Perdóneme padre por qué he pecado. La lascivia ha echo mella en mi de nuevo.
Y aún que la obra no ha culminado, el pensamiento cada vez es más recurrente.
Dulce urgencia del pecado que la serpiente me vino a traer, mostrándome ese néctar dulce y recurrente, pero mortal y soporífero.
Ayúdeme padre, pues hay veces que no entiendo tu misterio. ¿Por qué me diste ojos para verle, boca para hablarle y corazón para desearle? ¿Acaso no estoy siendo una gran devota tuya y gran sierva para que se me pruebe de esta manera?
El diablo llama a mi puerta, y aún que soy fuerte contra la tentativa, me siento débil de mente, pues deseo sentirlo en mis entrañas, deseo ahogarme en su ser. Desgarrarle los oídos con mis gemidos pecaminosos. Que me asfixie con su sabiduría. Hundirme en el placer de sus palabras y saborear el tacto de su piel.
Deseo sentirme dominada e ir a mis más más instintos bajos.
Me llama con la seguridad de sentir placeres nunca antes experimentados, y que me llevarán a sentir éxtasis, que de otro modo, no podría hallar.
Padre, salve mi alma impía y corrupta, pues aún recuerdo tus palabras duras llenas de amor que me prohibieron a tan siquiera nombrar su nombre.
Apiádate de mi, pues, aún que eres él recuerdo de que te elegí sobre todas las cosas, siento que su cantar es más fuerte que el de los ángeles.
Un hombre vestido de cura abre la puerta de la capilla donde se encuentra ella rezando, sentada en un banco. En la capilla se puede notar que baja un poco la temperatura.
El hombre se sienta a su lado pero ella sólo mira al frente y sólo le mira de reojo. El cura viste con la indumentaria habitual; una camisa negra, pantalones negros y unos zapatos negros, el detalle más notorio es la palidez de su tez y el alza cuellos color ciruela. Ella puede notar que tiene una ligera sonrisa algo sombría.
El cura le pone la mano en un hombro, de lo que si se puede dar también cuenta es de unas uñas largas y acabas en punta pintadas de un negro mate.
Espera un minuto, querida, no te gires a verme.
Lamentablemente no creo que te haga mucho caso, estará atendiendo a sus ovejas descarriadas y tu ya eres una una oveja negra dentro de su rebaño. Así que yo de ti no me tomaría ninguna molestia.
Si te dio ojos para ver y tanto te molesta verme, arráncatelos, si tan poco te gusta hablarme, córtate la lengua, si no me quieres desear ya sabes que hacer con tu corazón.
Parece que tu deseo puede más que tu amor por el de arriba si tanto pecado quieres cometer conmigo. ¿No crees?
Yo sólo quiero mostrarte la verdad, darte el conocimiento del mundo y las sensaciones.
Mira cómo acabó Fausto por acudir a Mefistófeles, le fue genial tuvo cuanto quiso y cómo quiso. Conmigo te irá mejor. Podrás ser tu.
No te das de cuenta que, aunque lo hayas elegido, no hace caso a tus plegarias.
Me dicen embaucador, a mi, pero el tiene un ejercito el cuál se dedica a lavar las mentes y apresarlas de como son ellos mismos. Está claro que desde que Lilith se reveló e hizo a Eva, todas las mujeres de su rebaño sois más sumisas.
Yo sólo quiero hacer lo que mejor se me da; liberar.
Después de sus palabras le quita la mano del hombro y se incorpora.
Dicen que siete años no son suficientes para conocer el placer del pecado. Piensan que por haber vivido tan poco no puedes gozar del más lujurioso vicio del paraíso, ni saciarte con la ambrosía prohibida del árbol de la glotonería. Al menos eso es lo que dicen los beatos impotentes.
Pero yo conozco la delicia de los placeres nacidos del hambre y la castidad. Yo sé reconocer en sus turbias miradas las necesidades que sus almas anhelan. Pues siempre quieren lo mismo…
¡Festín! ¡Festín! ¡Festín!
Cuando se arrodillan, no lo hacen para orar a ningún dios. Los festejos divinos tan sólo son una excusa para tragar y engullir. San Pan, Santo Vino y la Virgen de la Lupandada. Mételes por la garganta abajo un buen trozo de carne, y no habrá protesta alguna; llena sus tripas con viandas, y no habrá rechiste ni queja. Pues eso es lo que los motiva, eso es lo único que desean: engullir.
¡Festín! ¡Festín! ¡Festín!
Tengo muchos nombres, y ninguno puede ser pronunciado. Nací con el primer ser que ansío devorar al siguiente en nacer, y no moriré mientras quede uno por comer. Soy hambre, soy ansia, soy incapaz de saciar e imposible de hartar. Soy el entrante, el canapé, el primero, el segundo y el tercero, hasta el último que nunca llega. Soy tu postre favorito, el chupito que te pide el cuerpo. Cuchara, cuchillo o tenedor, del monte, el campo o la mar… ¡qué más da! Todos acompañan al que siempre llega, y nunca se va.
¡Festín! ¡Festín! ¡Festín!
El hambre te llama, te dice que te arrodilles. Miras al cielo, y tu cerebro aúlla muy fuerte por una migaja más. No temas, no te arrepientas. Ya te lo dije: es natural. Tu comes por que debes, lo necesitas, engordando como un buen cerdito, jugoso y tierno, cebando el tiempo hasta el día que te claven el espeto. ¡Oh! ¡Qué dulces serán tus gruñidos! ¡Qué deliciosos tus gritos! Pues el día que te desangres y te ases, tus chillidos clamarán…:
¡Festín! ¡Festín! ¡Festín!
De la Gula y sus apetitos.
De repente, en la sala, ingresa un ser bello, andrógino, sin apenas hacer ruido, y subiendo la temperatura de la sala. Segure y haciendo que sus suaves telas de seda bailaran a su son, como si se parara el tiempo, se acerca a la joven, pasando por delante de aquel "cura", sin tan siquiera mirarle, y se sienta a la izquierda de la misma.
-Bien aventurados son aquellos que en momentos débiles acuden a la casa del señor.
Le toma de las manos, mientras ella, temblorosa, sube la mirada, descubriendo unos ojos grises llenos de luz, una piel fina y suave; y unos labios rosados.
-No temas hermana, nuestro padre no castiga por el pensamiento, si no por la obra, y tu, estas siendo fuerte, a pesar de tu debilidad a causa del pecado primigenio. Él perdona ante todo, incluso si decidieras ir con el demonio, y volver él, con amor, te volvería a recibir.
Sus ojos, ahora, se alzan hacia aquel ser, y a al nada de donde parecía proceder la otra voz, serie, cambiando por completo su expresión amistosa. Se levanta, bien eriguide y se queda inmóvil en frete de aquel "cura".
-Esto, no es mas que una prueba de cuan vacía puede estar vuestro ser desde que decidisteis abandonar al Padre.
¿Vos le vais a dar sabiduría? ¿Los mismos que hicieron caer a Eva, con la misma falsa promesa? ¿De quien habéis aprendido todo lo que sabéis? ¿Quién fue vuestro primer maestro? De nada sirve ir al demonio, cuando todo lo que sabe, se lo enseñó el Padre. Nada le podéis ofrecer que no le ofrezca ya el Padre.
Pretendéis venir aquí, para alimentar vuestro vacío con esta pobre alma, vosotros, que no fuiste capaces ni de agradecer vuestra propia existencia, vosotros, que no entendéis los tiempos y misterios del señor, y que malinterpretáis su mensaje. Decime pues ¿Cómo vais a guiar a esta alma, si ni tan siquiera vosotros encontrasteis la luz?
Los placeres están para para saborearlos con calma y amor, no para crear vorágines. La sabiduría ha de darse a su debido tiempo, no de golpe, y cada prueba de Dios, es un aprendizaje nuevo, y aun que duelan, son traídos con amor de padre.
Pero que entenderéis vosotros, si solo fuisteis los bocetos antes de la obra de maestra. Nunca olvidéis pues, que aun que vais en contra de la voluntad divina, por el amor que os tiene, seguís existiendo, y vuestra existencia es solo un refuerzo para que los hijos de dios sigan su camino.
Aun que no lo queráis, seguís en su plan, y contribuís a el.
Aquel ser se gira mirando fijamente al ángel, impasible ante su presencia. Al mirarle le sale una sonrisa de excitación.
Noto algo de provocación en tus preguntas, permíteme regocijarme pues en este juego tuyo.
Lo primero, sobre las acusaciones de Eva… debo recordarte que fue su propia elección escuchar mi sugerencia y desobedecer aquel al que llamas “Padre”.
Yo…yo sólo ofrecí una alternativa (sonríe de manera maliciosa), pero fue Eva quien decidió dar tal paso ¡Qué desgracia! ¿No? Qué fácil es echarle las culpas a otros por nuestras propias elecciones. Qué fácil es quejarse y que complicado es asumir la responsabilidad de nuestros actos.
¿Qué de quién aprendí todo? ¡Esa pregunta es muy entretenida! Antes de mi desgraciada caída era uno de los ángeles más instruidos, poderosos y cercanos al Hacedor, diría que hasta fuí su mano derecha el favorito pero al parecer no le gusta que le contradigan. ¿Quién necesita de las aburridas enseñanzas “divinas” cuando uno puede experimentar el mundo desde una perspectiva… distinta?
No es sorpresa que mi caída me haya otorgado un conocimiento, experiencia y sabiduría que eclipsa a cualquier “maestro”.
¿Guiarla? No… no os preocupéis por eso, no tengo ni la más mínima intención de quitarle el puesto al Hacedor, no querría que se cogiera una rabieta de nuevo y, siendo honesto, no quiero que la pague contigo a causa mía. Pero es divertido ver como os aferráis a vuestras creencias, pensando que soy incapaz de ofrecer cosas nuevas. No tengo pretensión alguna de guiar a nadie, sólo disfruto enseñando más perspectivas al mundo.
Se acerca al oído de la muchacha que reza ¿Verdad querida mía?
Vuelve a mirar al ángel.
Y te equivocas en lo de estar vacío, no tienes ni idea de lo profundidad que puede tener alguien. Lo más fácil siempre es juzgar y sentenciar un prejuicio.
Y los placeres… los placeres pueden estar hechos para saborearlos poco a poco sí pero ¿Qué humano hace eso? Ninguno. Cada “prueba de Dios” es un mero entrenamiento para mí, sólo le doy lo que más quieren y desean ¿Por qué hacerlo con calma? No, no sabes lo que es la pasión ni el deseo, te escudas en una armadura de moralidad que realmente jamás te has cuestionado. Tienes ante ti el claro ejemplo de lo que pasa si te cuestionas cosas, además mi existencia no es sólo un refuerzo para los hijos de el “Padre”, sino una prueba constante de su falta de capacidad para resistir mi influencia y voluntad.
Seguid creyendo en la promesa del Paraíso, de la luz divina la cuál sólo se obtiene sufriendo, ya que toda la humanidad fue condenada a causa de que no se hicieran responsables aquellos que cometieron a eso que llamáis "Pecado Original". Sólo fue la verdad, yo nunca tiento sino con la verdad.
¿No existía el árbol que, a su vez, la vida daba?
Aquel que daba la verdad y arrancaba la ignorancia.
¿Lo mandé yo plantar? No ¿Puse al alcance
de seres inocentes lo que estaba vedado,
seres cuya inocencia les tornó ansiosos?
Obviamente no, no fui yo, sino él.
Mi existencia puede que sea algo… molesta pero hace de la vida y la historia más interesante.
¿No crees?
Se relame mirando fijamente con sus ojos negros a la muchacha mientras la sonríe.
¿Verdad que no es malo ser quien eres?
¿Verdad que es hermoso tener defectos?
¿Verdad que es mejor la verdad a la mentira?
¿Verdad que es mejor conocer que desconocer?
¿Verdad que es mejor ser uno mismo que quien esperan que seamos?
(Suelta una risa que resuena por toda la capilla)
Oro, plata, ámbar y obsidiana; gloría, poder, vida y muerte. Son tan sólo algunos tesoros de mi haber, que, como minucias y nimiedad, deambulan bajo el ala de mi potestad. Mas nunca son suficientes, nunca está saciada mi fatua ambición; pues yo siempre deseo más. Más y más. Sabed que en mi saca no hay límite, sabed que en mi alijo no hay fondo. Todo es poco. Nada demasiado.
Mío. ¡Mío! ¡Todo es y será por siempre mío!
¡Qué me importa a mí tú mirada! ¿A caso no es ya mío tu desprecio? Tú ya no tienes valor, ni riqueza, ni siquiera un mísero atisbo del valioso porvenir. Y aun en tu carencia, incluso en tu insignificancia, a pesar del pudo, podría o podrá, yo te quiero, te anhelo; debo tenerte. Tu carne, tu alma, tu ser; todo es poco si lo puedo poseer.
Mío. ¡Mío! ¡Todo es y será por siempre mío!
Si el cuco canta una sinfonía, mi mano rauda la atrapa. Si la trucha boquea su alivio, mis dientes lo agarran con brío. ¿Debe el afilado filo rajarlo pedazo a pedazo…? ¡Hágalo! ¿Precisa la cadena ser llave, cerrojo, cárcel y guardián…? ¡Séalo! Tú, el, ella…; yo. Desde el todos, hasta la nadie.
Mío. ¡Mío! ¡Todo es y será por siempre mío!
Ven. Ven a mí. No hay por qué tener miedo. No existe razón alguna para la duda. Un paso, después otro. Por caminos y peldaños, desde la alta luz a la oscura hondonada. Ven. ¡Ven! Aquí te espero, con mis brazos abiertos, dispuesto a recibirte en mi voraz seno. Ven. Ven… Entra. Cruza el umbral. Pues bajo mi techo siempre hay lugar para más.
Mío. ¡Mío! ¡Todo es y será por siempre mío!
De la Avaricia y sus posesiones.
Veníais de noche. Veníais de día. Con fuego y hierro, con sonrisa y traición. Muertos fuimos, por mano de cobardes e impíos. Algunos colgados de un madero bailamos al compás de la leontina, mecidos como la madre acuna la cría. Otros nos convertimos en estandartes de hueso y piel, con la estaca y el árbol que sostuvieron nuestra agonía. Muertos. Todos fuimos muertos. Pero yo todavía clamo…
¡Traedlos! ¡Pues mía es la venganza de la ira!
Mi cuerpo es acero, mi sangre veneno; no hay pozo, fosa, tumba o prisión que pueda ya detenerme. No hay esperanza de salvación. No hay gozo en la victoria. No hay lloro o cantar, ni laido o virtud, para el recuerdo. Tan sólo lo dispuesto. Tan sólo la indomable voluntad. Tan sólo… la ansiada vendetta.
¡Traedlos! ¡Pues mía es la venganza de la ira!
Dioses e infiernos, muertos del Averno. Oíd mi lamento, escuchar mi juramento. Pues yo os digo que no habrá paz ni paraíso, ni redención o purgatorio, no habrá nada más que: furia, odio, rabia y rencor; y del enojo surgirá el tormentoso resquemor, y de este nacerá la imparable vesania. ¡Muerte no será fin! ¡Rendición no traerá salvación! Seré garras, seré dientes, seré el paso del tiempo, que lento y ominoso acabará con todo.
¡Traedlos! ¡Pues mía es la venganza de la ira!
Ahora, sus cenizas tiñen el cielo, sus restos abonan las lomas. Todos duermen ya el sueño sin despertar. No hay alegría, ni esperanza; nada queda más que la fría soledad. Pero este no es el final; ni ahora, ni nunca. Pues yo soy fuego, yo soy fuerza, yo soy… Ira. Y nadie podrá apagar ya jamás mi vengativa rebeldía.
¡Traedlos! ¡Pues mía es la venganza de la ira!
De la Ira y su venganza.
Como la suave lluvia sobre la arena, igual que la liviana caricia de la brisa primaveral. Viene y va; sin compas, ni tempo, ritmo o concierto. Sólo viene y va. En la calurosa tarde después del buen zampar, con la noche muda sin estrellas después de otro día más. Siempre llega, y luego se marcha; siempre vuelve, y nunca se olvida.
Y viene, y va; como el rumor de la mar.
Algunas la odian, otros la adoran. Huyen, combaten, se abrazan, pero la niegan. Y viene y va, inmutable en su pesado deambular. No trae miedo, no ofrece consuelo, no sirve a la felicidad, no permite el despertar. Plomiza y delicada es su mano, soporífero y cautivador su canto. La amante eterna de Cansancio, de Orfeo y de Láudano.
Y viene, y va; como el rumor de la mar.
¿Quién niega que no la halló al final? ¿Quién miente al jurar que la odia por quedar? Nadie puede, nunca jamás. Negarla es engañarnos, repudiarla es enfrentar la intangible necedad. No se puede parar, no se puede dañar, nada ni nadie puede hacerla sangrar.
Y viene, y va; como el rumor de la mar.
¡Oh! Dioses del Destino. ¡Escuchad! No dejéis que me lleve un instante más. Os daré lo que pidáis, seré lo que ordenéis. No hay pago imposible, ni deuda inasumible. Pero… ¡Oídme…! Os lo ruego. Por la Gracia, os lo vuelvo a rogar, una y mil veces más. Lo que yo deseo es reposar, en este que será mi último trono de paz.
Y viene, y va; como el rumor de la mar.
De la Pereza y su pesadez.
Asqueado de leer aquellas majaderías, que los mortales se empeñaban en vincular a los siete pecados capitales, cerró el tomo y lo lanzó lejos de su alcance.
Y así se quedó unos instantes, recostado sobre la vieja butaca, descansando la vista y meditando sobre cuestiones que iban más allá de los conceptos del tiempo o la eternidad. En un momento dado, tantea con su mano derecha la pequeña mesilla de su diestra. Rebusca con las yemas de los dedos hasta que alcanza el mando a distancia de una vieja televisión. Lo alinea con el aparato, y presiona el botón de encendido.
La vieja televisión dispone de una retorcida antena receptora en lo alto, un par de ruedas para ajustar la intensidad y la señal, y un generoso volumen en comparación a la pequeña pantalla de tenues colores. Después de unos pocos instantes, y unos cuantos parpadeos borrosos, la señal que captaba la torcida antena se transforma en luz, color, forma y sonido.
Lo primero que se muestra es la escena de un padre escuchando la confesión de una figura presa de la lascivia. Una figura que ruega a la lujuria.
La mano da la orden, el dedo presiona la tecla, y la señal cambia al siguiente canal de la televisión.
En la imagen aparece un cura vestido de negro, que con paso seguro accede a una capilla donde una mujer ora. La figura vestida de negro tienta a la mujer, la camela; buscando que la envidia más antigua le haga cambiar de rumbo.
La mano vuelve a ejercer su dominio sobre la emisión, y la imagen del televisor cambia después de un parpadeó.
Ahora aparecen de nuevo la mujer y el cura, pero son interrumpidos por una tercera figura, cuyo aspecto andrógino destaca sobre los demás. Toma de las manos a la mujer, y le habla sobre las virtudes de un supuesto padre.
Sin apartar la vista, después de mucho tiempo, el que está sentado sobre la butaca observa. Su atención está fija en cada gesto, en cada palabra; lo ve y lo oye todo. Y mientras observa, toma de la mesilla un cubo de alas fritas rebosantes de grasa, y comienza a degustarlas con metódica parsimonia. En un momento dado, su atención capta una expresión: «Hacedor». Cuando esa palabra es pronunciada, un gruñido profundo y encolerizado surge a su siniestra, desde el lugar dispuesto a la izquierda de la vieja butaca.
Él, con la mano aún cubierta por la grasa de su tentempié, acaricia los cabellos divinos que adornan la cabeza del que gruñe acuclillado.
Y su voz, suave e imperial, ordena:
—Calma, Miguel, calma. Tan sólo es soberbia, nada más. Todo llegará. Solo son motas en el desierto.
Un niño extrangero vestido con harapos pide en la puerta de la iglesia. Una furgoneta lo deja allí por la mañana y lo recoge por la noche. Solo tiene que quedarse allí sentado todo el día y dar la suficiente pena como para llegar al mínimo de recaudación. Así no le pegarían al volver al refugio. Lleva poco tiempo en el país, aún no sabe el idioma y nadie parece tener interés en enseñarselo. Pero no necesita entender las palabras que pronuncian a su alrededor para comprender lo que está pasando.
Ve salir al ser luminoso, orgulloso, que siente que su sola presencia ya es en sí un regalo para el mundo. Ni siquiera lo mira cuando con su manita extendida le pide una moneda en su idioma natal. Sabe que lo entiende porque sabe quién es. No en vano es el nieto del viejo chamán de su pueblo y él mismo tiene la "Visión" que habría desarrollado si la guerra no hubiese llegado a su casa y lo hubieran apartado de su familia en medio de una noche sangrienta.
Ve salir al ser oscuro. Se queda en el portal mirando a dónde se dirige su compañero luminoso. Sonríe ampliamente, parece divertido. Baja la cabeza y lo mira directamente guiñandole un ojo y depositando una moneda en la palma del muchacho.
Se aleja en dirección contraria. La gente parece que no nota la presencia de ninguno de los dos. Saben camuflarse en la multitud cuando quieren y que nadie los mire. Nadie salvo él, que tiene la "Visión".
El pequeño abre la mano y sorprendido ve una moneda de oro en ella.