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[Resuelto] No soy uno de ellos

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LordToldingale
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Memorias del Dr. Henry Blank; 15 de febrero de 1911.

La reunión del día anterior me hizo meditar, como nunca antes, sobre las intenciones de Utani. Desconocer cuál era su ambición acosaba, una y otra vez, mi mente inquieta.

Sabía muy bien que los integrantes de la Corporación actuaban, casi siempre, por intereses partidistas. Cada uno tenía sus propias motivaciones, ya fueran legadas desde un pasado apenas recordado, o debidas a promesas de un futuro incierto. Los deseos personales eran lo único que importaba; por mí parte, al menos, era así. La única razón de persistir nuestra coalición, lo que nos mantenía fieles a nuestros deberes y objetivos comunes, era la presencia omnipresente de Utani: la autoridad sempiterna en las sombras…

Pero… «¿Qué quería Utani? ¿Cuál era su motivación…?»

Desde que Acheron Research Society fuera absorbida por la Corporación, conformando el último de sus integrantes y sexta división, Acheron, sin que pudiera hacer nada para evitarlo, he estado indagando sobre nuestro impuesto líder. No era casualidad que la fagocitación de Acheron, por parte de la Corporación Utani, ocurriera el mismo año que se iniciaba la Gran Guerra: mil novecientos nueve.

Tenía sentido…, pues llegados a aquel punto del camino, una entidad tan gigantesca como la Corporación precisaba delegar ciertas funciones, creando, o integrando, subunidades especializadas para afrontar las distintas exigencias que surgieran; en nuestro caso, a Acheron le correspondía el deber de hacer frente a los retos relacionados con la investigación médica, biológica y el estudio de la psique, la mente y los procesos cognitivos. Otras divisiones de la Corporación, en cambio, tenían encomendados otros deberes: a la división Glauber, antigua magnate de la minería en Norteamérica, se le había encomendado la investigación geológica y la extracción minera, principalmente en las zonas árticas y antárticas, y, al parecer, también el estudio del Tercer Ángel Caído…; la división Viper era el puño de hierro de la Corporación Utani, conformando el cuerpo principal de la vertiente paramilitar de la Corporación, y tenía orden de apoyar a los Estados Occidentales Europeos y los Estados Unidos de Norteamérica en su lucha contra La Unión mientras durara la Gran Guerra que asolaba el mundo; la división Gijutsu, antiguo gigante de la tecnología japonés, representado por el símbolo de la flor geométrica, era el brazo de Utani encargado de estudiar el legado de los Antecesores, con el objetivo último de crear y desarrollar tecnología de vanguardia al servicio de la Corporación; la división Moon… bueno… era la eterna incógnita… al menos, de momento…; por último, para completar la organización, estaba la división Necron, simbolizada por la doble cruz invertida: sus orígenes eran antiguos, remontándose a la Primera Cruzada del año 1096 d.C., y, por lo que pude averiguar, siendo la primera en ser absorbida por Utani; estaba liderada por un joven, que para mi sorpresa también mostraba un ferviente interés por el pasado de Utani, siendo esta una de las principales razones de nuestra estrecha colaboración…, la otra era que: bajo la protección de Necron estaba el cuerpo del Primer Ángel Caído, Adam, también denominado el Primero. El joven líder de esta división era natural de Uruguay, descendiente de españoles emigrados, y respondía al nombre de Alberto Bruno Soler; como líder de la división Necron, sus deberes eran variopintos, mas uno en particular resultaba especialmente interesante para nuestro objetivo común: Necron era la encargada de conservar los archivos de investigación y registros de actividad de la Corporación Utani, a excepción solo de aquellos salvaguardados por la propia Utani…, los cuales estaban ocultos por su férrea y recelosa mano.

Una copia de estos registros de actividad se hallaba sobre mi mesa. El Sr. Soler tuvo a bien hacérmelo llegar después de la última reunión, entremezclado entre los últimos informes sobre el estado del Primero. El registro en cuestión, era un listado de varios sucesos históricos acontecidos en el núcleo de la República Romana, entre los cuales estaban: la primera dictadura de Lucio Cornelio Sila Félix, triunfador de la primera Guerra Civil Romana contra Cayo Mario; el ajusticiamiento de dos tribunos de la plebe, los hermanos Gracos; la rebelión de Espartaco; la Conjura de Catilina, que enfrentó a los conservadores liderados por Cicerón y los reformitas orquestados por Catilina; además de las dos guerras civiles que supusieron el fin de la República: la primera, acontecida entre los partidarios de Cayo Julio César, conquistador de la Galia, y los de Cneo Pompeyo el Grande, y la segunda, entre el derrotado Marco Antonio y el vencedor Cayo Octavio, que más tarde sería recordado como el Emperador César Augusto, el primer emperador y fundador del gran Imperio Romano.

Según la copia del registro, todos estos enfrentamientos tienen un mismo origen. Las palabras del autor Salustio resumen este a la perfección: “creció primero la avidez de dinero, después la de poder. Esta fue, por así decirlo, la fuente de todos los males” (La Conjuración de Catilina, X). El Sr. Alberto Bruno Soler se había tomado la libertad de añadir varias notas a la copia que me remitió, destacando aquello que consideraba de mayor relevancia: “…fuente de todos los males…, no es la primera vez que esta expresión se plasma cerca de la palabra Utani”. Como bien reflejaba el registro de actividad, Utani siempre aparecía relacionada, de alguno modo, en todos y cada uno de los eventos acontecidos, siempre en un segundo plano, como una acechante figura atemporal. Según comentaba el Sr. Soler en sus notas: “Utani es la fuerza ejecutora de los acontecimientos, apareciendo siempre allí donde el poder crece, enroscando sus largos tentáculos en todo, al tiempo que clava profundamente sus raíces; en pocas palabras: es la causalidad enviada por el destino…”.

Este era sólo uno de los registros de actividad entre muchos otros.

Por aquel entonces ya era consciente del poder de Utani, y del lógico aumento de este debido al inclusión de nuevos miembros a la Corporación. Pero, a pesar de ello, no podía más que sentir un extraño miedo nacido en lo profundo de mi ser: un miedo irracional, primitivo y visceral que nada tenía que ver con la lógica o la razón, cuya base era el desconocimiento de la verdad, siendo su razón última ignorar que había sido, y que no …, el más puro y absoluto horror ante aquello que nos aguardaba oculto en las brumas del tiempo impuestas por Utani.

Pues ese era su mayor poder: un manto de miedo y tinieblas donde aguarda lo desconocido.

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LordToldingale
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Memorias del Dr. Henry Blank; 17 de febrero de 1911.

El aviso del aguacil, destinado en las celdas de proa, llegó a primera hora de la mañana. Al parecer, el sujeto 17 volvía a tener otra crisis. Sin entretenerme demasiado, me levanté, dejando a un lado mis indagaciones, y dispuesto a averiguar todo lo que pudiera en esta ocasión. Ese era mi deber para con la Corporación: encontrar respuestas a lo que etiquetaron como Proyecto Void. Al menos, esa era la justificación oficial; la extraoficial tenía buen cuidado de mantenerla oculta a los ojos de los demás.

Al sujeto lo habían trasladado de celda, alojándolo en la última, al final del pasillo. Allí, gracias al grueso fuselaje del trasatlántico Acheron, sus alaridos y gritos eran amortiguados, atenuándose, en la medida de lo posible, el contagioso caos que inducía en los demás sujetos.

Una vez llegué a la puerta, esta se deslizó dándome paso. Entré en la celda, donde el impoluto blanco solo estaba roto por la camilla reclinada en la cual habían atado al sujeto 17.

—Buenos días. —Mis palabras brotaron con fluidez, producto de la repetición continuada durante los últimos meses—. Se me ha informado de un problema en relación a tu estancia con nosotros… ¿qué es lo que sucede, mi buen amigo?

El rostro del sujeto 17 se contraía por el esfuerzo, desfigurándolo hasta tal punto que, en ciertos momentos, no parecía seguir siendo la misma persona. Estaba muy alterado, y en aquel estado sería imposible obtener nada en limpio. Me acerqué a la consola de la puerta, y después de presionar el interruptor del interfono solicité que me trajeran un coctel de antisicóticos y un sedante leve; una dosis mayor podría alterar la conexión, convirtiendo todo aquello en tiempo perdido; un resultado que no podía permitirme. Cuando trajeron lo solicitado, se le inyectó en la carótida, para que ejerciera de manera inmediata su efecto. Un par de minutos después, continué con el estudio.

—¿Ahora te encuentras mejor? —le pregunté.

El sujeto 17 balbuceó unas pocas palabras antes de poder pronunciar una frase coherente.

—Dr. Blank… ¿qué pasa…? ¿dónde estamos…? —respondió pesadamente.

—Estas a salvo. Eso es lo que importa.

Dejé que mi silencio avivase su curiosidad, con la esperanza de obtener información nueva sobre su estado.

—¿Por qué lo demás no se callan? ¿Por qué? ¿¡POR QUÉ!? ¡callad…! Dejadme en paz…

—¿Quiénes te están hablando? Dímelo, juntos buscaremos una solución… —respondí ante el arrebato del sujeto.

—¿No los oyes? Son un océano de voces, todas hablan al mismo tiempo. No consigo entender nada… ¿¡QUÉ QUEREIS!? ¿Qué es lo que queréis…?

A pesar del coctel de opiáceos y sedantes, el sujeto 17 parecía no tener mermada su percepción. Sin duda alguna, este era el mayor logro obtenido hasta la fecha: ningún otro había mostrado tal sintonía con el Primero.

—¿Intenta centrarte? —le sugerí con voz calmada—, focaliza e intenta aislar una de esas voces que escuchas. ¿Qué dice?

—No lo sé, Henry. Por el amor de Dios, haz que se callen.

El sujeto 17 comenzó a encrespar las manos, al principio con un gesto sutil, apenas una ligera flexión de las falanges. Después… los espasmos se acentuaron, extendiéndose de las manos a todo el cuerpo. Las correas que lo ataban apenas eran capaces de retenerlo en su agonía. Al final, sus fuertes convulsiones acabaron rompiéndole la columna con un viscoso crujido; eso lo dejó inerte en la camilla.

—Henry… ¿dónde estamos? —la voz del sujeto era apenas un susurro.

—Jack, Jack. Mi buen Jack, estamos donde debemos estar. ¿Recuerdas la casa junto al río? ¿La ondeante campiña? Vamos, Jack, un último esfuerzo, —consolé al sujeto 17, tratando de evocar en su cerebro recuerdos de un pasado mucho más placentero que el despiadado presente— recuerda, Jack. Céntrate. ¿Qué dicen las voces?

El sujeto 17, con el rostro de mi viejo amigo Jack, descansaba pálido y silencioso sobre la camilla de la celda. Ya asumía el fracaso, cuándo el sujeto habló.

—La está buscando a ella, Henry. Nosotros la encontramos, pero él es quien la busca. Eso es lo que su voz me susurra…

¡Al fin! Un mísero resquicio al cual agarrarme después de tanto tiempo. “Ella...” ¿A quién se refería? Caminé hacia la salida meditando sobre las implicaciones de esto último, mientras una voz idéntica a la de mi viejo amigo Jack me llamaba, reclamando mi ayuda como tantos años atrás. La ignoré, pues aquel sujeto, en su estado, ya no sería de utilidad para mis objetivos.

Cuando abandoné la celda, fijé la mirada sobre el enmascarado rostro de los soldados de Acheron. Mis palabras no mostraron emoción alguna.

—Deshaceos del sujeto 17. Ha cumplido su función. Incinerad los restos… que no quede nada.

La débil voz de Jack todavía resonaba en el pasillo, alcanzando mis oídos desde la última celda. Esa estampa, al igual que las anteriores, ya no me hacía sentir emoción alguna.

No…, no despertaba en mi sentimiento alguno... En cierto modo, nunca lo había hecho…

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LordToldingale
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Memorias del Dr. Henry Blank; 19 de febrero de 1911.

Las imágenes que tenía delante mostraban extensos campos nevados, con varios campesinos de pie, estáticos, oteando el lejano horizonte que se extendía al fondo de las instantáneas; algunos sujetaban hachas y sierras, otros permanecían acurrucados en el suelo. Pero lo que captaba la atención era un enorme bípedo mecánico, que competía en altura con los abetos dispersos por la fotografía. La estrella roja de La Unión destaca sobre el mellado acero, dispuesta en el centro de un cilindro metálico que conforma el cuerpo principal del extraño Gear. El conjunto lo completa un cañón KwK.37 de 75 milímetros y calibre 24 en el lado derecho, dos ametralladoras Gatling en el flanco izquierdo, una cabina acristalada en la parte superior-anterior y varias ruedas mecánicas, acompañadas de una humeante chimenea, en la parte posterior. Aquel Gear NewDiesel modelo 1, como lo denominaba Viper en la nota adjunta, era el resultado de los avances logrados por La Unión en su estudio y adaptación de la tecnología de los Antecesores.

Los informes facilitados por Viper a la Corporación Utani registraban varios modelos de Gear NewDiesel, unos siete en total. El análisis de la división Viper concluía que: los G-NewDiesel no eran rival para nuestros Gear, más potentes y ágiles que los desplegados por La Unión; también reafirmaba nuestra superioridad de infantería, gracias a los uniformes modificados con la tecnología de los Antecesores aportados por la división Gijutsu…

Pero en las imágenes se podía observar varios restos de Gears-E13, con el símbolo de Viper salpicado de sangre…

El frente Siberiano, sin lugar a dudas, era un problema para la Corporación. Si la división Viper no conseguía mantener el control… era muy probable que la propia Utani tomara cartas en el asunto. De ser así, las consecuencias, para todos, serían impredecibles. La última vez que Utani actuó directamente, el resultado fue un enorme cráter de absoluta nada, de más de dos kilómetros de diámetro, con un halo de cenizas y polvo que se extendía más de treinta kilómetros desde el epicentro… No imagino que clase de arma o poder había utilizado en aquella ocasión, pero por lo que pude averiguar con la ayuda de Necron, nada sobrevivió.

Mientras seguía leyendo los informes enviados por Viper, uno de los responsables del Proyecto Uriel reclamó mi atención. Al parecer, la división Glauber había enviado nuevos especímenes para su estudio. Asentí con un gesto de cabeza, señal inequívoca de que continuara con sus deberes hasta que me presenciara en el laboratorio. Entonces, el pícaro rostro de Jane apareció por la puerta, obligando al científico designado al Proyecto Uriel hacer una finta para no acabar ambos en el suelo.

Jane… siempre tan alegre… siempre tan intrépida…

—¿Qué haces? —me preguntó con todo el descaro que sólo ella podía mostrar.

—Mi trabajo. Eso es lo que todos debemos hacer… ¡sobre todo tú! —respondí, procurando parecer inflexible.

Ella, por su parte, no se dejó intimidar, y continuó sonriendo. Me recordaba tanto a su madre…

Cuando se encaramó al borde de la mesa, con la intención de espiar que había sobre ella, la cogí de la mano y la conduje hasta el único sillón que había en el despacho. Puede que aquella sonrisa fuese el regalo de su madre, pero sus ojos azul celestes eran el mío.

—¿Me vas a volver a castigar? —me recriminó, de repente, con toda la autoridad que pueda imponer una niña de once años.

—Depende… ¿qué has hecho esta vez?

Ella se quedó en silencio, enfrentando su mirada a mi serio escrutinio.

—Bueno… —dijo muy seria— he estado preguntado por Jack. Habíamos quedado en la cubierta de popa, pero no ha aparecido. ¿Dónde está? ¿Por qué no ha venido? Me lo prometió…

—Jack no podrá verte durante un tiempo. Se encuentra otra vez indispuesto. —Le mentí.

—¿Está malo? ¿Qué le pasa?

—No lo sé. Por eso no podrá verte durante un tiempo. No quiero que tú también enfermes. Jack tiene… —con él casi siempre eran mentiras— que descansar a partir de ahora. Tú quieres que se recupere… ¿verdad?

—Si… vale… —respondió, con el rostro cubierto de una extraña tristeza melancólica— Pero dile que no se olvide. ¡La próxima vez que no se olvide! ¿Se lo dirás?

Yo la observé muy detenidamente, con la mirada firme de un padre ante una hija rebelde.

—Se lo recordaré, cariño… —le aseguré mientras acariciaba aquel rostro que se convertía, poco a poco, en el de su madre— Se lo recordaré…


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LordToldingale
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Memorias del Dr. Henry Blank; 1 de mayo de 1911.

Me dirigí a la sección del transatlántico donde investigábamos los especímenes extraídos del Tercer Ángel Caído. La división Glauber había aumentado la frecuencia de los envíos, obligándonos a convertir los laboratorios de Acheron en talleres al servicio de la disección y la catalogación. Sin lugar a dudas, poder examinar y estudiar los seres asociada a Uriel nos ofrecía una oportunidad única para comprenderlos mejor… pero la cantidad de recursos y tiempo que nos exigía, nos obligaba a renunciar, en parte, a mis otros objetivos. Tenía la sospecha que Utani me quería ocupado, encadenándome al cometido que nos había impuesto, por mano de la división Glauber, sin posibilidad de dirigir la vista más allá de lo que su voluntad deseara.

Por mucho rechazo y animadversión que me causara esta imposición de fuerza, no podía hacer nada para evitarlo; era como luchar contra una barrera intangible de brumas sumergidas en la nada de un vacío insondable. Pero yo sirvo al conocimiento, sin importar el origen, causa o razón, y por ello, el pragmatismo y la aceptación de la realidad son características fundamentales de mi ser. En lo referente a los grilletes impuestos por Utani, estaba dispuesto a mutarlos en fuerza; convertirlos, de algún modo, en un poder propio como el mundo nunca antes hubiera visto. Para lograrlo, el único camino posible era asentir con docilidad y dejar que el arduo, y furtivo, esfuerzo diera sus frutos.

Cuando entré a uno de los laboratorios, donde se guardaban las últimas muestras recibidas, el Dr. Judeau Moreau mantenía una fuerte discusión con la última incorporación de la división Acheron: la señorita Greta Highmark, que, en palabras del líder de Glauber, era: “un regalo en pro de nuestro interés común”. Por extraño que parezca, no dudaba de sus palabras, ni de las intenciones ocultas tras ellas. Era frecuente que miembros de las distintas divisiones de la Corporación colaboraran directamente con las otras partes, conformando una red interconectada que permitía a sus miembros transmigrar entre ellas. A pesar de ello, y de la omnipresente autoridad de Utani, estos agentes invitados no podían actuar libremente: siempre estaban, en mayor o menor medida, sometidos a la jerarquía de la división receptora. En el caso de la señorita Highmark, yo era quien ejercía esa potestad, independientemente de la opinión de Glauber. Por lo que alcancé a escuchar de la disputa, Higmark pretendía ignorar este hecho. Eso explicaba por qué se encontraba en una zona restringida, interrogando a Moreau sobre el espécimen vermiforme aislado a sus espaldas en una cabina de cristal blindado.

Mis palabras cortaron en seco la trifulca que mantenían:

—¿A quién de ustedes le ha sido encargada la investigación del espécimen 13-ac3? —les exigí saber, a sabiendas de que la dirección de aquel laboratorio estaba bajo la supervisión del Dr. Boil Ann Suffers.

—Buenos días, Dr. Blank —respondió Moreau—. El encargado del laboratorio OGM-sub2 es el Dr. Boil An… —interrumpió la frase cuando fijó la vista en mi rostro; mi falta de paciencia debía reflejarse de manera fehaciente para que reaccionara como lo hizo—. Discúlpeme, Dr. Blank…

Mientras Moreau intentaba conservar el mermado orgullo que le quedaba, la señorita Highmark sonreía llena de soberbia. Hasta entonces había sido permisivo, por bien de la relación que mantenía con la división Glauber; pero aquella mujer se equivocaba si pensaba que yo era un simple pelele al que poder denigrar y manipular, al igual que hacía con Moreau.

—Señorita Highmark, usted no ha sido autorizada para acceder a este nivel del complejo. —Le dije, autoritario—. Por consiguiente, a partir de este instante queda bajo arresto. Todos sus derechos como integrante de la Corporación Utani han quedado rescindidos.

Cuatro soldados de Acheron se presentaron casi al instante, sin necesidad de que repitiera la orden ya implícita en mis palabras. Ella intentó resistirse:

—No tiene ninguna autoridad, soy miembro de facto de la división Glauber, bajo el liderazgo de Adolf Oppenheimer. Usted…

—¡Basta! —una sola advertencia fue suficiente para cortar cualquier protesta—. La división Glauber solo sabrá lo que Acheron le cuente… y usted no es nada ni nadie, tan sólo una mota sin poder alguno esperando a ser barrida por la tormenta. Por si no lo sabe, en el momento en que el señor Oppenheimer dispuso su persona al servicio de Acheron, también dispuso que pasaría a estar bajo mi autoridad y mando… Desconozco la forma en que Glauber castiga la traición, pero aquí, no desperdiciamos nada… todo cuerpo y cada mente sirve a los objetivos de Acheron… de una forma u otra…

Los soldados la sujetaron, y un profundo horror comenzó a transformar su semblante. De alguna forma lo dedujo, intuyendo cual sería el resultado; como si el más básico e inherente instinto de supervivencia se lo estuviera susurrando al oído. La mujer miraba alternativamente a Moreau, a mi persona y al espécimen que estaba encerrado en el habitáculo de aislamiento, cuyas paredes de cristal eran golpeadas con furioso frenesí.

Haciendo mía la sonrisa que ella me había mostrado antes, aticé sus sospechas:

—Nos guste o no, todos servimos, Greta… a un propósito u a otro. Es una ley natural. ¡Es inevitable!


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LordToldingale
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Memorias del Dr. Henry Blank; 19 de junio de 1911.

La semana comenzó con una novedad sorprendente. De nuevo, los informes de la división Glauber eran los causantes. En el transcurso de su investigación de los entresijos del Tercer Ángel Caído, habían comenzado a construir estructuras dentro de la gran masa de carne: túneles de ventilación y refrigeración, zonas de prospección, salas para la desinfección de los trabajadores y, además, todos aquellos soportes y anclajes necesarios para mantener estable los carnosos pasadizos y las blandas cavidades tapizadas de vísceras. Las fotografías y planos suministrados por Glauber mostraban que la profundidad, y, por tanto, el tamaño de Uriel era inmenso. Todavía no habían alcanzado el núcleo, y lo más probable era que precisarán todo un año, como bien había pronosticado el líder de la división Glauber en la última reunión de la cúpula de la Corporación. Además de los últimos informes sobre sus avances, también habían enviado una nueva remesa de muestras, que estaban a la espera de ser estudiadas; en el lote habían incluido más de aquellos agresivos especímenes vermiformes, los denominados S13-ac3.

Pero los experimentos que ansiaba continuar debían esperar. Pues los informes de Glauber captaban ahora mi interés. En ellos habían descrito con amplitud de detalles los avances hechos en el establecimiento de estructuras dentro del Tercero, y también largas listas de materiales y aleaciones empleados, organización de los grupos de trabajo, los trajes y herramientas que utilizaban, además de sus cometidos y tareas para el estudio del organismo; a mayores de un extenso descriptivo sobre qué habían descubierto en cuanto composición, disposición y fauna asociada al inmenso organismo. En conclusión: ¡Todo un parque temático de carne, entrañas y fluidos!

Pero de todo el informe expuesto, lo que más llamó mi atención, fue un apartado donde se relataba un incidente, referido como: Accidente Butter del 15 de mayo de 1911.

A continuación, se expone lo que el informe revelaba al respecto:

«15 de mayo del año 1911, en relación a los eventos acontecidos en el nivel 3, sección 2, de la cavidad denominada “Butter”.

El primer aviso se verificó a las 6:00. Varios miembros del grupo de exploración y recogida de muestras destinados en esta sección informaron de un fallo en sus trajes de aislamiento. Después de detectarse varias interferencias, los últimos mensajes recibidos parecen corroborar este hecho, además de incluir claras alusiones a fallos en el sistema de comunicación.

A las 8:32, y después de varios intentos fallidos de restablecer la comunicación, se moviliza al equipo de búsqueda y rescate Reacher, con orden de localizar al grupo de trabajo destinado ese día en la cavidad Butter.

A las 9:00 el grupo de intervención Reacher, liderado por el capitán John R. Plate, está listo para descender por el túnel de ventilación del nivel 3, sección 2, en dirección al lugar de la última comunicación captada. El equipo había sido informado sobre las características de la cavidad, sobre su superficie resbaladiza y, a priori, sin ningún tipo de riesgo biológico, químico o radioactivo.

A las 10:13 el equipo Reacher accede a la cavidad Butter. Informan por radio de que no localizan a ningún miembro del grupo de trabajo. También informan de varios restos y elementos cuyo origen más probable son los trajes de aislamiento que portaban los miembros del grupo de trabajo.

A las 10:56 el equipo Reacher abandona la cavidad y regresa al complejo central en la superficie.

Tres días después de la desaparición, el 18 de mayo del año 1911, en relación a los eventos acontecidos en el nivel 3, sección 2, de la cavidad denominada “Butter”.

Después de búsquedas infructuosas en la cavidad y los pasillos de carne aledaños, a las 16:00 se recibe una transmisión desde la cavidad Butter. La voz al otro lado del transistor es identificada como perteneciente a uno de los miembros del grupo de trabajo desaparecido.

A las 17:20 de ese mismo día, el equipo Reacher regresa a la cavidad. En ella encuentran a algunos de los miembros del grupo de trabajo.

A continuación, se trascribe la descripción de lo allí acontecido, tomada del testimonio directo del capitán John R. Plate:

“—Localizamos a cinco operarios, estaban agrupados en uno de los laterales de la cavidad. Después de varios intentos fallidos de establecer comunicación directa, decidimos acercarnos al grupo. No llevaban sus trajes de aislamiento, estaban completamente desnudos. Nuestra primera impresión fue que habían tenido que librarse de sus trajes de aislamiento por algún fallo imprevisto, pero después de observarlos durante unos segundos, vimos que mostraban un comportamiento inusual. En su desnudez, restregaban sus cuerpos contra la carne supurante que conformaban las paredes de la cavidad, al tiempo que gemían extasiados por un placer tan sólo comprendido por ellos. Fue entonces cuando fuimos conscientes de las llagas que cubrían su piel, de las zonas enrojecidas que daban paso a las partes despellejadas, que brillaban con la fresca sangre del músculo al descubierto. Uno de ellos, con la cara incrustada en la resbaladiza masa de carne, nos mostró durante unos instantes su rostro, o al menos lo que quedaba de él: se había transformado en un deformado mosaico de colgajos de piel y tendones desgarrados sobre un blanco y pulido fondo de hueso craneal; no quedaba rastro alguno de ojos, nariz o la más mínima característica que permitiera identificarlo in situ. Fuimos incapaces de detener su orgiástica locura; ni siquiera mediante el uso de la fuerza. Todo indicaba que preferían morir a abandonar el lugar. Una vez informado al mando, y confirmada la orden, cumplimos con nuestro deber. Después esperamos a que el grupo de apoyo llegase con las bolsas para cadáveres antes de regresar a la base en la superficie.”

Fin del testimonio.

Los cuerpos recuperados han sido criopreservados. Procederemos con su análisis lo antes posible. La cavidad ha sido sellada y aislada hasta nueva orden.»

El informe del incidente no añadía nada más. Este era el primer evento de estas características en relación a los Ángeles Caído. ¿Qué supondría este hecho para la Corporación? ¿Cómo reaccionaría Utani? ¿Qué se escondía detrás de todo aquello?

Preguntas y más preguntas; muy pocas respuestas. Quién sabe qué más nos traería el tiempo en su imparable caminar…

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Memorias del Dr. Henry Blank; 24 de junio de 1911 a febrero de 1912.

La semana transcurrió con rapidez. Revisar los informes enviados por la división Glauber ocupó la mayor parte de mi tiempo, con las inevitables interrupciones, inherentes a mi cargo como líder de la división Acheron, y también como padre de la insensatez hecha carne: Jane.

Pero todos los pormenores y contratiempos no eran escusas para desatender lo que realmente importaba, lo que supondría un antes y un después en aquella guerra larga y tediosa. Los nuevos especímenes S13-ac3 ya habían sido acondicionados a la atmosfera terrestre, gracias a las modificaciones realizadas en los cubículos de aislamiento donde se mantenían encerrados; este logro nos permitía comenzar las pruebas con humanos, sin padecer las influencias derivadas por el uso de la atmosfera que recreaba las condiciones del interior del Tercero; que era la única opción viable antes de esta última innovación. Debo reconocer que este logro nunca hubiera sido posible sin la colaboración de la división Glauber y la división Gijutsu, independientemente de que no conocieran los objetivos y motivaciones por las que este cambio se llevaba a cabo.

Caminé cruzando las escotillas y los pasillos del trasatlántico, en dirección a las celdas de proa, donde se mantenían recluidos los sujetos del Proyecto Void, y también nuestra última invitada, la señorita Greta Highmark. Los soldados de Acheron, enfundados en sus trajes de blindaje negro, guardaban la entrada como pétreas e inmutables gárgolas. Entré a la celda de nuestra invitada. Era más grande que las demás, pues había sido adaptada para la realización de las pruebas con humanos.

—Buenos días —saludé, como si fuera otro día más—. Veo que ya ha sido acomodada como ordené.

En la sala blanca había dos camillas diseñadas para la sujeción de los humanos seleccionados para las pruebas. En una de ellas habían atado a Greta Highmark, inmovilizando sus tobillos, cintura, muñecas y cabeza. La otra estaba vacía.

—Me alegré al saber que no ofreció resistencia a nuestra… propuesta —dije, a sabiendas que los narcóticos la mantenían dócil—. Le aseguro que nada de esto será en vano.

La señorita Highmark se revolvía en sus ataduras, intentado balbucear, con toda seguridad, alguna necia amenaza:

—Tú… maldit… ¡Tú…! No tienes derecho…

—Shssshsss… —le susurré mientras le acariciaba su cabeza recién afeitada— no hay lugar ya para la rebeldía. Todo está dispuesto. Siéntase orgullosa, Greta, pues usted será la primera… Con suerte, no será la última…

A un gesto de mi mano, los técnicos de Acheron encargados de ayudarme en aquel experimento acercaron uno de los cubículos de aislamiento donde se contenían algunos especímenes S13-ac3. El tamaño de estos, en comparación a los ejemplares enviados con anterioridad por la división Glauber, era mucho menor, poseyendo unas dimisiones equivalentes al dedo de una mano humana; a pesar de su pequeño tamaño, su estructura vermiforme, blanquecina y flanqueada de múltiples apéndices fusiformes era idéntica al de los ejemplares de mayor envergadura. Los técnicos ya habían recibido instrucciones, y mediante unas pinzas diseñadas específicamente para ese cometido, extrajeron uno de los especímenes e iniciaron el proceso. Al acercarlo al cuello de la señorita Highmark, el S13-ac3 comenzó a tantear su piel con los apéndices. Después perforó las primeras capas de la dermis, dejando a su paso pequeños hilos de sangre que brotaban acompañados por los gemidos de la mujer; tuvimos que ajustar con firmeza las ataduras que inmovilizaban su cabeza para evitar problemas mayores. Al final, el ser vermiforme penetró su piel y su carne, desplazándose bajo esta como si fuera un gusano perforando fruta madura. Nuestro seguimiento de la parasitación nos permitió ver por primera vez cómo uno de aquellos especímenes extraídos de las cavidades de Uriel infectaba a un humano sano. Tardó pocos minutos en establecerse en el nuevo cuerpo, alojándose entre la medula espinal, el bulbo raquídeo y el cerebelo, como pudimos averiguar más tarde al diseccionar el cuerpo de Greta Highmark.

Aprendimos mucho con aquella primera prueba. En primer lugar, la razón por la cual los parásitos se alojan cerca del sistema nervioso central. Descubrimos que esta forma invasiva de colonización del cuerpo les permitía controlar al huésped, independientemente de que los impulsos nerviosos que definían al humano en cuestión se mantuvieran activos; en otras palabras, daba igual que estuviera vivo o muerto una vez se asentado el S13-ac3, lo importante era que la infección ocurriera con el sujeto todavía vivo. Las pruebas que realizamos durante los siguientes meses nos revelaron que también se requería un estado mental estable, es decir, que el huésped no padeciese ningún deterior cognitivo, ni carencia alguna en su sistema nervioso, previa a la infección. Al parecer, los parásitos no eran capaza de infectar eficientemente aquellos humanos que padecía este tipo de enfermedades y patologías; esto nos confirmó que el ciclo biológico del parásito dependía de algún modo de infectar completamente el sistema nervioso del sujeto, el cual debía tener unas condiciones óptimas, para, después, controlar al huésped en su totalidad. También descubrimos que no solo eran capaces de infectar humanos, si no que podían infestar cualquier ser vivo con un mínimo de desarrollo neuronal o nervioso: otros mamíferos, aves, anfibios, reptiles, incluso algunos artrópodos y moluscos, eran huéspedes viables. El único gran condicionante era que los parásitos S13-ac3 no podían sobrevivir largos periodos si se exponían a nuestra atmosfera, la cual distaba mucho en composición química a la presente en las cavidades donde se desarrollaban, dentro del Tercer Ángel Caído.

Fueron muchas las pruebas, muchos los sacrificios y los sacrificados. Las horas se convirtieron rápidamente en días, y los días en meses. El verano, el otoño y el invierno fueron siervos de la monotonía del trabajo, dando frutos que se mantuvieron en secreto, guardados bajo llave tras el acero de nuestra fortaleza flotante.

La Gran Guerra siguió su curso, con victorias, con derrotas. Un acto en pro de la ambición de los hombres que, poco a poco, se convertía en su martirio, en su condena.

Reuniones, experimentos, informes, más reuniones, y más secretos.

Así trascurrió un año, y la cúpula de la Corporación nos volvimos a reunir. Y todos fuimos convocados, una vez más, para someternos a la aprobación de Utani.

Pero los descubrimientos y avances con el S13-ac3 procuré mantenerlos lejos de su sempiterna vigilancia. Para evitar llamar la atención, decidí designar el proyecto con un nombre vulgar y sin ningún tipo de alusión o pretensión.

Lo denominé: Otros.

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LordToldingale
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Antes del alzamiento del primer simio entre las salvajes praderas, ya estaban aquí. Antes de que los humanos lograran dominar el arte de la creación, el habla o el fuego, ya habían hollado cientos de mundos. Nos guste o no, ya habitaban este planeta mucho antes que nosotros.

Puede que por eso no tengamos ningún derecho a luchar por esta tierra, y nuestro destino sea sucumbir a designios que van más allá de nuestro entendimiento.

Por mucho que me niegue a mí mismo esta amarga verdad, resistiéndome a aceptarla, al final, siempre vuelve a mí.

Mientras escribo estas palabras, mi mente viaja por infinidad de cuestiones, de posibilidades. ¿Qué debería contar primero? ¿Qué parte es más importante, más fundamental? ¿Dónde debo marcar ese principio que me permita alcanzar el ansiado final? Quizás, para comprender los días que nos ha tocado vivir, deba explicar nuestra historia, nuestro pasado.

Quizás sea suficiente con contar la verdad.

Mi nombre es Alberto Bruno Soler, y todo cambió después de aquel julio de mil novecientos trece. Me hallaban en medio de la basta selva del Amazonas, cerca de la frontera entre Brasil y Guyana. El líder de la Corporación Utani me había convocado, y yo obedecí. ¿A caso tenía otra opción?

La razón era un encuentro, la celebración de una reunión; en esta ocasión, en persona. Nunca pensé que se pudiera dar semejante hecho, pero así era. Supongo que, en cierto modo, ante los últimos sucesos acontecidos, este desenlace era inevitable. La Corporación Utani había sufrido una escisión, un lance que nunca antes había padecido en su larga historia. La causa de ello fue la traición cometida por parte de tres de sus divisiones: Glauber, Acheron y Moon. Todo apuntaba que había sido esta última división la que había incitado a las otras dos a la rebeldía. Pero yo tenía ciertas dudas, en base a la experiencia acumulada a raíz de mi larga y estrecha colaboración con el Dr. Blank. No importaba. Las consecuencias de este acto, a los ojos de Utani, serían las mismas para todos: la total aniquilación de los rebeldes.

Por eso, esta reunión, había ordenado realizarla frente a frente, sin ningún tipo de barrera, máscara o intermediario. Utani quería lanzar un mensaje, tanto a aquellos que nos manteníamos bajo su totalitaria sombra, como a los que habían decidido desafiarla. Esto estaba claro.

Mientras meditaba sobre todo ello, el calor no daba tregua. La humedad, sumada a los voraces insectos, no daban respiro. Así se sucedían las horas, largas como toda una vida: el sofocante ambiente, la incesante lucha contra los infinitos chupópteros, una orquesta de pura naturaleza en rededor nuestro y el monótono traqueteo del caminar de las mulas.

Delante cabalgaba mi guía, también montando en una viaja mula gris. Se llamaba Emmanuel Santos, y era un criollo nacido y criado en alguna de las favelas del olvidado Brasil. Mentiría si dijese que no lo necesitaba, que podría llegar a mi destino sin su ayuda, que podría sobrevivir en medio de aquel océano de jade sin su sabia protección.

Mentir. Para mí ese acto ya no tenía ningún sentido.

En un momento dado, los sonidos de la selva cambiaron. Los trinos se callaron, y los millares de chirriares dejaron paso al rítmico afán de los hacheros. El cambio de paisaje fue mucho más brusco: en un momento dado todo era verdor de luces y sombras, después nos arrolló el pardo y grisáceo manto de la civilización.

Emmanuel se giró sobre su mula para dirigirse a mí.

—Vamos dormir aqui esta noite. Amanhã seguiremos viagem. Se não tivermos problemas, chegaremos com a lua nova.

Asentí. No pronuncié palabra. Tan sólo continué el camino que la figura ante mí me marcaba, dispuesto a seguirla hasta encontrar a Utani.

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LordToldingale
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Testimonio de Alberto Bruno Soler, 5 julio de 1913.

Llego la noche, con ella un cielo sin estrellas. Una ligera brisa los acompañaba, aliviando un poco el insoportable calor. Los trabajadores del campamento cambiaron las hachas por el alcohol casero, destilado en alguna de aquellas ruinas chozas que dominaban el paisaje. Los fuegos se encendieron aquí y allí, llenando el ambiente del crepitar de la carne, los murmullos de las conversaciones y la inconfundible peste que solo la humanidad puede crear.

Mi guía se mantenía en la planta inferior, sentado a un lado de la única puerta de entrada. Parecía dormitar, pero sabía muy bien que no lo hacía; el rifle en sus manos dejaba clara la farsa. Antes de dejarme solo en aquella ruinosa habitación, me advirtió sobre no abrir la puerta a nadie; me ordenó que, pasara lo que pasara, no hiciese nada que alterara el orden de aquella pequeña villa. Lo que viera, u oyera, daba igual. Aquel lugar no era seguro.

Hoy en día ninguno lo era.

Intenté dormir, pero fue en vano. Como tantas otras veces, el insomnio se convirtió en mi fiel compañero. Si hubiera podido, habría tomado un libro, el que fuera, y dejaría que el tiempo pasase entre sus hojas. Allí, en aquel rincón del mundo, tal posibilidad solo estaba al alcance de mi imaginación. Por esa razón hice guardia al lado de la única ventana del edificio, vigilante, como una sombra más.

Observé a los hombres reunirse en pequeños corrillos, mientras comían y bebían. De vez en cuando se oía alguna risa; las burlas, insultos y amenazas eran más frecuentes. Pero parecían felices, alegres con aquella vida apartada de cualquier otra. No los envidiaba; sabía bien que alguien como yo jamás encajaría en un sitio así.

El tiempo pasó, y una enorme luna gibosa se alzó en el horizonte. Fijé la vista en el cielo, con la esperanza de poder ver alguna estrella; siquiera una. No vi ninguna. Parecía que hubieran decidido irse para privarnos de su cautivadora luz. Mientras las buscaba, esperanzado, un grito cruzó el campamento. Aquel agónico sonido erizó mi piel. Bajé de nuevo mi vista a la vulgar tierra, y busqué cual podría ser su origen; que razón podría inducir a un ser humano a lanzar esos aullidos. Tardé poco en averiguarlo: en uno de los tugurios que servía a los trabajadores como refugio, varios hombres arrastraban una figura por el suelo. En un momento dado, la empujaron contra una pared de un destartalado cuchitril, dejando que la luz del fuego iluminara su cuerpo y su rostro. Era una mujer. Una indígena. Sangraba, y estaba completamente desnuda.

Las macabras intenciones de aquellos hombres eran evidentes. Mi estómago se revolvió… ¡No podía permitir aquella barbaridad!

Me dirigí a la salida, dispuesto a intervenir. Pero al abrir la puerta de mi habitación, me encontré a Emmanuel en el umbral, rifle en mano.

—Emmanuel, ayúdame, debemos…

Lo único que llegué a escuchar antes de que la culata de su rifle me dejara inconsciente fue un tenue «No».

La mañana regresó, como siempre. Emmanuel tenía todo listo para nuestra partida con la primera luz. Me había vendado la cabeza durante mi descanso impuesto. Lo primero que hizo después de despertarme fue disculparse. Me rogó que lo comprendiese: allí no éramos nadie, tan sólo dos individuos de paso sin poder alguno. Me repitió una y otra vez que nada se podía hacer. Me volvió a rogar que lo comprendiese.

Asentí, en silencio. Lo comprendía… pero no por ello podía aceptarlo.

Bajamos a la rojiza tierra del camino. Nos subimos a las mulas y retomamos el camino.

Antes de que se escapara a mis posibilidades, lance una mirada atrás, buscando lo que fuera que pudiera otorgarme alguna paz. Vislumbre un pie desnudo asomando por la esquina del cuchitril. Estaba inmóvil.

En la lejanía el repicar de las hachas iniciaron un nuevo día.


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