Culpa, una joven y contrita sirvienta parroquial, célebre entre el sacerdocio varonil, encaraba su juicio, acusada de albergar en su vientre al Anticristo.
Mientras tanto, la sirvienta ya no ejercía como tal, pues agonizaba febril en su lecho (de hacer tantas camas) mientras los frailes y monjas discutían entre orar a favor del milagro o sacrificarla para sanar de raíz; claro que los hermanos se posicionaron más por no sacrificarla, dado que a ellos les resultaba más útil que a las monjas. Así argumentarían que estaba preclaro que un mal influjo la había corrompido para no seguir encomendando sus jornadas a la nudosa, pero encomiable, labor de cuidar a la comunidad clerical de La Cofradía de La Orden Cruzada; pero que, de acompañar su sufrimiento con devotas[1] oraciones en intimidad y por turnos, volvería a ser la moza enérgica y noble de siempre.
Antes de tomar una decisión, las monjas, cabalgando en celo, pero con excusa del recatamiento, decidieron en la clandestinidad el impío deseo de su liberación eterna y, así, el aborto infértil del Anticristo. Prudentia, una niña que recién empezó a vestir el hábito, preguntó a Fanatías, la Inmacular de la cofradía (y por tanto muy superior), que con ella se hallaba.
—Perdone ruégome pero, ¿cómo hemos sabido que es el Anticristo aquesto que retoña en su vientre y non alguna pobre criatura malograda?
Fanatías no mostró ni la más remota expresión de razonamiento, sino que habló (recitó más bien) con intranquilizante seguridad y como si aquellas palabras no necesitasen mayor explicación; así como un dogma al que no le falta mucho para convertirse en mantra.
—Dado el imperturbable casto de todo hermano varón iuramentado et entregado en cuerpo e alma a Nostro Senior della Orden Cruçada—. Fanatías siguió hablando casi sin detenerse, esta vez a todas las hermanas y con entonación mucho más producida; solemne y piadosa —Hermanas, la nuestra siruenta nos agradeçe poner término a su tormento e, de paso, impedir que alumbre al Anticristo. Os reúno a ignorançia de los hermanos, quienes prefieren mantener cum vita a esta otrora sierua del Senior, mas agora corrupta e inseminada por el mismo Diablo. Nosotras la exsecutaremos.
—¿E qué será della estremaunçión? —Preguntó la hermana más preocupada en los antiguos protocolarios, dibujando en Fanatías un ligero reflejo de impaciencia y decepción, ya que en dicho sacramento se otorga la oportunidad de confesar.
—Non partirá al Regnum Dei[2] sin sua última estremaunçión. —dictaminó Fanatías retomando aquel tono insípido, aséptico y casi mántrico con el que habló a Prudentia.
[1] Hace siglos se solía usar el término “devota” para indicar con sutileza a una amante silenciada del clero. Síntesis entre mujer piadosa y amante. Ejemplo: Lazarillo de Tormes.
[2] Del latín. Significa “Reino de Dios”.
Prudentia velaba al lado de Culpa en su última noche. Culpa sudaba y palidecía tanto que emulaba la nieve diluyéndose. Prudentia intentaba dar inicio a la extremaunción, difícilmente de comenzar, dada la ausencia de palabra y cordura que precedía a Culpa, consecuencia de las fiebres y los debilitamientos a causa de los numerosos abusos. En medio de la desesperanza de Prudentia, apareció Fanatías. La novicia intentó explicarle.
—Hermana Inmacular, estamos ante lo que queda de Culpa. La moça ya non puede sino musitar delirios. El brillo de los suios oxos ya non responde con cordura; ni en su uicio hay filtro entre lo inspirado e lo apócrifo. Miradla a la faz, —para cualquier común sería un genuino calvario mantener la mirada a Culpa, oír el crujido de su respiración, distinguir las lágrimas entre sus sudores. Así la novicia prosiguió interpelando a la piedad de la Inmacular, al ver en ella una calma entre indiferente y soberbia— ¿Es posible que el Nostro Senior della Orden Cruçada haya prouisto sendas espinosas para eia y deba superarlas cum nostro socorro? Por piedad, rogo, eminençia reuerendísima, sea al menos en reparación de tantos caluarios perpetrados en eia durant sus ofiçios prestados.
—Dexadme a mí, nouicia —Enseguida Fanatías empapó su propio paño de su aseo íntimo con los febriles sudores faciales de Culpa y sus lágrimas y, antes de abandonarla, le dedicó una última gozosa e inquisidora mirada—. Esto seruirá para confesión de los suios pensamentos febriles e demás pecados. Podéis ir preparando La Foguera Purificadora.
<<Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos>> (Mateo, 5, 10)
Tormentera, una solitaria y cabizbaja peregrina, que iba acompañada de Amármal; otra, como Tormentera, viajera y cabizbaja. Tormentera estaba colmada de aflicción y pesar; todas las plagas habían hecho mella en ella, su rostro no entrañaba simetría alguna, le costaba hablar y pensaba distinto.
Peregrinaban hacia la abadía de La Cofradía de la Orden Cruzada para aliviar ese anhelo que tanto le afligía a Tormentera, la compañía de una verdadera hermandad o sororidad. La tarde se prestaba lluviosa y la senda parecía nunca terminar. Finalmente llegaron en plena penumbra. La extraña arquitectura de aquel templo pregonaba la austeridad y rigidez propia del románico castellano, como una materialización de la mayor rectitud y hieratismo humano, tan digno que también incontestable. Pero, a su vez, carecía de ese amparo y recogimiento para los presentes; parecía erosionado y de una pobreza indigna para un templo de paz y prédica sagrada. Quizás los hermanos lo interpretasen como un símbolo de humildad modélica, o simplemente se acostumbraron. No lo puedo saber.
Y allí quedó Amármal, ante el portón de madera gruesa de la abadía.
Lo primero que vio Tormentera al entrar fue una nave de arcos fajones, que a ella le pareció el costillar de un gigante. Tormentera no se adaptó al lugar, simplemente estuvo; aguardó mientras se le fue olvidando qué aguardaba. No le hicieron muchas preguntas a la muchacha, ya que no podía ser considerada una amenaza por nadie. Le tomó tiempo a Tormentera asimilar tras ver la doble cara de sus nuevas sores, pero asumió finalmente que no aliviaría aquel anhelo hermanal; pues pudo comprobar, mediante la hermana Prudentia, cómo su familiar Culpa había perecido recientemente: despojada de cordura y arrojada a las brasas de La Hoguera Purificadora. Nunca había tenido una idea clara de cómo era Culpa. Nunca nadie le habló de ella. Pero la pensó tan a menudo que, a veces, incluso había sentido su compañía a lo largo de su vida. Tardó, pero finalmente salió de allí.
Ya no estaba Amármal. Tampoco la buscó. Sólo miró a donde se anunciaba el alba y volvió a peregrinar. Más sola que ayer.
—Agora no tengo que mirar al suelo prudente. Agora se puede ver. Al final hay claridat —se dijo a sí misma Tormentera, ya que se oía mejor a modo de voces internas, sin verbalizarlo físicamente.
<<Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores y experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos>> (Isaías, 53, 3)
El jardín era notoriamente extenso y tenía un enorme árbol drago con un lago en medio en cuya superficie se reflejaba cerúleo el cielo. Formaba un paisaje entre edénico e íntimo dentro del patio pseudo románico de la abadía, cuya visión provocaba la ilusión de ralentizar el tiempo. Los hermanos se encomendaban a diario aquel jardín para pedirle al gran árbol cuanto estimaban en sus oraciones: bienes terrenales, clemencias climáticas, sobrante madera, alimentos en desmesura, etc. Aquel jardín y su drago, tenían grandes connotaciones mágicas a percepción de la cofradía, dado que siempre había provisto sin tacha a todas las generaciones que por allí pasaron.
Ya no, no más que en el recuerdo. El fruto que un día brotó de una tierra húmeda y agradecida, hoy se hallaba encepado y retorcido hasta el exprimir de su última gota por el albero abrasador. El armonioso drago cuya verde corona podía brillar soleada, hoy encogía jorobado y en torsión suplicante cual mendigo pobremente envejecido. El lago que se recuerda como un manto calmo y extenso de alegre variedad colorina, ha regalado una lastimera visión de charca secada, cuya fauna, otrora grácil y ahora putrefacta, se descomponía revelada entre los innumerables residuos y despojos. El anterior paisaje había pasado de ser edénicamente reconfortante a amenazante y lóbrego.
Se cree que en los archivos de la cofradía moraban crónicas escritas de los fundadores y primeros ocupadores de la misma. En dichas crónicas se podrían leer costumbres distintas de las de ahora con respecto a comprender la naturaleza:
XV calenda de Iulio dela Era. Somos testiguos de una ruinosa plaga e una maldiçión en el nostro gardín. La sequía de su lago es nostra propia sed e la fatiga de sus frutales es nostra propia fambre. Ecce[1] nostra maior enmienda e arrepentimento, más otro grande aprendizaie e enderezamiento dela virtut: la comprensión destas raíces que, allende depender de nostro amor, no somos sino nos mismos quienes dependemos genuinamente de eias.[2]
Firmado: el primer Escriptular della Cofradía della Orden Cruçada, Amadeo
El Escriptular Tomás tomó cartas en el asunto y dictaminó una serie de normas al respecto, como la deposición semanal en el lago de elementos acordes a su dogmática. A saber: sales de la costa de alguna ruta de peregrinaje, lágrimas de Tormentera, sangre de mártires, cenizas de Culpa, etc.; así como el orar plegarías sobre los vegetales abrasados para que rebrotaran con la fuerza de las súplicas. Quedaría bajo penalización la omisión de estos deberes.
[1] Del latín. Significa “He aquí”.
[2] La teoría de la invención de la agricultura, no desde la virtud, sino a causa del vicio. Se cree que la agricultura pudo surgir como remedio a la escasez de recursos que causó la caza y recolecta indiscriminadas, y no por la búsqueda del sedentarismo como se ha defendido tradicionalmente.
El Escriptular se hallaba en el jardín palpando y extrayendo con su daga, para su “observación”, uno de los grandes pinchos metálicos que estaban brotando de las raíces desatadas del árbol, de cuyas puntas goteaba una sustancia roja que enseguida Tomás bien interpretó como un veneno al olerlo. Paseaba guiado por su báculo (Tomás, el Escriptular de la cofradía, era ciego[1]) como si esperase algo que sabía que iba a llegar. De repente, un hermano, Inocencio, llegó para hablar con él.
—Me preocupa, hermano Escriptular, que nuestros métodos elegidos, aunque piadosos y alumbrados por nuestro Señor, sean banales para el auxilio de estas benditas hojas y aguas. Nada me grataría más que saber si puedo ayudarle en su búsqueda de conocimiento para remediar nuestro jardín.
—Aunque nada puedo ver con estas vacías cuencas oculares —el Escriptular Tomás suspiró al cielo sus huecas órbitas, casi en un misterioso e injustificado ruego—, créeme que puedo sentir la amenaza descrita. Sígueme, hermano Inocencio.
Inocencio bajaba con él para abordar los oficios y estudios relacionados con el problema y, animoso por reparar el jardín, acompañó a Tomás escaleras abajo. Lo último que supo Inocencio sobre las anomalías del jardín fue que aquellas raíces pinchudas sangraban veneno y que atravesaban la carne hasta perforar órganos vitales, los suyos propios, a mano del Escriptular Tomás.
<<No destruirás sus árboles metiendo el hacha contra ellos; no los talarás, pues de ellos puedes comer>> (Deuteronomio, 20, 19)
[3] Guiño al apóstol Tomás, incrédulo de lo visible ("ciego"), aún con evidencias ante él. Santo Tomás, al ver a Cristo resucitado, no creyó tal cosa, hasta que lo tocó explícitamente (concretamente palpó sus llagas).
<<Pues toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre>> (Génesis, 13, 15)
Anunciación y Ecos del Fuego
La tortuosa muerte de Culpa, el indigno trato a Tormentera, la desaparición de Inocencio, el martirio al extraño: no más parasitación a nuestra costa fue lo que sintieron las gentes. El rumor corrió, y lo que era secreto terminó leído, encarnándose en jaleo y alta indignación en la aldea donde residía La Cofradía de la Orden Cruzada. Pero en especial la reciente adquisición de la cofradía: habían invertido gran parte de su capital acumulado en obtener un ejército de mercenarios, apenas una treintena de hombres serviría para amedrentar la denudada población de la aldea. Algunos aldeanos se sintieron amenazados y atemorizados por el poder visiblemente creciente al que ascendía la cofradía, tanto por el monopolio de la fuerza como por el derecho divino que le permitía tales cosas.
Unos cuantos lozanos, no más de una decena (Justo, Jurado, Odion, Promedeas, Nacimientos, Claros, Areté, Gallardo, Zacarías[1] y Nabia), pues no daba para más población sana esta aldea. Eran en su mayoría granjeros y estudiosos, salvo Gallardo, el tabernero. Se congregaron para mermar aquella maquinaria de poder e intentar volver a garantizar ciertas libertades y reducir su influencia. La última noche de reunión se dio, como era costumbre, en la única taberna del lugar, desde donde habrían trabajado un subterráneo que los conducía a las mazmorras de la abadía y, en el sigilo de la noche, ser más fácil superar al ejército de la cofradía.
—Debemos recordar con claridat donde descansan los mercenarios que no fagan guardia aquesta noche —dijo Odion mientras señalaba la ruta a seguir en el mapa—. Está pegado al gardín, donde el resto del exército façe la guardia. Vos, Promedeas, os sabeis meior los acçesos de enrededor y adentro, creo que por ello es meior que vayáis en cabeça.
Promedeas contenía el mucho coraje y valor en un ceño concentrado. Así no decidieron gastar más tiempo y emprender la cosa. Al final del conducto excavado en el subsuelo, todos se encomendaron a la fortuna y se adentraron en las inmediaciones cavernosas de la abadía. Lo primero que vieron fue el cadáver pútrido de Inocencio tras los humos de inciensos que Tomás solía disponer en aquel lugar, mezclándose con el hedor de la muerte y causando una peste nauseabunda, como si la misma muerte chillase en tu cara emanando un apestoso vaho. También moraban allí las cenizas de las víctimas de La Hoguera Purificadora. Claros quiso liberar una arcada, pero Nacimientos le tapó la boca.
—Non podemos facer el mínimo ruido para asegurarnos que non desvelen, ni tan siquera aquí abaxo en las mazmorras —le susurró al oído tan cuidadosa que el chico sentía más su aliento que el propio sonido, mientras la chica le daba ánimos con una palmada.
La mirada compartida por todos, que provocó aquel deprimente visionado, sabe Dios que habló por sí más que todos los juglares juntos.
[1] Este nombre refiere al peligro que tiene la corrupción del gobierno, ya que el mismo profeta (según interpretación cristiana) preconoció el precio del soborno por parte de los sacerdotes semitas a Judas para acusar legalmente a Jesús.
—Salve. No os consternéis por esta visión ni os contrariéis por mi aspecto exento de carne o hueso. No temedes mi voz sin sangre ni saliva. Vengo de un reino de bendiciones. Allá donde os guío está negado el pecado del mundo. Habéis sido gratificados con el descanso por vuestra rectitud y podéis cognoscer la eternidad en vuestras almas. En alivio sea la Alta Dicha que os aguarda.