegar, que no se fijó en que la puerta de su cuarto estaba entre abierta.
Cuando entro, ya era demasiado tarde, un par de fornidos goblins le saltaron encima, derribandola y sentándose encima de ella para inmovilizarla.
Un viejo goblin se puso a cuatro patas frente a ella, acercó su curtida cara a la de Berta, el aliento le olía a ajo que tiraba de espaldas.
-¿Berta Panduro? Venimos de parte del virrey, estas cortésmente invitada a hacerle una visita- la punta de la nariz del viejo goblin rozó la de Berta. Esta se preguntó si con ese aliento no la estaría dejando rubia, le gustaba el color rojo natural de su pelo.
-Pero, a ver tolay ¿no me podías decir eso sin mas y ahorrarte este circo?- Berta estaba apunto de tirar de daga.
-¿A quién llamas tolay? ¡Tolay! El virrey puede aceptar una negativa, el gremio de enterraores ¡No!, ale chavalotes, envolverla pa regalo que nos alavamos-
Los goblins que estaban sentados sobre ella, procedieron a atarle las muñecas a los tobillos, acto seguido, uno de ellos se la cargo al hombro, como un saco de patatas y corrieron escaleras abajo.
Al llegar a recepción, Florinda estaba despierta.
-¡Berta, ya está bien! dos semanas sin verte el pelo y cuando por fin apareces, ni saludas, te vuelves a ir a montarte una orgía con unos chulazos. No paras, como te lo montas, mona ¡anda que invitas!- La casera estaba a lo suyo, como siempre.
-¡Pero oiga, señora!- soltó Berta indignada, mientras rebotaba en el hombro de su captor.
-Pasatelo bien, y a ver si esta vez, por fin vuelves con un bebe- después de esto, Florinda se puso a ver pasión de goblins en su vieja bola de cristal.
Los enterradores salieron a las abarrotadas calles de Puerto Cervecero, con Berta en volandas, trotando en dirección al palacio del virrey.
El Higo-Lann 5
Tras derrotar a dos de las momias el grupo de académicos y el viejo en bata acorralaron a las momias contra la pared. Estas viéndose rodeadas soltaron un alarido gutural y una pared trasera se derrumbó mostrando un largo pasillo negro del que salieron muchas mas momias.
El grupo contempló sus posibilidades y emprendieron la retirada al exterior. Al llegar a la puerta redonda, Markez invocó un muro de fuego para ganar tiempo, pero varias momias les alcanzaron antes de completar el muro.
Una de ellas agarró el pie del borracho, que dormía plácidamente. Este empezó a desperezarse al sentir un zarandeo sobre su su tobillo, y al girarse para ver lo que era, soltó un grito de espanto. Seguida de un frenesí de torpes patadas que no hicieron más que cabrear a la momia. Esta sacó un puñal de su cinto. Pero el borrajo fue más rápido y le estalló una botella en la mano soltando el agarre de la momia. Lo cual aprovechó para incorporar de un salto y pisar con furia el cráneo de la momia, hasta destrozarlo en mil pedazos.
Tras derrotar a las intrusas, el grupo observa con horror como un sin fin de momias se abalanzan contra la barrera. Markez y sus alumnos corren hacia ella para intentar mantenerla activa. Mientras Lucano se dirige a la salida tras el grito de:
Aguantad,traeré refuerzos.
Al mismo tiempo, en la parte baja de la montaña, los soldados habían levantado un pequeño campamento. Mientras ellos asaban un conejo, Lucrecia, Sivos y Sidro descansaban bajo una tienda.
En un extremo Lucrecia miraba ensimismada la pared de tela roja tras ella Sivos y Sidro charlaban alegremente degustando una jarra de vino:
— Capitan Sidro…- Exclamó Sivos un poco intranquilo-. No cree que la Dama Lucrecia esté teniendo un comportamiento anomal.
— Por favor, maestro Orzon, llameme Paco. Y descuide, la dama Lucrecia se encuentra perfectamente. -Repuso pegando otro sorbo a su copa-
— Gracias… Paco. Pero no cree que el hecho de que esté susurrando a la pared sea algo …
— Preocupaciones vanas maestro, es todo muy natural. La familia Averil siempre ha tenido un comportamiento un tanto peculiar.-
—Jajajajaja, sobre todo su Tío, un hombre de grandes amores y grandes odios-
Esta respuesta sobresaltó a Sivos,
— Sí a la vista queda, de que parece un hombre un tanto excéntrico-
— Jajaja,- interrumpió Sidro con una risotada, mientras sacaba su pipa- Lleva poco tiempo aquí maestro sivos y no habéis tenido oportunidad de contemplar el carácter explosivo de Lucano.- Hizo una pausa para llenar su pipa y encender su pipa- Os contaré una historia:
Fue hace 17 años. En aquellos tiempos ElHigo-Lann, no era un territorio independiente como lo es hoy. Sino que estaba bajo la tutela del Antiguo Reino de Celestia. Y por tanto sujeto a su jurisdicción.
En la práctica, Lucano administraba la isla como le venía en gana. Pero dos veces al año debía viajar a Celestia para entregar los tributos, rendir cuentas y presentar su informe.
Pero esta vez viajamos al continente como invitados al séptimo quinto cumpleaños del Rey Einar. Para no desaprovechar el viaje , Lucano pensaba entregar el informe y las balanzas.
Yo le acompañaba en calidad de Capitán General de la Isla y como ayudante fiscal.
Antes de seguir, ha de saber maestro Sivos, que su tío siempre gustó mucho de la vida militar. Si bien es cierto que participó en algunas batallas, su condición civil le impedía asumir muchos riesgos.
Es por ello, que siempre se ha sentido muy orgulloso de su ascenso por méritos de guerra renegando de los grados honoríficos.
Esto hizo que acudiera a la fiesta sin cumplir la gala de la corte.
Vestía, un casaca de color azul con bordados dorados en las mangas, bolsillos y cierres. Era un uniforme más funcional, más cómodo y más corto. Con el frente abotonado hasta la cintura y solo faldones traseros. Además lucía en la solapa la de la Real Orden de San Judas junto con dos cruces al mérito naval. Además de la faja de oficial general atada al cinto.
—Para que aprecie el contraste.
Yo vestía de acuerdo al protocolo, con: Casaca de seda azul con amplios faldones hasta la rodilla, sobrecargada de adornos dorados que recorren las solapas, las vueltas de las mangas. Bajo la casaca, portaba el chaleco rojo con más adornos dorados donde pendían mis condecoraciones y la faja de oficial general.
Sin olvidar la peluca blanca y el bicornio.
Esto no hubiera sido problema en cualquier otra corte, pero Celestia se enorgullece por ser la ciudad más elegante de todo el continente. La moda era la norma y el protocolo la ley.
Lucano, tomaba esta actitud desafiante para para fastidiar a la reina consorte, Katrina Trapote. Segunda esposa del rey Einar. 20 años más joven. Quien había plagado la corte de sus estirados y coquetos familiares.
Ya os podréis imaginar nuestra entrada en la sala de baile. Un tumulto de personas ataviadas con pelucas cada cual más ostentosa y casacas de un sin fin de patrones y colores. Todos ellos danzaban delicadamente al son de una orquesta vestida de igual manera.
Lucano, alzó la vista para localizar a su amigo. Pero como solo veía pelucas, avanzó entre los asistentes, ignorando sus saludos y sus burlas.
Yo iba detrás, tratando de seguir su ritmo, hasta que se perdió en un bosque de casacas. Apreté El Paso hasta dar con su silueta. Estaba quieto, mirando hacia arriba con los puños apretados. Que estaba observando, me pregunté. Tras apartar a dos engalanados, pude verlo al igual que el.
La reina Trapote, estaba encima de Sir Grigori Supov, valido del rey y amante de la reina.
No pude evitar una mueca de disgusto.
Y cuando los amantes repararon en nuestra presencia. La reina, salió de los brazos de su amante, y se acercó a nosotros con una sonrisa maliciosa:
—Lucano querrrrrido, bienvenido. No te había rrrerreconocido con esas galas de pobrrrre.
—¿Dónde está el Rey, Katrina?
Preguntó Lucano, con el mayor asco que su cara podía expresar.
— En su alcoba, descansando. Ha sufrido una indigestión con el desayuno.
Respondió Sir Grigori, en un tono chulesco.
— No te he preguntado, Chaval.
Repuso Lucano, emprendiendo El Paso hasta la puerta.
El joven galán, de ojos claros, y cuerpo cincelado, le detuvo El Paso apoyando su mano en el pecho. Lucano lo miró desafiante.
—No admite visitas.
Dijo el Joven de forma chulesca.
Lucano apretó los dientes y me lanzó una mirada iracunda. Esa mirada que muestra la chispa que desatará una inminente Ira Santa.
— ¿ A qué os referís con Irá Santa? Preguntó Sivos, cortando la historia.
— Jajajajaja ahora lo veréis.
Al instante, agarré la empuñadura de mi ropera, y di un rápido vistazo para localizar las salidas.
Tras eso, le hice un gesto y volvió la mirada a la cara del muchacho.
— Mira soplapollas, como me vuelvas a poner un dedo encima te voy a dar con la mano abierta.
En un alarde de superioridad, el joven se rió de su amenaza y con una cara de idiota, flexionando su brazo músculoso alzó su dedo índice para tocar el pecho de Lucano.
— Mira como te toc..
No tuvo tiempo de acabar, pues Lucano alzó su mano y arrojó una bofetada con tanta fuerza que dio la vuelta a la cara del joven.
La hostia resonó por todo el salón, acallando a la orquesta y atrayendo la mirada de los invitados.
Durante un instante el tiempo se detuvo. Sir Grigori permanecía en shock con el cuerpo inclinado y la Reina tenía los ojos como platos fijos en Lucano y con la boca desencajada por la sorpresa.
Y con la mano en la empuñadura y con la mirada fija en la mole rubia de 1,90 de alto. Estaba preparado para sacar mi espada y defender a mi señor.
Entonces todo volvió a su ritmo. La Reina estalló en ira, llamando colérica a la guardia. Los invitados se pusieron a gritar y a reír en un frenesí digno de cualquier pelea de bar. Sir Grigori se abalanzó contra Lucano
dispuesto a descargar toda su ira sobre su el. Pero el roce de mi acero sobre su cuello desvió su atención. Lo cual aprovechó Lucano descargando una patada en su entrepierna. Es pobre guaperas, se hizo un ovillo retorciéndose de dolor. Lucano se levantó de un salto observó como un regimiento de alabarderos avanzaba entre los invitados en dirección hacia ellos. Entonces una voz grave y severa nos llamó desde el trono.
El Duque Euprepio Ericsen, primer ministro del rey, entró llamando nuestra atención e ignorando los gritos de la reina.
Nos hizo un gesto para que lo siguiéramos, pero antes de meterse en las estancias privadas le dedicó una mirada con su único ojo a la histérica Reina.
— Espero por su bien, majestad que arregle esta algarabía antes de que el rey baje a arreglarlo.
Justo en ese instante las telas de la tienda se abrieron y entró el que llamaba sin esperar a ser invitado.
Era Lucano en bata, con el pelo revuelto y mirada furibunda.
— ¡Subid aprisa! ¡Estamos bajo ataque!
Tras desatarla, empujaron a Berta dentro del despacho y cerraron la puerta de golpe.
-Cuando me mandaron aquí, todo esto era campo, en cualquier momento, podría volver a serlo- dijo como toda presentación Juan Luis Dedosmorcilleros, virrey de puerto cervecero, dándole la espalda mientras miraba por el balcón.
Era un goblin rechoncho, con unas orejas particularmente grandes y peludas, sin duda se trataba de un Umpalumpa.
Goblinburgo se fundó cuando Romualdo y Ramon unificaron a las tres grandes tribus goblin originales, dícese de: Los Gamusinos, los Cenutrios y los Umpalumpas.
Juan Luis Dedosmorcilleros era Umpalumpa hasta la médula y como dice el viejo refrán goblin: Nunca permitas que un Umpalumpa manipule alimentos.
-Berta Panduro, te dábamos por muerta en la purga de Castelnuovo- dijo Juan Luis aun sin volverse.
-La gente exagera mucho- Berta parecía calmada, pero buscaba, con su único ojo, algo que pudiera utilizar como arma en ese despacho.
Juan Luis se volvió y golpeó la mesa, tirando por todas partes lo que tenía amontonado sobre ella -¿Me tomas por gilipollas?
¿Creías que podías pasearte por mi colonia sin que me enterara?.
-Bueno, pues hasta ahora...- soltó Berta con chulería.
-Cierra la puta boca, se quien eres- en este punto Juan Luis adoptó un tono más conciliador- Eres Berta Panduro, alias Berta la ladrona felona, alias Comadreja roja, Alias Culebras Friskis. Eres la niña prodigio, la mejor agente que a tenido la hermandad en los últimos cien años, apuntas alto, quieres ser ministra, no te conformas con un humilde virreinato-.
Berta se burlaba de Juan Luis imitando su parloteo, cuando el virrey la miró, dejó de hacerlo y puso cara de buena.
A Juan Luis no se la colo.
-¿Me tomas por imbécil? la única razón por la que estamos teniendo esta conversación, es porque todos los que ocupamos un puesto de importancia, hemos pertenecido a la hermandad y desertado en uno u otro momento para asesinar a un mandamás y arreglarnos la vida, la diferencia es, que tu te crees especial-.
Juan luis, saco una caja de puros y tomó uno, le ofreció a Berta, que cogió un puñado que se guardó en algún bolsillo, conservo uno que el virrey le encendió.
-Vamos a hacer un trato, no solo no te voy a denunciar por deserción, también te daré un pasaje a Goblinburgo, o a donde te salga del coño, siempre y cuando sea lejos de mi dominio, pero vas a tener que hacerme un favorcito....-.
Dos días después, Berta se bajó de un coche de garrapatos. Estaba vestida al estilo de las damas goblinburguesas.
Con doble polisón, muchos lazos de colores estridentes y un corsé que la ahogaba, todo rematado con una peluca rosa de medio metro de alto que le quedaba grande y le caía sobre los ojos.
También estaba maquillada al estilo goblin, vamos, que iba pintada como una puerta, con la cara embadurnada de blanco y los labios pintados de color rojo putón, que era justamente como Berta se sentía en ese momento.
Había sido ascendida, sin quererlo, al prestigioso puesto de plenipotenciaria del virrey de puerto cervecero , lo que significaba que tendría que representarlo en el baile en honor al gremio de armadores enanos que ofrecía un tal Sity, el humano mas rico de la isla, y al cual asistiría la flor y nata de Elhigo-Lann.
En los últimos meses, los astilleros enanos y goblins, se habían embarcado en una competición muy poco deportiva para conseguir el monopolio de contratación con la naviera de Sity.
Esa noche, los enanos entregarían a Sity su oferta, la misión de Berta era sencilla. Encontrar esos documentos, memorizar las especificaciones técnicas de los barcos que ofrecían, estimaciones de tiempos de entrega y por supuesto, los precios, a fin de que los astilleros goblins pudieran mejorar la oferta.
Era pan comido, una misión de espionaje industrial de manual. Berta empezaba a pensar que, en realidad, lo que quería Juan Luis, era librarse de ir a ese coñazo de fiesta.
No le podía culpar, por eso, cuando fuera ministra, se aseguraría de que ese Umpalumpa tolai, asistiera a todos los bailes de etiqueta que se celebraran en el continente.
De norte a sur.
De por vida.
Berta repasó mentalmente su plan (sí, tenía un plan, ¿qué pasa? ¡era una profesional!).
Primer paso: Infiltrarse.
Llegó a la entrada del salón de baile, un ujier elfo con cara de estar oliendo mierda la miro de arriba a abajo. Cosa que no era difícil, Berta ya de por sí era baja para ser una goblin.
Se vio obligada a decirle a ese bicho repugnante quien era, como si hubiera muchas goblins invitadas a esa fiesta.
El elfo reviso la lista de invitados, puso aun mas cara de asco y declamo con voz tonante:
-Baronesa Bartola Eusevia Robustiana Von Buenculon, Chuchi para las amiguis, plenipotenciaria del Virrey de Puerto Cervecero-.
Berta entró en el salón de baile, como si fuera la dueña de la casa, sonriéndose porque había conseguido que ese elfo estirado dijera culo.
Lograda la infiltración, podía ir a por el segundo paso del plan.
Segundo paso: patada, patada, corre, corre, y tal vez morder a alguien.
Noto que le temblaban las manos, de pronto cayó en la cuenta de que hacía días que no probaba el alcohol.
Decidió que no pasaría nada si se tomaba una copita para quitarse las manías, al fin y al cabo, uno va a una fiesta para divertirse, ya tendría tiempo de buscar su objetivo.
Entre los numerosos invitados, no le costó dar con un camarero, este portaba una bandeja llena de elegantes y alargadas copas de cristal.
Berta le tiró de los pantalones para atraer su atención.
-Tu, gañan periférico Humano, deseo una copa de grog goblin- Berta estaba metida en su papel.
-¿Marca la isla del mono?- respondió el camarero con cortesía.
-¿Existe otra marca? Trae esa copa de inmediato... y también la botella.
Desde luego si algo se podía decir a favor del propietario de la casa, era que tenía buen ojo a la hora de contratar a su personal.
Berta no tardó mucho en tener su copa de grog goblin, además de la botella.
Estaba dandole el primer sorbo, cuando sintió una sombra a su espalda, se dio la vuelta para descubrir a un humano, obeso, con un bigote de estilo manillar.
En opinión de Berta, a la que todos los humanos le parecían iguales, la ropa de ese hombre, aún más vistosa y cara que la de los demás invitados, decía a gritos que debía de ser el bufón del lugar.
-Permítame que me presente. Soy Sity, el anfitrión de esta humilde reunión- dijo el Humano haciendo una elegante reverencia, a pesar de su sobrepeso -Es un placer conocerla al fin, baronesa, fue toda una sorpresa ver que en la confirmación de asistencia teníamos un nombre nuevo, ahora entiendo porque Juan Luis la tenía tan escondida, sin duda es la goblin más bella que haya conocido.-
"Definitivamente, era el bufón del lugar" pensó Berta "¿a cuantas goblins había conocido el humano matao este? si estaba tirándola los tejos, lo llevaba muy claro" sin embargo contestó con cortesía.
-Estoy aquí como favor personal para Juan Luis. Llegue hace unos días de Goblinburgo, con intención de tomarme unas vacaciones de los asuntos de la corte, es taaaan agotador coronar a una media de tres reyes Al día....-
-Sin duda, debe ser agotador, y dígame ¿esta disfrutado de la fiesta la señora?- pregunto Sity con auténtico interés.
-Señorita- contestó Berta -Y por decirlo de alguna forma, en Goblimburgo, hasta que no muere algo o alguien no lo consideramos una fiesta-.
-Si lo desea, podríamos charlar en algún lugar más tranquilo, probablemente podamos practicar alguna actividad mucho más de su gusto- todo indicaba que Sity efectivamente le estaba tirando los tejos a Berta ¿era algún tipo de pervertido sexual humano?.
La promiscuidad goblin, era legendaria entre otras razas, aun así, a las agentes de la hermandad de los cuchillos largos, no se les enseñaba a usar sus "armas de mujer" ya que con los miembros de otras razas no solía funcionar, y con los goblins bastaba con poner el culo en pompa. Así que esta situación pillaba a Berta a contra pie.
La goblin, estaba apunto de responder cuando....
-¡No pierda el tiempo con esa alimaña, señor Sity! Tenemos que hablar de negocios- Trono el vozarrón de un enano.
Era un espécimen de su raza realmente típico, bajo, macizo, como esculpido de un solo bloque de piedra, su larga barba trenzada y bien cepillada metida entre la chaqueta de brocado y el ancho cinturón de pesada hebilla de oro, seguro que se trataba de el representante del gremio de armadores enanos.
- Ya decía yo que olía a cerveza rancia y sudor aún más rancio, parece que el señor Sity tiene muy poco criterio a la hora de hacer amistades- respondió Berta con acritud.
-Vamos por favor, estamos en una fiesta, entre amigos, creo que...- Sity intentó poner paz.
-Los de tu especie, estáis tan ocupados robando todo lo que brilla y follandoos todo lo que se menea, que jamás habéis aprendido a cómo comportaros con vuestros superiores- el enano ignoro por completo a Sity.
Estaba claro que era el enano más enano de la enaicidad, pensó Berta.
-Me resulta muy insultante, que se acuse a mi gente de entregarse a todo tipo de aberraciones sexuales. Porque, sin ir más lejos, los enanos se follan a las enanas constantemente y nadie les llama pervertidos- respondió Berta con petulancia.
-¡Te mato, canija degenerada!- el enano se lanzó contra Berta.
-¿Tú a mi, enano parguelas? ¡me voy a hacer unas bragas con tu barba!- Berta también se lanzo contra el enano, sacudiendo los brazos por delante de ella.
Sity, demostrando una gran agilidad para su peso, agarro al enano impidiendo que pudiera chocar contra Berta, hizo un gesto con la cabeza y un criado agarró a la goblin por la parte de atrás del vestido, dejándola agitando los brazos como un molinillo a pocos centímetros de la nariz del enano.
-Calma, por favor, esto es una fiesta, tengamos la en paz- dijo Sity, Berta, no escucho el resto del discurso, se zafó con facilidad del agarre del criado y salió corriendo.
Se alejó a toda prisa, mientras con una mano se levantaba las faldas para no tropezar, y con la otra, sujetaba la botella de grog de la que iba bebiendo a morro.
Conociendo a los enanos, el representante, se pasaría el resto de la noche maldiciendo y mascullando, lo que seguro que acortaría mucho la reunión para entregar la documentación que Berta quería ver.
Sin buscarlo, tenía parte del trabajo terminado, sus objetivos habían ido a ella sólitos.
Ahora podia centrarse en la tercera parte del plan:
Tercer paso: ganancias.
El Higolan 6
Isidro salió de la tienda y empuñando el sable dirigió un grito a la guardia, quienes desenfundaron sus armas y corrieron escaleras arriba.
A pocos escalones de la cima, una fuerte explosion detuvo el avance solo para ver como una nube de momias se abalanzaba sobre ellos. Los sables bailaron en el aire rebanando los cuerpos resecos de las momias; las cuales se aferraban a los soldados clavando sus dagas en un feroz y último ataque. Las que aún se mantenían en pie, trataban de derribar a los soldados para que los muñones que se arrastraban por el suelo descuartizaran la carne del desgraciado.
Isidro derribó a varias extremidades con un solo golpe de espada; pero al girarse no pudo evitar que una momia femenina le derribara en el suelo. Sosteniendo el puñal de la momia sobre su pecho , se metió la mano en la casaca y una bola de fuego atravesó la tela lanzando a la muerta por los aires. Entonces se incorporó de un salto para sacar por el agujero humeante, una pistola de dos cañones. Tras apagar las brasas de su chaqueta, con un grito furioso, ensartó a varías momias que trataban de alcanzarle Animando a sus soldados a rematar los restos que aún quedaban.
En las faldas de la montaña, Lucano después de acicalarse el pelo, se reunió con su hija que charlaba con su sobrino (Sivos).
— Lucrecia Cariño, te agradezco mucho la visita, pero creo que deberías marcharte ya. Esto se está poniendo un poco feo y no me gustaría que te pasara nada.
Además, ya tienes lo que viniste a buscar. — Dijo señalando el anillo.
— Sí padre, he de marcharme ya o Alano hará un desastre en mi ausencia.
Lucrecia se puso de pie y le dio un cálido abrazo a su padre.
Lucano la acompañó hasta el caballo, miestras de fondo se oían los gritos de los soldados agonizantes. Conteniendo las lágrimas padre e Hija se dieron un último abrazo, mientras un olor a carne quemada descendía desde arriba.
Así Lucrecia, partió a la capital sin saber si volvería a ver a su padre pero sabiendo que en su locura y extravagancia siempre encontraría amor.
Los últimos rayos de sol iluminaron la llegada de Lucrecia que fue recibida por su fiel Alano.
Con la luna en lo alto, las calles de Roca del Higo gozan de un intenso silencio. La cual solo se rompe por las risas, cantos y bailes de los marineros en el puerto; y por las tres figura negras se adentran en el palacio. Apartando a todo el que se opone las tres figuras atraviesan a paso ligero los pasillos en dirección a una puerta iluminada. Alano y Lucrecia se encuentran reunidos, cuando una de estas figuras irrumpe en sus dependencias, dejando la puerta abierta a la oscuridad del pasillo.
— Quien osa irrumpir de esta forma en los aposentos de la Condesa— .Grita Alano con furia.
— Condesa en funciones— Aclara una voz imperativa.
— Igben…— Susurra Lucrecia entre dientes.
Del alféizar, aparece una figura alta, vestida de forma severa: Casaca negra, pañuelo gris y un peinado con dos rulos sobre la oreja. Se trata del inclemente Baron Igben, dueño y señor del Puerto Igben y antiguo Corregidor imperial de la isla. Además de un auténtico, engreído, racista y meapilas en opinión del conde.
— Esto ya ha ido demasiado lejos. Esas alimañas que tu padre trajo a mi casa no solo han perturbado la paz y la moral de mi gente, sino que ahora osan corromper también a la de Zity. ¡No lo consentiré! Date por avisada. He aguantado hasta lo indecible por el respeto que profeso a tu padre, pero ahora que ya no está. No creas que te rendiré cuentas, Niña, por lo que les pase a esas alimañas.
— Magistrado Igben, os recuerdo que la población de Puerto Cervecero está bajo la protección imperialz ¡Son invitados del goberna…! — Repuso Alano indignado, antes de ser interrumpido.
— Esto no es un debate. Si no elimináis la plaga Goblins de mis tierras, los exterminare yo mismo. — Anunció Igben, mientras deja la habitación.
Alano cae a plomo en su silla, mientras Lucrecia medita cómo solventar esta crisis.
Dos días más tarde, un Chambelán Elfo anuncia la llegada de la Condesa en Funciones “Lucrecia Lucarana de la Casa Averil, mientras que un gordo mercader de finos ropajes, y amplio bigote, saluda a Lucrecia con una genuflexión.
-Lucrecia Lucarana de la Casa Averil, Condesa de Averyll y gobernadora de Elhigo-Lann, en funciones- Anuncio, el ujier elfo.
Berta, camuflada entre la multitud, presencio como Sity hacia una genuflexión ante una joven Humana.
A la goblin el nombre le resultaba vagamente familiar, lo que si reconoció de inmediato fue el anillo, la joven jugueteaba con el de forma inconsciente, se notaba que no estaba acostumbrada a llevarlo.
Berta maldijo entre dientes. Estaba claro que, no te puedes fiar de una cosa muerta para que te haga el trabajo, debería haberse quedado en aquella tumba, debería haberse asegurado de que el viejo humano estaba bien muerto, y ¡debía haberle quita el anillo de sus malditos dedos muertos!.
Estaba claro que esa humana repipi y entrometida, había saqueado el cadáver que Berta debería haber saqueado.
En realidad, gracias a la nueva y ventajosa situación de Berta, ya no necesitaba llevar a cabo el contrato que la obligaba a hacerse con ese anillo, lo que sí que tendría que hacer, sería buscar a los humanos que la contrataron y liquidar a todos y cada uno de ellos, a fin de mantener en secreto a la hermandad de los cuchillos largos.
Mientras estos pensamientos cruzaban la mente de la goblin. En el salón de baile, Sity presentaba al delegado de la naviera enana a la humana recién llegada, tras una serie de saludos corteses, el trío abandono el salón de baile.
Berta les siguió con disimulo. Cuando salieron del salón y subieron al segundo piso, comenzó a hacerlo con todo el sigilo que le permitía su aparatoso vestido.
El trío, desapareció por una de las puertas, Berta, debía encontrar la forma de entrar allí, corrió todo lo rápido que pudo, hasta llegar al exterior del palacete.
No tardo en ver una luz en uno de los balcones del segundo piso, era hora de prepararse.
Se quitó la falda y el doble polisón, quedando con el corsé y unos pololos que le llegaban hasta las rodillas, después se quitó los zapatos y la peluca rosa de medio metro de alto, de su interior extrajo su túnica negra entrelazada con ankar. Esa prenda la fundiria con las sombras. A continuación rebusco entre los bolsillos de la túnica, encontró unas pequeñas garras metálicas que la permitirían trepar por el muro.
No le costó mucho llegar al balcón, la habitación a la que daba, era una biblioteca recargadamente amueblada. Se hizo un ovillo y escucho...
-Los goblins, son indispensables para la economía y la defensa de Elhigo-Lann- Sity se dirigía a la mujer- Su señor padre lo comprendió de inmediato. Cuando los goblins propusieron el tratado de Punta Cuervo, él...-
-Los goblins, saben de economía lo que yo de volar. Y son más peligrosos para sí mismos que para los demás- Dijo el enano con tono duro -Si de mí dependiera, reinstauraría la gran reserva goblin, Goblinburgo debería volver a ser la prisión que nunca debió dejar de ser. Que se mantuviera a los goblins encerrados durante siglos, fue por muy buenas razones- el enano se levantó -Yo no he venido aquí para hablar de esos psicópatas, tenía que entregar unos documentos y aquí están- el enano dejo con brusquedad un rollo de pergamino sobre la mesa - Buenas noches- escupió mientras se daba la vuelta y abandonaba la biblioteca dando taconazos.
"Pues si que le e cabreado bien" pensó Berta.
-Vamos Elric, no te pongas así por lo de la baronesa, no fue para tanto, además, empezaste tú- Sity siguió al enano intentando calmarlo.
La joven humana se quedó atrás, miro al balcón con suspicacia. Pasados unos segundos que parecieron eternos, la mujer se dio la vuelta y camino con decisión hacia el pasillo, cerrando la puerta tras ella.
Berta, saco un juego de ganzúas de uno de sus muchos bolsillos y entro en la biblioteca.
Al final todo estaba saliendo increiblemente bien, no solo pensaba memorizar los datos, los iba a copiar. Juan Luis le debía mucho más que un pasaje a Goblinburgo.
Media hora después, Berta estaba perfectamente vestida y aparentando una total inocencia en el salón de baile.
Lo malo, era que llevaba apenas una hora en la fiesta, no podía irse sin dar que hablar ni levantar sospechas, tenía que hacer tiempo.
Estaba mortalmente aburrida, y los otros invitados la miraban mal, pensó en matar a alguno, pero decidió no hacerlo, porque seguro que se lo tomaban a mal, por eso, cuando un camarero le ofreció zumo de una fruta local, Berta lo acepto, a pesar de que no tenía nada de alcohol.
Probablemente, fue eso lo que le sentó mal, ya que, justo después de terminarse la tercera botella de grog goblin, Berta empezó a sentir una necesidad imperiosa de vomitar.
Corrió hacia la entrada del salón, por desgracia choco contra alguien que entraba, Berta vómito en los austeros zapatos del recién llegado.
Levanto la vista para comprobar lo rápido que la cara de un humano, puede pasar del blanco livido, al rojo furioso.
El ujier elfo declamó: Barón Igben, señor de puerto Igben.
La cara del humano se trasformó en una máscara de odio.
¡Ahora, ahora sí! Esa reunión empezaba a parecer una fiesta.
Berta se despertó con un resacon del quince, intento incorporarse, la cabeza le pesaba y tenía dificultades para recordar que paso una vez se terminó la tercera botella de grog goblin marca la isla del mono.
Se rascó el trasero, ¡un momento!, ¿cómo podía estar rascándose directamente el trasero?, ¡oh no!, ¿estaba desnuda?.
Se incorporó de un salto, ¡pues sí que estaba desnuda!, ¡desnuda del todo!.
Y peor aún, tenía algo tumbado a su lado. Por favor, que no fuera algún tipo de animal, ¡como en aquella ocasión!.
Berta se estiró para mirar con atención el bulto. No era un animal, era mucho, mucho peor, ¡se trataba del delegado de la naviera enana!, parece que al final sí que se hizo unas bragas con su barba.
Berta se sentía muy mortificada, no debería beber tanto.
Estaba pensando en recoger sus cosas e irse de puntillas, pero, decidió que no era justo que solo ella se sintiera mal por lo sucedido.
Se hizo la dormida. Quería esperar a que el enano despertara y viera con quien había estado fornicando toda la noche.
Si Berta se sentía avergonzada, el enano estaría devastado. Fijo que le daba una apoplejía, y eso, Berta no se lo quería perder.
El-Higolan 7
(Dos días, antes de la fiesta.)
En el palacio de Zity, la melodía de un clavicémbalo inunda de dulzor una gran sala blanca. Las ventanas que dan al mar iluminan una multitud de objetos expuestos, estatuas antiguas, murales y pinturas. Desde allí, un hombre de grandes proporciones ataviado con una casaca verde y tréboles dorados, (Zity) contempla ensimismado una de las pinturas .
En ella, se describe una batalla naval. Al fondo, varios buques en línea se ven envueltos en nubes de humo e iluminadas por las llamas de los cañones de ankar. En primer plano, en el castillo de proa, se desata un abordaje donde el Emperador Connor arranca la cabeza de un pirata con su sable. Siendo todo lo que rodea al Emperador un caos absoluto.
Con una mano afilando su bigote, Zity desvía una mirada furtiva a la dama que tiene a su lado, tratando de medir su reacción.
Lucrecia, con su habitual vestido rojo, miraba la pintura con interés, moviendo de vez en cuando una copa de vino que tenía en la mano.
Las dulces y suaves notas del clavicordio se vieron interrumpidas por la voz amable de Zity.
– Me encanta esta pintura. Muestra con total exactitud la cruda realidad de una batalla en el mar. —Dijo Zity.
—Habéis participado en alguna batalla, Señor Zity —preguntó Lucrecia terminando la copa de vino.
Zity, se llevó la mano del bigote.
— Algo parecido, hace un par de años en una visita a la Isla de El-Saron, tuvimos un encuentro con unos piratas Goblins. Allí Aliface demostró su fidelidad como secretario.
¡Verdad Aliface! —gritó Zity al hombre que había tras el instrumento. Este alzó la cabeza y sin dejar de tocar, asintió con la cabeza.
Lucrecia se giró para ver al sirviente. Un hombre calvo y descalzo, con un bigote incluso más grande que el de su amo. Alzó la copa para saludarlo y este respondió con una reverencia.
Tras esta encantadora presentación, Zity con la mejillas rosas por la genuina sonrisa, guió a Lucrecia hacia el centro del salón.
—Os ha gustado la pintura, mi dama. —preguntó Zity con su risueña sonrisa.
— Una pintura interesante. —respondió Lucrecia volviendo a echar un vistazo a la pintura.
Zity en un gesto cómico echó un vistazo a los lados y se agachó hacia ella discretamente.
—Si me guardias el secreto, os digo su procedencia —le susurró Zity sonriendo .
Lucrecia siguiéndole el juego, se agachó como él y le guiñó el ojo.
Zity se echó para atrás de la felicidad.
—Perteneció a la colección privada del fallecido emperador. —Reveló Zity con su sonrisa traviesa.
Lucrecia se lo quedó mirando sorprendida, y sin decir ni una palabra Zity la guió hasta otra gran obra expuesta en el salón.
Allí frente a ellos una gran losa de piedra de 4 metros de alto, mostraba un mosaico. Un millar de teselas de colores que formaban unas siluetas femeninas.
Dichas siluetas, eran representadas de forma estilizadas. puntiagudas, simétricas y sin detalles, solo la silueta y la forma. Cada una de ellas estaba formada por un color diferente.
A la derecha el azul, a la izquierda el marrón, el centro más rojo y sobre todas ellas el blanco.
— ¿No comprendo?— exclamó Lucrecia—. Es de una simpleza tal que no comprendo su significado.
Zity sonrió y con un enigmático gesto, tiró de un cordón oculto y tapó una ventana dejando en penumbra la pintura. La cual empezó a resplandecer con una iridiscencia tal que se pudo observar la expresión de sus ojos, los gestos de los brazos y las coronas sobre sus cabezas.
Lucrecia observó con fascinación a las 4 mujeres que surgían ante ella.
— Ankar, mi dama —susurro Zity fascinado—. Un millar de teselas Ankarinas.
Lucrecia abrió la boca en una creciente fascinación.
Zity, al verla ya encandilada por los destellos de las piedras, dijo:
« Dama Lucrecia, os presento a las reinas, las antiguas y temibles madres de El-Higolan»
En la montaña, después de dos días de batalla la guardia del Conde despejó las ruinas del templo. Lucano y el maestro Markez se adentraron en una sala circular donde resplandecía en su interior un mosaico en forma de mujer. .