Wejejeeee. !Me caí¡ (Cosas que nunca dijo Kenzaburo Oé)
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Para Kino, el pasar de los días era una sucesión de ocasiones en que sacar provecho de las cosas, y ese tipo que tenía delante era exactamente igual a él. Algún valor tendría.
Por supuesto que el descubrimiento lo cogió por sorpresa. No podía estar seguro de que fuese algún gemelo perdido, aunque lo dudaba. Su pobre madre lo habría comentado en alguna de sus visitas al psiquiatra. Además ¿Qué hacía en un contenedor camboyano lleno de pedacitos de infante macerados bajo el sol de Bay city?
Quedaba claro entonces que había más como él. ¿Con qué sentido? Lo más seguro que con el mismo con el que cada vez aparecen más metahumanos brotando de entre las grietas. Por joder.
Ahora, lo necesitaba a sus órdenes sin saber por qué. Quizá un retorcido instinto de supervivencia le empujaba a tratarlo con desconfianza hasta hacerle saber que en esta ciudad, Kino era el único jefe de los Niños Gato.
El chaval del contenedor dio un paso al frente, miró a Kino unos segundos y después empezó a imitar su actitud y su postura. Kino ladeó un poco más la cabeza. Dudaba de si se trataba de un acto de amenaza. El otro ladeó aún más la suya, forzando la postura. Por temor a quedarse corto, siguió torciendo con fuerza y su cara empezó a ponerse roja. LLegó al punto en que tan solo sonrió para acto seguido quebrarse el cuello con un chasquido seco.
Cayó a plomo sobre el caldo pestilente de cuerpos en descomposición.
No parecía muy inteligente por su parte. El jefe de los Niños Gato nunca se habría dejado morir de una manera tan gratuita. Sin sentido.
La peste a niño muerto ya debía estar llegando a la avenida. Pronto llegarían los primeros curiosos y le interesaba resolver este dilema en secreto. Con prisa se quitó la camiseta y la enredó en su cabeza a modo de pasamontañas. Ni siquiera él era capaz de aguantar el hedor. Echó un vistazo por los alrededores y arrancó un manojo de nylon de un palangre abandonado en el que flotaban, bien afiladas, al menos cuatro poteras, los anzuelos de tres ganchos con los que se pescan los calamares. Por fin entró en el contenedor. El cuerpo de su doble seguía tirado en el suelo con el cuello partido.
Avanzó tres cuartas partes de la distancia que los separaba y entonces, el doble enderezó la cabeza de golpe y gritó— !Wajajaa, Me caí¡
Sin mediar palabra, Kino dio dos pasos más y de un zarpazo, enganchó al recién llegado por el párpado y oreja derechos.
—Levántate y vámonos de aquí ahora mismo —dijo conteniendo un tropel de arcadas—. Vas a tener que aclararme unas cuantas cosas, pero antes: a darte un baño —. Y saltó a las aguas del muelle con el Kino blanco enganchado igual que un enorme atún de culo pálido.
El atún, tan solo obedeció asintiendo con una larga de sucesión de ¡Ays! y ¡Auchs! hasta que llegaron a los bajos de un cayuco aparentemente abandonado al otro lado del muelle.
—Pero, zuértame ya, piuto. ¡Coñio! Que ísto duiiiele.
Kino encendió una palmatoria que colgaba del techo con un alambre y, después de buscar unos segundos, le pasó un alicate a su invitado.
—¿Se puede saber de dónde carajo sales tú? —Kino interrogaba con seriedad, en un tono quizá agravado por los restos de descomposición que aún rondaban por sus fosas nasales, pero tranquilo. A fin y al cabo, el único peligro en esta situación, era que ese otro consiguiese salir por su cuenta y crease algo de confusión por las calles.
—Me lliamo Kenzaburo —contestó el otro mientras forcejeaba con frustración con el alicate frente a su ojo—. ¿No tendrás un espiejulo? Nada, ia está. Olvídalio —Con un ¡Tchack! el primer anzuelo y un trocito de ceja se desprendieron por fin de la cara de Kenzaburo— ¡Connñio, cómo escarda¡
Kino se acercó y cogió el alicate de su mano para cortar sin dificultad el otro anzuelo. Algo en la forma de actuar de ese botarate le hacía pensar que Kenzaburo, en ese momento no consistía un gran peligro. Por la expresión de su rostro, a pesar de la forma en que lo arrastró hasta allí, también parecía interesado en saber algo más de la situación. Parecía perdido, dependiente, sumiso. Resultó que no eran tan iguales después de todo.
Entonces, una imagen centelleó en su mente, encendiéndose y apagándose una y otra vez como las luces de una discoteca: el interior del contenedor bañado por la luz de la luna, con las paredes rebozadas con los cuerpos de decenas de niños y Kenzaburo ahí, de pie, saludando con la mano en alto, una sonrisa en el rostro y el cuello a punto de partirse… Como si no fuese en absoluto el responsable de lo que los medios conocieron como "La masacre del contenedor".
Tienemos muchia hambre, abuelita..... El otro Kenzaburo
Cruzó su mirada con la de su extraño reflejo. Se regeneraba rápido. El corte de la ceja debió doler, pero ya se estaba cerrando. Tenía la mirada de de un niño inocente y agradecido después de haberlo tironeado del párpado con un anzuelo para cruzar las aguas aceitosas del muelle. Una pinta bastante penosa: la piel blanca, pálida, cerúlea de no haber visto nunca el sol, desnudo, reluciente por la mierda de las aguas, las piernas cruzadas y las manos con las palmas juntas frente a su cara en señal de agradecimiento.
Esa noche tendría una conversación muy larga con Kenzaburo. Un interrogatorio que comenzó intentando despejar de golpe la más inquietante de las dudas.
—¿Hubo alguien más en el contenedor aparte de él y los niños durante el viaje?
Al amanecer, de camino al callejón dieron un rodeo por donde las sombras de la madrugada perduran hasta que el sol arranca el frío de las aceras. Durante el paseo robaron algo de ropa de un contenedor para cubrir los pellejos de Kenzaburo, después despertaron a un par de ratillas callejeras con la promesa de un desayuno en condiciones. Esos pobres huérfanos no tenían ni idea del alimento preferido por los Niños Gato.
Seña Lionor no dormía casi nunca. Siempre tenía hambre. Por eso, cuando vio a los dos muchachuelos mirándola desde abajo con su cara de fingida bondad, se le dibujó la expresión de la más agradable de las abuelas. Después alzó la vista y las piernas le temblaron al ver a Kino y Kenzaburo con su silueta recortada por los primeros rayos de luz que entraron en el callejón.
—Hola, abuelita. —Kino puso la mano sobre el hombro de su doble—. ¿Por qué no llamas a los chicos para que vengan a jugar con la visita? —Su voz era amable, calmada, pero, por suerte o por desgracia, la anciana lo conocía bien y sabía que en su cara oculta por las sombras del contraluz no había ninguna sonrisa—. Saca algo para desayunar con estas criaturitas.
—Eso, abuelita —coreó Kenzaburo imitando el tono de su doble—, teniemos muchia hambre.
Ese día comieron todos en silencio. Todos menos los dos huerfanitos y seña Lionor, que con sus correosas carnes de octogenaria, pasó a ser el primer desayuno de Kenzaburo como teniente en jefe de la organización. El resto de los que allí vivían, comieron confusos a la expectativa de conocer el futuro que les esperaba.
El teléfono de los encargos no tardó en sonar. Traía la voz alarmada de Felipe desde el otro lado de la ciudad. Era imposible mantenerlo al margen de lo que pasaba en el almacén. Entre gritos contenidos y suspiros de paciencia, advertía a Kino de los peligros de comandar una organización que obedece por miedo. Sobretodo cuando aún no le habían sido desvelados los verdaderos secretos ocultos en las profundidades de Bay City
La conversación terminó con un sombrío: «Siempre puedes intentar acabar conmigo», por parte del actual jefe de la manada.
—Y ahora somos dos —sentenció.
Este relato continúa a “Juicio”, donde el ilustre jurado de Noviembre Nocturno declaró culpable al héroe Scallion, y el juez Miller lo sentenció a veinte años de prisión, y recibir ayuda psicológica.
Bay City Área 51, cuartel general de “El Legado”.
—Aquí Jake Coulson, en directo en el tercer día del Juicio del Milenio, Scallion contra el pueblo de Estados Unidos. Según ha podido saber este canal, Scallion, podría enfrentarse a una pena que oscilaría entre 25 años y la perpetua por los cargos de...
—¿Nadie va a decir nada? —Preguntó La Dama del Lago apagando el televisor.
— ¿Y qué quieres que digamos Yvaine? —respondió Tesla— Scallion se ha tomado la justicia por su mano ¿Has visto los informes policiales? Scallion se ha convertido en algo peor que lo que juró combatir.
— ¡Maldito hijo de puta¡ —gritó Susan West mientras abofetea el casco de Tesla dejándolo abollado—.
»Si tuvieras una cara a la que escupir, lo haría de buen grado ¿Se te ha ocurrido pensar en la mierda que tragamos poniendo siempre buena cara a todo el mundo?
»No estamos hablando de que algún gilipollas te insulte porque cree que eres parte de un gobierno represor, estamos hablando de que Pox mató a más de trescientas personas, y reventó un autobús abarrotado de gente, en el que además viajaba el Rodney, el marido de Chemical Fusion.
— Lo que hizo Scallion fue pasarse un poco de la raya, en mis tiempos, las cosas se hacían de una manera un poco más directa —Reflexionó Yvaine.
— Querida, en tus tiempos se intercambiaban mujeres por cabras —dijo Susan con cierta sorna.
— Yvaine, pon otra vez la tele, a ver qué pasa con el juicio, me han soplado en la emisora que el jurado tendrá hoy un veredicto. —Espectro Azul contemplaba la discusión desde la entrada a la sala de reuniones.
— ¿Qué tal un Buenos días John? Joder, no cuesta tanto —dijo Yvaine mientras encendía el televisor.
— … superhéroe Pendragón, fundador de “El Legado”, dirigirá unas palabras tras la condena de veinte años que ha sido impuesta por el juez Miller.
Pendragón sube a un modesto atril con el logotipo del ayuntamiento.
—Señoras y señores de la prensa, primero agradecerles que hayan venido hasta aquí, y aprovecho para dar las gracias a las autoridades por no haber revelado la identidad de Scallion.
»Quisiera hacerles saber, que toda la comunidad superheroica, respetamos y acatamos la decisión del juez Miller.
»También, les hacemos saber que cualquiera de nosotros que se tome la justicia por su mano será perseguido como un criminal, ninguno estamos por encima de la ley. Ahora contestaré a algunas de sus preguntas.
— Pendragón, aquí Rick Siegel del Washington Post ¿Le parece correcta la condena de veinte años y recibir tratamiento psicológico? Porque a algunos les parece que el juez Miller ha sido demasiado benevolente con Scallion.
— Señor Siegel, mi sincera opinión es que Scallion cruzó una línea que no se debe cruzar, ni por un superhéroe ni por el más común de los mortales.
»Añadiré, que creo que el juez Miller ha sido benevolente, porque un único acto, por deleznable que sea no debe cambiar el bien que hay en las personas.
»El juez Miller, ha mirado más allá del horrible crimen que cometió Scallion, y lo que pudo ver es un hombre que poniendo en riesgo su vida, salvó en un par de ocasiones medio continente de la destrucción, ayudó a salvar el planeta cuando Infernus arrojó un meteorito del tamaño de Michigan contra la Tierra. Scallion no es un mal hombre, no es un villano, sólo es una persona rota de dolor que ha cometido un error muy grave.
— Pendragón, Marcus Shuster del New York Times, ¿acaso está usted justificando el acto de Scallion?
—Señor Shuster, verá a veces se nos olvida que los superhéroes, también somos seres con sentimientos, con familia, con amigos como todo el mundo, por eso, tenemos identidades secretas, para proteger a nuestros seres queridos del mal al que nos enfrentamos casi a diario. Yo le pregunto ¿Qué hubiera hecho usted si otro hombre hubiese matado a sus amigos y a su mujer embarazada?
»No justifico a Scallion, pero si entiendo por lo que está pasando, ahora si me disculpan, otros asuntos reclaman mi atención.
En capítulos anteriores:
Un tristemente conocido contrabandista de poca monta, se hace por obra y gracia del destino con un arma capaz de doblegar a cualquier metahumano. En su huída es perseguido por casi todas las fuerzas del seguridad estatal de Bay city, además de algunos de los más violentos grupos mafiosos jamás creados. Ese arma podría significar un punto de inflexión en el control de las calles… y el pobre diablo no lo sabía.
Decide así parapetarse en un cúmulo de contenedores en el muelle mientras resuelve una contraofensiva que le permita salir de esa situación cuando de repente, del suelo entre los cajones de metal aparece Boogie el Aceitoso, que logra hacerse con las valijas que contienen el arma, y sobre la marcha pone a huir a la mafia, la policía y los agentes secretos de todo el estado.
Boogie no es cualquier matón, no tiene dueño y quiere que lo dejen en paz.
Entonces, Boogie deja un mensaje bien claro ante los ojos de todos los medios de comunicación para que sirva de precedente a todo aquel que intente tocarle las pelotas: con su nuevo juguetito se carga la academia de jóvenes mutantes con todos los alumnos y profesores dentro. Acto seguido le mete fuego al edificio. Ahora la premisa seguía siendo seguir buscando el arma y al matón, pero además tendrían que ser muy discretos.
En otra parte de la ciudad, los niños gato están a punto de recibir el encargo, pero antes deben resolver el escarmiento que tenían reservado para el alcalde Quimby. Secuestran a su nieto Kino del que pronto descubren que además de ser un sádico asesino sin remordimientos como su padre (El propio Boogie El Aceitoso), no podía morir.
Kino creció rápido y consiguió ganarse el miedo y el respeto de todos los niños gato y el de su matrona: la Seña Lionor. Un buen día, descubre en el interior de un contenedor recién abandonado en el muelle y lleno de niños esclavo en descomposición, a un chico idéntico a él, Kenzaburo, con los mismos poderes, un tanto más tonto y blanco como el culo de un taxista, pero alguien a quien necesitaba tener cerca y controlado. Por eso decidió llevarlo hasta la base de la banda y lo presentó como su segundo de a bordo.
Lo primero que hace es matar a Seña Lionor y ponerle las cosas claras a Felipe: el contacto de los niños gato con el resto de organizaciones y el que les consigue los encargos.
Ahora la pelota se encuentra en los tejados de la mafia, la policía y los jefes de los bajos fondos.
Pasen que al fondo hay sitio. Siéntense y disfruten de las historias de Bay City.
Cuando Felipe colgó el auricular, pensó al mismo tiempo en varias faenas que se acababan de poner en la lista de pendientes. Avisar a todos los contactos de la mafia y vender a la organización de los niños gato era una de ellas. Eso significaba reventar una granada de fragmentación en medio de uno de los pilares de los trabajos sucios en la ciudad, además tendría que revelar el escondrijo de la banda que, a su vez era la entrada para algo que en realidad era mucho más grande y permanecía oculto desde hacía generaciones, a la vista del común de los mortales. Solo pregúntense a dónde van los niños gato cuando se hacen mayores.
La segunda tarea imprescindible era la de organizar su propia huída. No pensaba avisar a la familia que tenía como tapadera antes de coger vuelo a Luisiana, cambiarse el nombre y pedir trabajo en el primer seven eleven de la ciudad. No quería estar presente cuando todo se fuese a tomar por culo en Bay City.
Con las manos blandas y sudorosas por los nervios, se acercó a la cabina de las afueras. Esa que tenía en el límite de la ciudad con el desierto, oculta a los ojos del caminante y discreta al punto de no dejar rastro alguno de su actividad. Los dedos se le resbalaron varias veces intentando girar el tambor de los números. Era muy difícil marcar, mantener el paño y distorsionar la voz cuando te estabas cagando de miedo.
El primero al que llamar no era otro si no Sonny Calabria. No le pediría un solo dólar por la información. Tan solo le importaba que alguien prendiese la mecha que hiciese saltar a Kino por los aires.
Dentro de la cabina y con todo listo para marcar el último número, algo enorme tapó la luz del sol desde fuera. Miró por instinto. Se revolvió confuso motivado por una pulsión del instinto de supervivencia. Sin saber qué carajo miraba desde fuera, soltó el auricular y echó mano a la Smith and Wesson Bodyguard que tenía en el sobaco de la chaqueta, pero la mano de boogie fue más rápida. Cuando Felipe se dio cuenta de quién tenía detrás, tan solo respiró hondo, bajó los brazos y se dejó hacer.
Es que no es posible guardar un secreto de este tamaño a alguien como Boogie.
Si alguien tenía algo que hacer contra el alma asesina de su hijo y su doble, era precisamente él. No por ser más fuerte, no por ser más perro viejo, más diablo. Era todo eso y mucho más. Si alguien podía hacer algo y además deseaba molestarse en impedir el auge de Kino, era quien tuviese en su poder el único artefacto capaz de fundir a cualquier metahumano.
Ahora estaba en su mano jugar las cartas adecuadas para sacar provecho de la situación: Podía haber levantado la perdiz y enviar centenares de sicarios al callejón de los caníbales y la difunta Seña Lionor, podía haber mandado las mafias una por una hasta que Kino acabase con cada una de ellas por separado, informar a la fundación SCP para contener a los K-Twins (Kino y Kenzaburo), podía hacer muchas cosas.
Esa noche decidió tomárselo con calma mientras decidía a quién le caería la primera torta. Su premisa: elegir la opción que le diese más dinero. Esa noche el aire olía como la calma que precede a la tempestad. Esa noche Boogie durmió a pierna suelta a sabiendas de que sería el último sueño largo en una buena temporada.
Al otro lado de la planicie desértica, a casi un kilómetro de distancia, Jenny, la detective privada, vigilaba los pasos de Boogie para dar algo de información con la que pagar el alquiler del despacho de su jefe. Jenny, como todos los sabuesos de la ciudad, buscaba el arma, todos buscaban a Boogie, pero nadie era capaz de afirmar que lo había encontrado.
Nota:
Pido disculpas por repetirme un poco con, "¿Que es Bay City?" pero como las historias van evolucionando, he creído correcto, repetir y mejorar un poco la intro de nuestra ciudad favorita (con permiso de los Goblinburgueses).
-Origen de Bay City
¿Qué es Bay City? Quizá te lo estés preguntando. La respuesta, querido lector, es bien sencilla: Bay City es una ciudad cualquiera de los Estados Unidos, en un mundo donde habitan personas dotadas de habilidades peculiares, talentos que desafían la comprensión común. Unos los usarán para las más nobles de las causas, otros, para las más pérfidas acciones . Es un mundo en el que la historia no sigue el camino trazado por los libros, pues algunas de estas personas han llevado a cabo hazañas , que han alterado el tejido de lo que crees conocer.
Ahora, imaginad por un instante, ¿qué ocurriría si el gran Lovecraft, no sólo hubiera escrito sus libros, si no que además se hubiese inspirado por sus visitas a otras dimensiones? ¿O si Nikola Tesla, aún vagara por estas tierras en vez de haber fallecido en 1943? Bay City guarda en sus entrañas, historias que en esta realidad nunca sucedieron. La que tienes entre las manos amigo mío, podría considerarse la primera de ellas, o al menos, la que influyó directamente en el crecimiento de la gran ciudad que es hoy en día. Nos remontamos al año 1866, poco después del nacimiento de Bay City, cuando aún era un pequeño puerto a orillas del lago Michigan. Al principio, apenas un puñado de pescadores y sus familias, una taberna, un par de tiendas y poco más. Pero esta historia, no transcurre en la propia ciudad, de hecho, debemos dirigirnos hacia el Noroeste de los Estados Unidos, alejándonos de nuestra querida ciudad. Para ser precisos, podrían pasar meses antes de cruzar la distancia a pie que separa Bay City del lugar donde nuestra historia cobra vida. Es una época convulsa. Los europeo-estadounidenses se pelean con los indios de numerosas tribus por el control de sus territorios. Y es aquí, bajo el resplandor de la luna, que el jefe indio Caballo Loco urde un plan.
Nos encontramos en una fría noche de enero de 1866 en la aldea Sioux Oglala. El gran jefe Caballo Loco ha tenido visiones, sueños de guerra y muerte traídos por el hombre blanco. Ha soñado con los tres espíritus supremos guiados por Tatanka, el bisonte. Visiblemente preocupado, decide buscar la sabiduría del chamán de la tribu. Pero la respuesta que recibe es que debe esperar tres días, y reunir al consejo de ancianos en la tercera noche.
Y así, al tercer amanecer, bajo el fulgor de las estrellas, Caballo Loco convoca al consejo, todos esperando la llegada de Wiyawapta, el más sabio entre los sabios de la tribu.
El chamán, pronuncia sus palabras con solemnidad —La guerra se acerca— sentencia.
— ¿Y qué dicen los antiguos? —pregunta uno de los ancianos, a través del humo de la pipa.
— Tras largos días de meditación profunda, los espíritus de los antepasados han decidido que los primogénitos de las tres tribus deben adentrarse en la Montaña del Oso durante siete días con sus siete noches. Allí, serán sometidos a pruebas conocidas solo por los espíritus. Si demuestran su valía, los grandes espíritus los recompensarán con sus dones, como las lluvias fertilizantes que nutren la tierra.
Caballo Loco envía con celeridad emisarios con su mensaje a los líderes de las tribus hermanas. Deben enviar a sus vástagos a la montaña más sagrada y aguardar el juicio de los grandes espíritus.
Pasaron meses desde que los emisarios partieron hasta que, finalmente, los hijos de las tres tribus descendieron de la Montaña del Oso. Solo dos de ellos recibieron las bendiciones de los espíritus totémicos, y fueron elegidos para salvar a los sioux: Caballo Negro, hijo de Toro Sentado, bendecido por Sunkawakan, el espíritu del Lobo, y Wíiyabla, hija de Caballo Loco, bendecida por el espíritu del gran Tatanka. Pero el tercero, Pequeño Cuervo Jr. hijo del líder cheyenne Pequeño Cuervo, no tuvo la fortuna de recibir don alguno, su cuerpo sin vida fue llevado por sus compañeros hasta la aldea, a pesar de que estaban visiblemente heridos de gravedad.
Grande fue la pena de Pequeño Cuervo al enterrar a su hijo, como grandes fueron los honores que como guerrero cheyenne merecía.
Pasaron los meses hasta que el hombre blanco hizo movimiento alguno, Wíiyabla y Caballo Negro ganaron innumerables batallas, lo que obligaba al enemigo a retroceder hacia el Este cada vez más, hasta que finalmente, el hombre blanco se rindió, muchos aceptaron las condiciones de las tribus, pero aquellos que se negaron, buscaron mejor fortuna en las zonas del Este, concretamente las que rodeaban el Lago Michigan, puesto que algunas pequeñas ciudades portuarias ofrecían la promesa de una vida mejor.
Y así querido lector empezó la historia de Bay City, de los dos primeros “héroes”, y de toda una nueva cadena de acontecimientos que harán que este nuevo universo, no se parezca mucho al que crees conocer.
La catacumba no se limita a un conjunto de habitaciones en los sótanos de algún castillo medieval. Hablamos de una ciudad que creció de forma paralela a los cimientos de otra igual de grande: Bay City.
De hecho, sin miedo a equivocarse, uno puede decir que La Catacumba existe en secreto desde incluso antes de que los padres fundadores comenzasen a fabricar la primera tienda de suministros para pescadores. No podríamos entender el crecimiento de la una sin la otra. Nadie supo de dónde podían venir, pero ya desde ese entonces se conocía como Niños gato a los que aparecían desde los árboles ofreciendo intercambios y favores a los recién llegados. Carne seca a cambio de la información sobre un buen manantial, leña a cambio de pieles, monedas, recados… los primeros encargos…
Como nadie sabía quiénes podrían ser sus padres, ni nada más allá de su origen aparte de que aparecían de repente, se les empezó a ofrecer otro tipo de encargos más comprometidos: robos, espionaje, sabotajes puntuales… Los niños gato fueron inequívocamente un factor de desarrollo importante para lo que después fue Bay city. Todos allí pensaban que eran los hijos medio salvajes de habitantes en la región montañosa, que se buscaban la vida malvendiendo sus servicios. En realidad no venían de las montañas ni de ningún otro lugar que no fuera ese mismo suelo sobre el que pisaban.
Los chavales, cada vez más numerosos, cuando no merodeaban por las calles ofreciendo sus servicios, se escondían bajo tierra. En un entramado de cuevas que descendía más de veinte metros bajo la superficie. Sus padres, alguna vez fueron niños gato y todos descendieron de dos parejas de indígenas descastados que en una noche de tormenta siglos atrás, descubrieron el acceso a las galerías.
Tal fue el repudio hacia quienes les echaron de su hogar, que terminaron limitando sus visitas a la luz del sol. Sin embargo, sus hijos se convertirían en sus ojos y sus oídos con una máxima indispensable que respetar: nadie deberá conocer nunca la existencia de La Catacumba.
Lejos de hacinarse como animales y revolcarse en su miseria, hicieron de las galerías un hogar con incluso más comodidades que las del poblado que tiempo después se gestó en la superficie. Pero como los pueblos no lo son hasta que algo une a sus gentes en comunión, un suceso condicionó la idiosincrasia de los habitantes de La Catacumba hasta un punto en que ya nunca podrían pretender ser como los demás.
De las dos parejas que llegaron en primer lugar, el padre de una de ellas advirtió que el alimento no sería suficiente para todos hasta la llegada de la nueva temporada, así que delante de toda la familia se sajó el gaznate para ofrecerse como comida y así sobrevivir el resto un año más.
Los mayores asumieron la situación con pesar y resignación. Los niños lo interpretaron como algo normal que, junto a la ubicación de las cuevas, tendrían que mantener en secreto. Fue fácil asumir la nueva costumbre, pues tenía sus ventajas. Abría a la comunidad una nueva fuente de recursos y nunca necesitaron espacio para un cementerio.
Con la llegada de los colonos en la superficie, La catacumba tuvo la oportunidad de medrar y formar bajo tierra, una sociedad reflejo a la de la superficie, donde los Niños gato cumplirían la función de hilo conectivo y de información acerca de las cosas que realmente importaban.
Aprendieron a conocer la ciudad durante la infancia para, al crecer, pasar a formar parte del desarrollo de La Catacumba. Había cines, calles con alumbrado, alcantarillado, ventilación, hasta servicios públicos. Todo en la sombra, cambiando la estructura de las cuevas para adaptarlas a la red del metro o el alcantarillado. Perforando la dura roca madre de la costa, avanzando como una sociedad que crecía parasitando a otra; comiéndosela literalmente.
Con el paso de los siglos, La catacumba había sido capaz de crear una universidad popular con mayores avances y prebendas que cualquier escuela privada de la majestuosa Bay City. Tenían contactos en todos los ámbitos sociales. Sobre todo con los grupos mafiosos que contrataban los servicios de los niños gato, aunque sus contactos con el ayuntamiento eran los que les daban el control sobre el plan general de ordenación subterránea.
No importaba lo peligroso que pudieses ser, cuánto poder o cómo de rico te considerasen todos; si los habitantes de Bay city hubiesen llegado a saber que una sociedad de caníbales gobernaba la ciudad en secreto, las consecuencias habrían sido catastróficas.
En La catacumba se tenía la creencia en que los casos de ciudadanos especiales con poderes, lo eran precisamente por el canibalismo. Hasta que conocieron a Kino. Aunque esa es otra historia y deberá ser contada en otro momento
Un vampiro suelto en Bay City
Bay City, principios de la década de los cuarenta.
—Perdóneme padre porque he pecado —susurra una voz a un lado del confesionario.
—¿En que puede ayudarte este humilde siervo de Dios hijo mío?
— Ha pasado casi un mes desde mi última confesión, y reconozco que he pecado mucho, he matado tres vacas, seis cerdos, dos caballos, le di un susto a la vieja Ann Wilson que casi le da un infarto, y casi mato a cuatro hijos de Barrabás que querían atracar a la señora Elizabeth y a una jovencita que la acompañaba.
— ¡Joseph, maldita sea! ¿Otra vez? —susurró con visible enfado el párroco mientras abre el ventanuco que separa las dos zonas del confesionario.
— No te preocupes Frank, los dueños de los animales recibieron un generoso “donativo” y tanto los ladrones, como las damas no recordarán nada, ellos pasarán una larga temporada en el hospital y luego en una oscura celda, donde deben estar —respondió el penitente.
— “Ego te absolvo in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen”, y ahora, espérame en el patio, voy a por el whisky. —dijo el cura mientras salía refunfuñando del confesionario.
Minutos después, ambos hombres se encontraban el esplendoroso patio, que daría envidia al mejor de los jardineros.
— Frank, he estado pensando que si voy a ser una especie de justiciero , necesitaré pertrechos, algo como uno de esos modernos chalecos que llevan los policías, estoy harto de recibir balazos y puñaladas.
—¿Justiciero? ¿Como Espectro Azul?, creo que hay otras maneras de hacer las paces con Dios, aparte de “repartiendo leña” como dicen los jóvenes.
— Repartir leña fue lo que os salvó a ti y al padre Owen hace cuarenta años —protestó el acompañante del padre Frank.
— Joseph, tienes que dejar de hacer esto —suplicó el sacerdote.
— ¿El qué Frank? ¿Sobrevivir a base de sangre de animales y lo que puedo conseguir del hospital? ¿Detener a ladrones y canallas? ¿De intentar ganarme el favor de Dios y poder morir? Creo que casi dos mil años de penitencia son suficientes.
—Dios nuestro Señor tiene planes para ti. —aseveró el párroco sirviendo otros dos vasos de licor.— Caín mató a su hermano, y por ello, Dios le castigó a vagar por La Tierra. ¿Qué castigo sería el adecuado para el hombre que con falso testimonio condenó a su hijo a la cruz?
— Sabes que eso no fue cosa mía, fue Poncio Pilatos, yo no tenía potestad para ello. Y ¿Por qué condenarme a mí a la sed en una noche que no tiene fin? mi suegro también estuvo implicado y murió plácidamente rodeado de sus esposas.
— Dios escribe derecho con renglones torcidos, incluso para alguien como tú gran Caifás, Sumo Sacerdote del Sanedrín, no lo olvides.
Nota: Este relato es la segunda parte de “Fuego en el Agujero”, aquí dejo el enlace por si el maestro tiene a bien compartirlo, , o si no hay mucho lío, lo puede releer, en sus cadavéricas manos lo dejo. https://noviembrenocturno.es/forum/postid/2717/
El resumen, sería básicamente que Samuel Emilio Vásquez, de quince años se ha metido dentro de un edificio en llamas, para rescatar a una familia que no pudo salir por su propio pie, el chaval, queda algo magullado y el anterior relato acaba con él saltando por una ventana con un bebé en brazos.
Después del incendio, ¡Mi Madre!
Bay City, Año 2002, a unos quince metros de altura en un edificio de la calle Palmer.
Aprieto con firmeza el cuerpecito del niño esperando el duro golpe contra el suelo, afortunadamente caigo sobre una colchoneta colocada por los bomberos, que para mi desgracia no se ha inflado del todo, el impacto es brutal, oigo como varios de mis huesos se fracturan. Semiinconsciente, abro los ojos y ahí está el pequeño cabroncete, mirándome con ojillos curiosos mientras se parte de risa —«¡La madre que lo parió!»—, pienso para mí mismo. La cual llega corriendo mientras grita el nombre de su hijo.
En un esfuerzo sobrehumano, intento ponerme de pie, pero es inútil, el tobillo no me responde, creo que me he roto la otra pierna, y por el dolor del pecho, también algunas costillas, escucho vítores de gente antes de desmayarme del todo.
Recupero el conocimiento en la ambulancia, me toco rápidamente la cara.
— Tranquilo colega, no te la hemos quitado, sigue en su sitio —me indica uno de los enfermeros.
— Guay —contesto a duras penas a través de la mascarilla antes de volver a desmayarme.
Vuelvo a despertar, esta vez en una cama de un hospital.
— Has tenido suerte Sammy. —apunta una familiar voz de tono metálico—. Tu madre está en camino.
— Hola Señor Tesla, ¿No conoce a nadie en protección de testigos que pueda hacerme desaparecer, o tal vez algún veneno como cianuro o matarratas, será mas rápido e infinitamente más indoloro que lo que me hará mi madre.
— No creo que sea para tanto, en la base se la veía bastante orgullosa de lo que has hecho, muy preocupada, pero orgullosa.
Pasamos un rato charlando sobre las desventajas de intentar correr por una pared con un esguince cuando de repente se oye un portazo, miro a Tesla cagado de miedo.
—¡Samuel Emilio Vásquez West, de esta no escapas!
En un lugar de Bay City, en el Apartamento 11 de la Calle Vuelo del Cometa, Nº77.
ID del Caso: 96-L-96
Agente: Connor Murphy.
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"Nuestro limite es la imaginación"
(Sonido de de grabación)
LEM Corp. me ha destinado a Bay City una ciudad con gigantescos edificios con holopublicidad como vestimenta superficial, calles interminables y laberínticas, abarrotadas de una belleza corporativa y decadencia social que refleja bien la gente que vive aquí, no ha cambiado nada estos últimos años, nada. Luces de neón recorren dichas calles y la luz del día no se diferencia de la contaminación lumínica ¿Para qué mueren las estrellas? Sino es para que nuestro firmamento se ilumine. Apenas se ve el sol con los edificios, eclipsando el cielo, apenas puedo ver la luna o las estrellas y las únicas estrellas que veo son de un neón amarillo y puntos de una luz blanca que me hace necesitar hasta gafas de sol en ciertas ocasiones para caminar cerca de ellas, me ciegan. La inteligencia artificial ha avanzado tanto que incluso hologramas de empresas te persiguen y acosan por las calles con una publicidad agresiva, el spam de tu correo ahora es un holograma que te persigue hasta en el baño sino le dices que no.
El olor de las calles es una mezcla de contaminación, humedad y los olores de los cigarrillos electrónicos de distintos sabores. Los locales de mala muerte huele a meado y cerveza, y los que son más “sofisticados” huelen a popper y perfumes de marca y colonias de marca blanca de aquellos que van a evadirse a bailar o conectarse a una neurodanza para olvidar cuál es su realidad ¿Qué es la realidad? Se conectan y bailan para que su insoportable vida sea lo más amena posible.
Los índices de criminalidad han subido más y más cada año, esta ciudad no solo ha sido abandonada por cualquier Dios, sino que ahora el Dios es la ciudad y ahora ella es la que decide quien vive y quién muere. Bay city no ha cambiado, ha evolucionado o ¿Habrá degenerado?
Han asesinado a un ejecutivo en esta ciudad, un pez gordo de LEM Corp. que tenía información valiosa y ahora me toca a mí encargarme de investigar qué es lo que ha pasado, han elegido al detective con la brújula moral más dudosa de todos los detectives que hay. Yo no me lo creo, yo creo que no me aguantan, que me odian o envidian por alguna razón que no llego a entender. Quizá me quieren quitar de en medio. El mundo sería más aburrido sin mi.
¿En qué momento vendí mi alma para trabajar para esta corporación?
Es verdad, una persona sólo vende su alma a cambio de algo bastante serio. Ahora recuerdo por qué lo hice, ahora sé que no debí hacerlo. Soy un detective con el pasado borrado o más bien fragmentado a casa de una amnesia disociativa, disociado totalmente de realidad y con la estabilidad mental de un cromado al borde de la cyberpsicósis y con más dudas que un filósofo existencialista francés.
Como hace ya algún tiempo que no tratamos esta parte del hilo en Historias de Bay City, me gustaría hacer un pequeño resumen antes de retomarlo.
Un ladrón de poca monta, por arte y suerte del destino, se hace con dos valijas que contienen un arma. El arma definitiva capaz de matar a cualquier metahumano con el poder de la nota marrón: descomponiéndoles el tripamen hasta reventarlos por dentro.
El ladrón en su huída, se oculta en unos de los contenedores que Boogie el Aceitoso (Con permiso de Fontanarosa), tenía repartidos, con tan mala suerte que se encuentra a Boogie dentro.
Como es natural, El Aceitoso se queda con el arma y mata al ladrón, pero atrae las miradas de sus buscadores hasta que decide atacar la academia de mutantes para hacer que le dejen en paz. Resultado: acaba con todos.
Atrás en el tiempo, por un encargo de la mafia, uno de los bastardos que Boogie ha dejado repartidos por la ciudad, es secuestrado por los niños gato con el afán de extorsionar al abuelo materno del chaval: el alcalde Quimby.
Al poco descubren que Kino, el niño robado (en ese entonces un bebé), tiene una capacidad especial. Un poder que no le deja morir, sea cual sea la herida. Uno de los niños gato se lo empieza a comer sin saber que era parte de un encargo, pero cuando se le resbala y cae a través del esqueleto herrumbroso de una nave industrial, se estampa contra el suelo y revive en segundos. A partir de ese momento, cada muerte lo devuelve más desarrollado y sádico que cuando se fue.
En pocos años de vida y muerte en el existir de Kino, se vuelve un lugarteniente que hace lo que le viene en gana dentro de la organización de los Niños Gato. Todos le guardan una mezcla de respeto y miedo por sus capacidades y su sadismo herencia de Boogie el matón.
Un día, vigilando los muelles del puerto, encuentra a un doble suyo llamado Kenzaburo. Encerrado en un contenedor con un montón de infantes en descomposición. El único sano del lote.
Es idéntico a Kino pero más blanco que la leche, y también bastante más despistado que él. En seguida Kino decide hacer un golpe de estado y matar al enlace directo de los Niños Gato con Felipe, Seña Lionor, quien hasta ese momento les conseguía los encargos para la mafia.
Felipe sabía perfectamente que ese movimiento iba a desestabilizar el fino equilibrio que tenían las bandas entre sí, pues gran parte de su labor era resuelta por los Niños Gato de manera autónoma. Fue el primero en adivinar que las cosas se pondrían bien turbias en cuanto las bandas se enterasen del último “Ajuste” de Kino. Era muy posible que toda Bay City se conviertiese en un infierno y se disponía a salir corriendo del lugar cuando es interceptado por Boogie.
Lo último que tocamos de este arco es que Boogie, intentando sacar ventaja de la situación, se escabulle entre las sombras del callejón y secuestra a Kenzaburo, al que tortura hasta el cansancio para obtener información del verdadero origen de los Niños gato, sus orígenes y sobre todo, dónde guardaban las ganancias de sus fechorías.
Con gesto de hastío y la ropa llena de la sangre de Kenzaburo, Boogie ha sacado unas pocas cosas en claro: que el chaval llevaba poco tiempo en la organización, que Kino tenía planes y que bajo el suelo de la ciudad se escondían secretos ancestrales que hacían de ésta un lugar mucho más grande y rico de lo que creía.
Apuntó a Kenzaburo con el arma de la nota marrón y el chico se le rió en la cara hasta que Boogie apretó el gatillo. Kenzaburo no podía creer la potencia de su diarrea y se apagó poco a poco mientras las tripas abandonaban su cuerpo en una especie de caldo de persona.
La cabeza del chico sería un mensaje ideal para remover el avispero en la nave de los Niños gato.
A cambio de un puñado de billetes, un mendigo a medio pudrir entregó la caja con la cabeza al primero que abriese la portezuela de la nave en el callejón de la manada. La casualidad quiso que fuese el propio Kino, que antes de abrir la caja invitó al mendigo a pasar con la promesa de una propina. El mendigo nunca salió, pero a los pocos minutos las calles se llenaron de niños con miradas aviesas en busca de alguna pista de boogie que, en esos momentos se ocultaba en una habitación abandonada justo encima de la cafetería donde secuestró a Kenzaburo.
Esta vez volvió a contar calculando mentalmente cuántos de esos chavales quedaban dentro de la nave. Al cabo de una hora habían salido todos menos Kino, que con angustia existencial se preguntaba cómo demonios podrían haber matado a su mascota.
En el tejado de la nave, a través de las vigas y encaramado entre las sombras, Boogie se aseguraba de que nadie más acompañaba a su bastardo. Kino, con el teléfono de seña Lionor enganchado en el hueco entre el hombro y la oreja, ajeno a las intenciones de su padre, intentaba dar con Felipe, al que maldecía con todas sus fuerzas. Estaba seguro de que tenía algo que ver con esto. No alcanzó a reconocer a Boogie durante el secuestro, pues durante años de misiones encubiertas se había convertido en un genio de la ocultación y el disfraz. Por supuesto que Kino sabía de su existencia y del lazo que los unía, pero más que como un padre, lo veía como un objetivo al que tener bajo control.
Cabe señalar que esto último lo hacía muy mal. Tan mal, que después de colgar con violenta frustración y por enésima vez el auricular del teléfono, Boogie le cayó desde lo alto con la potencia de una avalancha. Aplastándolo contra el suelo.
Cuando Kino volvió en sí, ni él ni Boogie conocían el lugar al que habían venido a parar.
Boogie quiso salir rápido de la nave. Antes de que Kino despertase. Antes de que volviesen más niños, pero mientras consiguió lo primero, pues en la caída dobló al chaval por la mitad, al querer salir vio por las cristaleras que los chicos empezaban a regresar y ni la puerta a la calle, ni los tejados eran una huída oportuna en ese momento. Por supuesto que de todas formas eran niños y adolescentes, aunque acostumbrados a matar y comerse a sus semejantes.
Kino abrió los ojos en un cuarto con las paredes de cemento y el suelo de piedra. Estaba atado y amordazado.
Frente a él, apuntándole con el arma de la nota marrón, Boggie miraba con ojos de iguana por una ventana que más bien parecía una claraboya. Cuando éste se dio cuenta del despertar, miró a Kino a los ojos.
—¿Y cuánto tiempo llevan montando este chiringuito, chaval? —En los ojos de Kino, que a su vez paseaba su mirada de una ventana a la otra, pudo ver que para él, ese lugar también era completamente nuevo.
Acababan de dar con una de las entradas a La Catacumba.
—¿Cómo quieres que lo sepa, Boogie? —Kino le hacía ver con la mirada el menosprecio que le tenía como padre y como persona, pero aún así era sincero. Seña Lionor, el alma mater de los niños gato en el exterior, nunca les contó que La Catacumba fuese un lugar tan evolucionado.
Por regla general, los niños gato subían a vivir con ella desde los 3 o 4 años de edad. Era en la superficie donde lo aprendían todo y Lionor la que les enseñaba los pormenores que necesitaban saber de esa vida, como la manera de desenvolverse en la calle sin ser vistos, los escondrijos, la forma de matar rápido, en condiciones y, sobre todo, cuál era su posición en el mundo con respecto al resto de los niños. Ellos eran una raza especial y ninguno de los que habitaban el exterior tenía poderes menos el propio Kino, que era... por supuesto, adoptado.
—¿Qué culpa tengo yo de que la vieja hedionda tuviese callada toda esta... esta... cosa? —Boogie supo ver que no mentía. A Kino tampoco le interesaba que los de la Catacumba supieran que se había comido a la mentora de la mayor parte de sus hijos. Estaba dispuesto a ayudar al matón. Ese no era un lugar seguro para ninguno de los dos.
Kino no tenía plan alguno. Su mente era la de un niño grande. El más hijoputa de los niños, mas niño a fin de cuentas. Su intención no era otra que la de ver el mundo arder mientras comandaba una legión de matones antropófagos y adolescentes desde las sombras, desligarlos de sus orígenes para controlar la mafia de Bay City, pero después nada. Ahora era consciente de que le faltaba la ambición que solo se obtiene con la experiencia.
Boogie tenía las cosas mucho más claras. El sitio donde estaban, saltaba a la vista que era la casa de la vieja tutora. La única en contacto directo con los dos mundos. Por muy asesinos que fuesen sus pupilos, la salida a través del callejón, le parecía mejor opción que la de enfrentarse a esa ciudad recién descubierta, aunque tuviese que matarlos a todos en su ascenso. corriendo el riesgo de morir también en el intento.
¿Cuánto tardarían en dar con la galería por donde huyó con el cadáver de su jefe?
Empezaron a crujirle las tripas. Hasta las bestias salvajes como él necesitaban alimentarse, así que se dirigió a lo que parecía una especie de despensa con latas, paquetes de galletas y un montón de chorizos colgados, curándose y espesando el ambiente con su aroma. Salió de allí con uno de los chorizos a medio mascar y un bote de bizcochitos abrazado como un bebé.
A Kino se le despertaron las ganas de comer cuando vio aparecer a Boogie meneando el bigote. Alzó la cabeza y olfateó el aire.
—Tienes hambre ¿Eh, pequeño cabrón? —susurró Boogie con sorna.
Entonces Kino, al ver el chorizo mordido en la mano de su padre, esbozó una sonrisa de medio lado. Boogie solo dejó de mascar, abrió la boca y dejó caer el bocado. No le importaba comer cualquier cosa siempre que le llenase las tripas y no tuviese ni idea de qué estaba comiendo, pero esa sonrisilla de bastardo le dio a entender que la vieja preparaba fiambres de carne humana.
Los rumores eran ciertos.
Corrió hasta el baño escupiendo por todo el camino, se metió dos dedos en la garganta hasta el fondo de la garganta al tiempo que abría la tapa del váter, pero no llegó a potar.
El sonido de un resorte estalló desde el lavabo y se expandió por el apartamento de la vieja, haciendo coro con el crujido del cráneo de Boogie, atravesado por una sarta de lancetas que saltaron desde la boca del cagadero.
Adiós, Boogie el aceitoso.
Atado como un puerco en medio del salón, retorciéndose como un enorme y gordo gusano de la muerte, Kino entendió lo que acababa de pasar. Su primer pensamiento no fue saber si Boogie estaba bien o no, fue el arma de la nota marrón.
Ni Boogie, ni los metas, ni lo que quiera que hubiese en la maldita Catacumba. Si llegase a hacerse con ella, nadie podría nunca pararle los pies.