Sombras en la arena Cap.2
En capítulos anteriores (si, sólo hay uno, pero ¿Y lo que mola?):
El elfo oscuro Elarian vive tranquilamente en la ciudad de Nurash, trapicheando, haciendo "trabajitos", lo normal en una ciudad así, hasta que alguien le acusa falsamente de conspirar contra el príncipe Selven, Iliana de la Luna Roja, que se dedica a velar por la "seguridad" de Nurash, manda a sus hombres a por Elarian, el cual está intentando escapar de la ciudad, y si quieres saber más, tira al foro de Noviembre Nocturno, que es gratis y las visitas les irán de puta madre.
Elarian no tenía ni idea de qué interés podría haber despertado en Iliana como para mandar a sus perros a por él. Ahora debía darse prisa en salir de la ciudad, su mejor opción sería ocultarse en Keral un tiempo. Allí conocía a un par de tipos que estarían dispuestos a ayudarle por la cantidad de ánkar adecuada.
Elarian sabía que la ruta más corta hacia allí, era atravesar el bosque del pantano de Thul. No le hacía mucha gracia atravesar esa zona, pero el plan “B” era acercarse a la ciudad de Arvus, al este. Ese sería el primer sitio al que irían a buscarle, lo cual no lo hacía muy recomendable, y al menos, el bosque de Thul era una zona que conocía bastante bien.
Se coló en una pequeña armería donde robó un arco y un carcaj con flechas, y de una tienda cercana, algunas raciones de viaje y equipamiento para ir tirando.
A paso ligero, y siempre borrando su rastro, salió de la ciudad con destino al bosque del pantano Thul.
Al poco tiempo, empezó a arrepentirse de haber usado la última piedra de ánkar que le quedaba. Una de las emponzoñadas flechas del escuadrón le había herido el brazo lo suficiente como para que el veneno actuase lenta pero inexorablemente, y el mineral podría haberle sanado. Por suerte, era sólo un roce, pero un par de días enfermo, no se los quitaba nadie. Debía apresurarse para llegar al bosque, allí crecían unas setas que podían neutralizar algunos venenos, «no es gran cosa, pero menos es nada». —pensaba Elarian.
Afectado por la fiebre y con el cuerpo dolorido, Elarian avanzaba con dificultad hacia el bosque de Thul. La fiebre le había dejado peor de lo que esperaba en un principio, pero su determinación y el miedo de ser encerrado en la torre de Nurash era lo que le empujaba a seguir.
Después de toda una noche andando a paso vivo, puesto que no pudo conseguir un caballo, por fin llegó a la linde meridional del bosque, el cual parecía darle la bienvenida con los brazos abiertos. Una vez comenzó a internarse poco a poco en sus entrañas, lo primero que inundó sus sentidos fue el olor a tierra, a vegetación, a humedad, los ruidos de los animales del bosque, etc.
—«¡Por el Gran Roble!» —pensó Elarian, que casi había olvidado esta sensación. «No era consciente de lo que echaba de menos esto».
Elarian solo podía pensar en una cosa: conseguir esas malditas setas y dormir un poco para poder atravesar sin complicaciones el bosque.
Por fin, salió a un pequeño claro bañado por la luz dorada del sol que se escabullía entre las hojas. Allí, a la orilla de un pequeño arroyo que descendía de la Cordillera Thulgar, la que si los espíritus querían atravesaría sano y salvo, se encontraban las setas que necesitaba.
Pasó días pertrechándose, con lo que le daba el bosque y sanando gracias a las setas que encontró, su objetivo era adentrarse en el vasto desierto de Keral, un territorio desafiante y peligroso.
Pocas horas después, ante él se alzaba el imponente paso de Thulgar, un escarpado camino que separaba los dominios boscosos de los elfos oscuros de Thul de la aridez del desierto.
Elarian emprendió su viaje, y a medida que ascendía, la frondosidad del bosque se iba desvaneciendo poco a poco. En unas horas, caería la noche, lo que le obligaba a aligerar el paso para encontrar un refugio donde guarecerse para pernoctar. Poco antes del anochecer, dio con una cueva, suficientemente grande para dormir a cubierto y lo suficientemente pequeña para que con las brasas que sobrarían de calentar agua, dormir relativamente bien.
Después de días de arduo viaje, finalmente llegó a la cima del paso de Thulgar. Desde allí, contempló la vastedad del desierto de Keral extendiéndose ante él con sus dunas doradas y la lo lejos, en el horizonte, la inconfundible silueta de la ciudad de Keral, dio gracias a los espíritus, pues algunos oasis se podían apreciar entre tanta arena, memorizó su posición, dado que su supervivencia dependía de ello.
Con fuerzas renovadas, comenzó el descenso por el otro lado de la cordillera. Con cada paso, se preparaba para enfrentar los desafíos que el desierto le presentaría: las tormentas de arena, criaturas hostiles y las inclemencias propias del desierto.
Sombras en la arena Cap.3
Nota para el maestro lector de R´lyeh: Alberto, si hay material de sobra, deja este para otro día y si te apetece y lo ves bien, pues dale caña. He escrito frases en "élfico" que es ni más ni menos que gaélico, entre paréntesis he puesto la traducción.
En capítulos anteriores: ¿De verdad hace falta un resumen?
Días después de comenzar su descenso, Elarian avanzaba lentamente arrastrando los pies hacia un oasis que había visto en la cima del paso montañoso, debían quedarle unos ocho kilómetros. ¿O serían diez?, «¡Joder!, este puñetero Sol, va a acabar conmigo» —maldecía una y otra vez harto de calor por el día y harto de frío por la noche. Por fin vio a lo lejos el oasis, y entendió, se concentró tanto en el oasis que tenía al Norte que se pasó de largo uno pequeño al Este «Soy gilipollas» —empezó a maldecir.
Al llegar al enorme oasis, agradeció la sombra que proporcionaban los árboles, y más aún el poder llenar la cantimplora, cuyo contenido desaparecía a pasos gigantescos. Nada más acercarse al agua, se dio cuenta demasiado tarde que había caído en una trampa de arenas movedizas, cuanto más luchaba por liberarse, más se hundía. Y cuando creía que estaba a punto de salir, un estacazo lo puso a dormir. «Mierda» —fue su último pensamiento.
Despertó, pero prefirió disimular para ver que podía averiguar, escuchó a alguien con acento enano que hablaba con alguien que no respondía, y maldiciones hacia su persona en élfico.
—A bheil fios agad gu bheil mi a' cluinntinn thu, nach eil? (Sabes que puedo oírte, ¿No?) —replicó Elarian sin abrir los ojos.
—Y tú, maldito “Dorcha” (Oscuro, Siniestro) , podrías haberte ahogado en las arenas alegrando el mundo con tu ausencia —contestó una voz femenina. Que por el acento, parecía una elfa de las ramas.
Efectivamente, en el enrejado carromato le acompañaban una elfa y un enano que no le quitaban ojo de encima.
—¿Dónde nos llevan en este carro? —increpó Elarian.
Tanto el enano como la elfa lo miraron con gesto hosco, la elfa, quizá con más cara de asco que otra cosa.
—Vale, ya somos todos amigos, ahora ¿Alguien podría decirme dónde vamos?
—¡Silencio! —dijo uno de los hombres que escoltaban el carro golpeando los barrotes con fuerza. Nos dirigimos a Keral, allí nos darán buen oro por vosotros, vosotros seréis pasto de los fosos, y ella —se giró hacia la elfa sonriendo— con suerte, acabará complaciendo soldados en algún tugurio.
Días después, por fin entraron en Keral, la ciudad revelaba una gran riqueza, producto de la sangre derramada en la arena, sin duda.
Llegaron a los fosos del Palacio de Sangre, al contemplar la gigantesca estructura, los tres compañeros de viaje, experimentarían una mezcla de asombro y temor. La grandeza y la crueldad de aquel lugar eran leyenda en todo Kadazra.
El alboroto cercano, les hizo saber que estaban en el mercado de esclavos, y así era, rápidamente los subieron a una desvencijada tarima y empezaron las pujas; un gordo con cara de cerdo hizo una buena puja por la elfa «¡que se joda!» —pensó Elarian, aunque sintió cierto alivio al ver que un sirviente muy emperifollado, superó la puja y se la llevó en un carromato igual de ostentoso que el sirviente.
Un viejo desdentado les saludó diciendo: «Bienvenidos al Palacio de Sangre».
¿A que jode este suspense?
1º El ataque frontal.
En la arbolada que rodea Puerto Cervecero, los rugidos de un órgano llenaban el silencio de la noche. Una melodía lúgubre y angelical surgía del interior de la capilla del Ánima. En su interior un hombre arrodillado frente al altar, oraba en un sollozo intermitente.
Los tonos graves y agudos del instrumento, se mezclaban alzándose y cayendo en un coro majestuoso. El hombre arrodillado, henchido por el fervor de la canción, se llevó la mano al pecho. Y ante la luz blanca de la luna alzó un flagelo de cuero, con el que azotó su espalda sin piedad. Una, y otra y otra vez sus gritos se ahogaron en la música del instrumento hasta finalizar con un último suspiro. El hombre dejó el flagelo en el suelo y tras el último rezó se levantó con una genuflexión volviendo su cara a la luna. Develando su identidad como el el severísimo Barón, Arsenio Igben.
Tras eso avanzó por el pasillo hasta perderse en el bosque, dejando sobre el altar bañado por la luna, una vela negra encendida con el nombre tallado de “La zorra roja”.
Esa misma noche, donde hasta hace dos días se erguía un imponente mortero, Igben sacaba la cabeza para observar como un explorador se deslizaba hasta el frente de las murallas enemigas. Los fusileros Goblins llenaron de plomo al infeliz antes de llegar a las murallas. Pero cuando su cadáver tocó el suelo, una esfera incandescente rodó desde sus manos hasta chocar contra el muro. Al ver esto Igben se metió a toda prisa en el cráter y empezó a contar : “Uno, dos, tres……..” una explosión interrumpió sus pensamientos.
Alzó de nuevo la cabeza con un molesto pitido en el oído, para ver como el parapeto que servía de muralla a la plaza, de la gran entrada a Puerto Cervecero, había volado por los aires. Entonces, un tono de corneta dio paso a un sin fin de pasos, correteos y disparos que bajaban por la colina y se internaban en la plaza.
— Ya voy a por ti, Puta Zorra Rojaaaaaa— Gritó Igben alzando su sable flamígero y envalentonando a sus tropas.
Todo era blanco a su alrededor. Tras varios días de infructuosa cacería, el viejo enano se había
visto atrapado por una tormenta de nieve como no recordaba en sus largos años de vida. Era
un cazador veterano, y su sentido de la orientación era muy sensible, pero esta ventisca le había
llevado a perderse. Cansado y hambriento, pero tozudo como todo enano de las colinas, siguió
caminando. No quería reconocer que se había perdido. La nieve acumulada le hacía imposible
reconocer hitos o sendas, pero siguió caminando, dispuesto a llegar al poblado antes de verse
sepultado por la tormenta.
Pasaron las horas y la tormenta no remitía, ya no sentía la piel de la cara expuesta, la barba le
pesaba cargada de nieve congelada. Cada paso era un esfuerzo terrible. Cada respiración un
cuchillo helado en la garganta. Se internó entre unos árboles, con la intención de encontrar algún
rastro reconocible para orientarse, pero solo había ramas cargadas de nieve.
En una de aquellas ramas se refugiaban dos cuervos. Lo vieron pasar con sus ojos negros, se
sacudieron la nieve y comenzaron a seguirlo, volando en silencio de rama en rama.
Dinn no podía más. Agotado y congelado, se desmayó, cayendo de espaldas sobre la nieve.
Los dos cuervos se acercaron cautelosamente, graznándose uno al otro, animándose.
Al final se posaron sobre el cuerpo del enano. Uno de ellos se acercó a su cara, y sin más
le clavo el pico en su ojo derecho, arrancándoselo limpiamente.
Dinn gritó, el dolor terrible le hizo recuperar la conciencia y levantarse de golpe. Vio los dos
cuervos, uno de ellos llevaba su ojo en la boca, el otro soltó un graznido y ambos emprendieron
el vuelo.
El enano se levantó de un salto, gritando imprecaciones a las bestias. Los cuervos se posaron en
una rama cercana, graznando. Dinn cargó, dispuesto a atrapar a las bestias. Estas volaron a otra
rama, graznando burlonamente. Así continuaron un rato, saltando de rama en rama y graznando al
viejo enano.
Cuando llegaron a la linde del bosque, los dos cuervos alzaron el vuelo entre la ventisca, perdiéndose
de la vista. Dinn se detuvo, rabioso y desorientado. Pero entonces vio unas pequeñas luces a lo
lejos, noto el olor de humo del fuego de un hogar. Su hogar, en lo profundo de un pequeño valle..
Sombras en la arena Cap.4
Hace 10.080 minutos aproximadamente:
El elfo oscuro Elarian huye de Nurash porque le han tendido una trampa, de camino a Keral, le capturan y en el carromato en el que iba conoce a una elfa y un enano, acabando con una bienvenida al Palacio de Sangre, que es como el Coliseo de Roma, pero ahora con más sangre y tripas, que para eso estamos en Kadazra. Si quieres un resumen más detallado, leéte los demás capítulos que están bastante bien.
Entraron por unos angostos túneles del cercano coliseo lejos de miradas indiscretas, allí un sinfín de cancelas y guardas prevenían entradas indeseadas, así como cualquier intento de fuga si alguien era lo suficientemente estúpido como para intentarlo.
Finalizado el sinuoso recorrido, llegaron a una enorme sala rodeada de celdas, que eran además, los aposentos de los gladiadores, donde algunos hombres descansaban, uno de ellos llamó poderosamente la atención de los recién llegados, un hombre cuyo porte imponía, no por su altura, si no por lo impresionante de su musculatura.
—¡Abre! —exclamó el viejo desdentado— traigo carne fresca.
Salieron a la arena, y desde dentro, todavía era aún más imponente, los más de cuatro kilómetros cuadrados, eran lo que hacía del Palacio de Sangre el espectáculo que Keral y el Príncipe Selven querían. Los unos por el espectáculo, y el otro porque el Palacio de Sangre le permitía deshacerse de “pequeñas molestias”.
—¡Maldita sea Galvorn!, ¿Eso es lo que me traes?, ¿Un elfo esmirriado y un enano tatuado? —un orco gigantesco, y feo como un demonio, miraba con su único ojo al viejo, mientras éste les arrastraba en su dirección.
—Ahí los tienes, sácales provecho, el amo ha pagado una buena suma por ellos.
Mientras el viejo se alejaba de ellos, el gigantesco orco no les quitaba el ojo de encima.
—Ummm, tal vez podría daros de comer a las fieras, aunque tú —dijo señalando a Elarian— no les servirías ni como aperitivo, además, no tengo tiempo ni ganas de entrenaros adecuadamente, así que…
—Si quieres, puedo tantearlos yo y si no valen, que se los coman los leones.
Todas las cabezas giraron al unísono en dirección a la otra punta de la arena, hacia la poderosa voz que podría hacer retumbar las paredes del Palacio de Sangre. Quien acababa de hablar, no era otro mas que el hombre musculoso en el que repararon antes de salir.
—Lo que tú quieras Julius, pero es perder un tiempo que deberías invertir en prepararte para mañana —replicó el orco.
—Tranquilo Dorgul, no los abollaré mucho —replicó el fornido guerrero con una sonrisa maliciosa en el rostro.
—Pertrechaos, tenéis un buen surtido donde elegir, —dijo Julius, señalando unos armeros.
De entre las armas disponibles, todas ellas romas o mochas, Elarian se decantó por un par de dagas, y el tatuado enano, escogió un escudo y un martillo de guerra de madera, Julius, hizo lo propio con un enorme escudo rectangular y una espada tan larga como su brazo.
En la arena, el resto de gladiadores hicieron un gran corrillo, de un lado Elarian y el enano, del otro, Julius. Las apuestas, no tardaron en sucederse entre los que observaban la contienda.
El combate comenzó con Elarian lanzando rápidas estocadas con sus dagas, las cuales Julius desviaba una y otra vez. El enano, flanqueando al gladiador, aprovechaba la distracción que causaba el elfo, pero la experiencia y habilidad de Julius se imponían. Cada ataque que el enano realizaba era detenido por el escudo de Julius, los años de duro entrenamiento y los intensos combates en la arena del Palacio de Sangre, le permitían esquivar además, los ataques que un cansado Elarian no conseguía acertar más allá de un inofensivo roce.
Julius era un verdadero maestro en el arte de la lucha, lo que le salvaba repetidamente de recibir daño alguno. Esquivando por muy poco un golpe realizado por Julius con su espada, Elarian tropezó con el enano, cayendo los dos al suelo, lo que causó las risas de los presentes, dando con ello fin al improvisado combate.
—¡Maldito enano de mierda! —escupió Elarian— Casi le...
El enano se puso rápidamente en pie y se lanzó a por el elfo. Una vez en el suelo y apoyando el canto del escudo en la garganta de Elarian, dijo: «Me llamo Thaugen Rompetruenos, hijo de Thardan Rompetruenos, del Clan de los Enanos de Valaria muchacho, y ten por seguro que no habrá una segunda advertencia». —Amenazó el enano mientras presionaba el canto del escudo con fuerza contra la garganta de Elarian—. ¿Te ha quedado claro, “Dorcha”? Elarian sólo pudo asentir ligeramente.
¿A que esto no os lo esperábais? continuará la semana que viene
Sombras en la arena Cap.5 (con premio)
He de aclarar que al escribir esta historia, el lore de los elfos oscuros, estaba muy en pañales, y por no trastocar lo que los grandes maestros de Kadazra tenían en mente, Elarian puede resultar un poco "soso" como elfo oscuro.
En cápitulos anteriores entre hace una "jartá" y una "pechá" de tiempo:
Elarian huye de Nurash a Keral, básicamente, en una jugada maestra, lo que se conoce como caer de la sartén al fuego. Acaba esclavizado en Los Fosos de Sangre, donde un enano tatuado llamado Thaugen (si, el mismo de mis historias con Kalyatar) le explica un par de cosas, y así acabó el capítulo anterior, con Thaugen "sugiriendo" que la siguiente vez en ser insultado, no sería tan amable.
Mientras los espectadores se disolvían, Julius, que permaneció impasible, ordenó: «Alto, ya es suficiente por hoy», y girando sobre sus talones buscó al orco tuerto.
—Dorgul, que descansen, que coman, y si los espíritus quieren, llegarán vivos a la batalla de dentro de un par de semanas.
Entraba la noche, y tanto Elarian como Thaugen se prepararon para descansar un poco en la celda que les habían asignado, entre el viaje y la batalla contra Julius, Elarian no podía con su alma.
Al día siguiente despertaron con el alboroto causado por Dorgul.
—¡Vamos hijos de mil padres!, que no nos dan de comer por dormir, hay trabajo por hacer.
Y así era, los gladiadores, tal y como comprobarían Elarian y Thaugen, tenían una estricta rutina, madrugar, desayuno, entrenamiento o espectáculo, comer, más entrenamiento, cenar y descansar, además tenían que preparar todo lo necesario para que el espectáculo fuera del agrado del Señor del Palacio de Sangre.
—¿Por qué tanto alboroto?,—inquirió Thaugen a una esclava que repartía unas gachas con bastante buena pinta.
—No te va a contestar, —respondió un viejo gladiador a su lado—. Le cortaron la lengua cuando era niña. Hoy Julius se enfrentará a un elfo apadrinado por Vorlan, el hijo del príncipe Selven —dijo mientras escupía al suelo—, y el maldito bastardo ha elegido a Thirdriel, que en su día, fue compañero y gran amigo nuestro. El Señor del Palacio de Sangre lo perdió en una apuesta contra Vorlan. Así solucionan su rivalidad esos dos cabrones, con nuestra sangre tiñendo de rojo la arena.
Después de algunos espectáculos con fieras y algunas carreras de carros, el evento principal iba a dar comienzo:
Los gladiadores entraron a la arena y saludaron a los dos nobles que presidían el combate, el Señor del Palacio de Sangre y Vorlan, el hijo del príncipe Selven.
Desde las rejas del portón de entrada, Elarian y Thaugen entre otros, observaban todo procurando no perder detalle. Julius, aprovechaba bien sus armas, teniendo en cuenta que su rival iba armado con un tridente y una red. Con dificultad, Julius logró desarmar a su oponente y asestar golpes certeros mientras la multitud estallaba en vítores adivinando una inminente victoria por parte del campeón local, finalmente, al caer ante Julius, El Señor del Palacio de Sangre, con voz imperiosa, ordenó la muerte del perdedor.
Thaugen apretó los puños, a la vez que Elarian, con mirada seria, comprendía la brutalidad del espectáculo.
Mientras la vida del elfo se extinguía, Elarian, gracias a su aguda visión. Pudo captar la frase que a modo de despedida, Julius pronunció en un susurro «Gus an tig sinn ri chèile ann am bheatha eile» (Hasta que nos encontremos en otra vida)
No le hizo falta leer los labios del otro gladiador para saber la respuesta que le dio con su último aliento: « far am fhaicear sinn a chèile às a dhèidh an àm marbhachais» (donde nos veremos después de la hora de la muerte) . Elarian y Thaugen intercambiaron una mirada silenciosa, conscientes del destino que aguardaba a los combatientes en la arena.
Los días pasaron a ser semanas, las cuales se convirtieron en largos meses entrenando duro con Julius, y combatiendo aún más duro para no morir en la arena del Palacio de Sangre. Thaugen había comenzado a tolerar la presencia de Elarian descubriendo que los elfos, fueran o no del pantano de Thul, no eran todos idiotas integrales. A su vez, Elarian aprendió a tener la boca cerrada y a confiar un poco en sus compañeros.
Un día, Elarian y Thaugen se encontraron luchando en un combate por parejas contra unos gladiadores seleccionados por Vorlan. Los enfrentamientos eran brutales, ya que todos los seleccionados por el hijo del príncipe buscaban ganarse su favor. Uno de los adversarios, aprovechando una finta de su compañero arrojó un puñado de arena a la cara de Elarian, el otro gladiador,
aprovechó la distracción para ensartarlo con su lanza, Thaugen se lanzó hacia él, defendiéndolo de un golpe fatal llevándose el lanzazo en el proceso. El elfo oscuro, ciego de ira cargó con sus dagas contra sus rivales, cortando el cuello del primero para seguidamente arrojar las dagas directas a los ojos del segundo, las cuales pudo esquivar. Lo que no pudo esquivar fue una tercera daga que Elarian llevaba en la bota, la cual clavó en su corazón mientras le maldecía.
Thaugen yacía en el suelo, derrotado en un charco de sangre, Elarian, todavía lleno de ira y miedo, se giró hacia su compañero sin poder contenerse.
—¡Maldito enano de mierda! ¿Es eso todo lo que puedes hacer?, ¿Morir por salvarme? Ni siquiera eres capaz de morir dignamente.
—Aún sigo en reino de los vivos, y te dije que la siguiente vez que me insultaras, no habría advertencia. —Susurró Thaugen tosiendo sangre.
Ojo, que en uno o dos capítulos se acaba la cosa