«La Estrella» de Arthur C. Clarke

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«La Estrella» de Arthur C. Clarke

 

Publicado en noviembre de 1955 en la revista Infinity Science Fiction y ganador del premio Hugo al mejor relato corto de 1956,  «La Estrella» fue incluido en la colección de cuentos de dicho autor The Other Side of the Sky. Una pieza pequeña y certera en la que se nos ofrece toda la magia del maestro Arthur C. Clarke: un viaje y un dilema; una travesía estelar que despierta los mas antiguos enigmas de la Humanidad. Hoy la ciencia y la creencia convergen para ayudarnos en su búsqueda del conocimiento universal. Ambas asumen la responsabilidad de probarse a sí mismas y en ese choque de empirismo y voluntad, seguimos, al fin y al cabo, todos inmersos. Todos tenemos algo que decir y sentir al respecto, más de medio siglo después de la publicación de este relato, sigue resultando interesante ausmir el papel de su protagonista, entrar en ese juego, sea cual sea nuestra posición inicial, es siempre un ejercicio necesario. Porque como decía el maestro Carl Sagan, «la ciencia no sólo es compatible con la espiritualidad, puede que sea, de hecho, una fuente de espiritualidad profunda».  

 

Arthur C Clarke lanza con astucia los dados del juego cósmico para ponernos en un lugar desolado. La ciencia en toda su maravilla sirve a nuestro protagonista de esta noche para alcanzar una conclusión terrible en el centro de la supernova. La importancia científica y religiosa de la nebulosa, la incertidumbre del narrador realmente proviene de su incapacidad para aceptar que la humanidad ya no es el centro de la religión o el universo. 

 

En su ensayo, El sacerdote de la naturaleza, Patricia Ferrara, afirma que «el universo no puede hablar, pero continuamente exige ser reconocido como el fundamento de las ideas sobre Dios y el hombre. El narrador y la Nebulosa del Fénix son manifestaciones físicas de la convergencia religiosa y científica, un jesuita-astrofísico un viaje de exploración científica y simbolismo religioso. Ambos también comparten significación en sus nombres, o falta de ellos. Todos somos ese narrador, todos enfrentamos esa respuesta emocional al conocimiento universal de los grandes hallazgos. La Nebulosa de Fénix, al fin descubierta como la estrella de Belén, se convierte en un símbolo para el nacimiento de Jesús y el nacimiento de la religión. El cristianismo se eleva, como el fénix, desde la muerte de la estrella y finalmente la muerte de otra civilización. Aunque la nebulosa le da al narrador conocimiento científico y religioso, la existencia de otra civilización y su repentina desaparición en manos de Dios, resulta inasumible. El encontrar otro planeta habitado por una extinta civilización, no solo aleja a la humanidad como el centro de la existencia, sino que muestra la indiferencia que Dios y el universo tienen hacia la existencia en general».

 

Arthur C.Clarke en 1965 noviembre nocturno la estrella radioficción

Arthur C.Clarke en 1965

 

La brutal pérdida de esperanza que supone un descubrimiento tan increíble, nos deja en manos de un Dios despiadado, ¿ quién en su sano juicio hubiera podido esperar que las consecuencias de una búsqueda de conocimiento y pureza desembocase en algo tan terrible? Como esos niños que jugando en la playa contemplan su estrella creciente, fuente de toda vida y toda destrucción…

 

El narrador es incapaz de deshacerse de esta imagen, porque es paralela a sus propios sentimientos.. Una civilización, especialmente una que se asemeja a la civilización humana, sacrificada en el apogeo de su gloria para anunciar la salvación de humanidad…

 

No parece haber para Clarke, victorias o derrotas en esta pugna del pensamiento científico y religioso, tan solo esa convergencia, un motor que nos ha conducido hasta ahora en la aventura del conocimiento. Hemos abierto demasiadas puertas ya para no saber que detrás de su umbral podemos encontrar algo que no esperábamos. Algo que temer, algo que desear no haber descubierto.

 

Albert Einstein dijo una vez, que «cuanto más imbuido esté un hombre en la ordenada regularidad de los eventos, más firme será su convicción de que no hay lugar para una causa de naturaleza distinta. Para ese hombre, ni las reglas humanas ni las «reglas divinas» existirán como causas independientes de los eventos naturales.

La ciencia nunca podrá refutar la doctrina de un Dios que interfiere en los eventos naturales, porque esa doctrina puede siempre refugiarse en que el conocimiento científico sigue teniendo y tendrá siempre sus fronteras insalvables. Pero tal comportamiento entre las personas religiosas no solamente es inadecuado sino también fatal.

Una doctrina que se mantiene no en la luz clara sino en la oscuridad, que ya ha causado un daño incalculable al progreso humano, necesariamente perderá su efecto en la humanidad.

En su lucha por el bien ético, las personas religiosasdeben apoyarse en aquellas fuerzas que son capaces de cultivar el bien, la verdad y la belleza en la misma humanidad. Esto es de seguro, una tarea más difícil pero incomparablemente más meritoria y admirable. Que sembrar ese camino con la semilla del miedo».

 

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