Vida de una gárgola.
Yo no nací, fui creado. Por los más obscuros rituales de sangre Tremere, con los cuerpos de sus prisioneros
Tzimisce, Gangrel y Nosferatu, gestaron nuestra raza. Solo nos parecemos en el apetito vampírico por la
sangre y en algunos dones heredados de las víctimas empleadas para nuestra creación.
Yo no tenia nombre, un conjuro me invocaba. Y vivía para servir a mis amos Tremere. Vigilaba sus capillas.
Luchaba en sus feroces guerras con los Tzimisce. Combatí durante décadas, contra las más inimaginables
pesadillas creadas por la vicisitud. Vi morir a casi todos mis hermanos y hermanas defendiendo los refugios
de los magos, protegiendo sus vidas para que ellos pudiesen escapar mientras nosotros moríamos.
Por suerte, un hechicero renegado de la cábala Telyavelic me capturo, me obligo a participar del ritual de la
Vaulderie, y rompió mis cadenas con los Tremere. Descubrir la libertad y el valor de mi propia existencia fue
como nacer.
Ahora vuelo libre.
Ahora vivo con mis nuevos amigos y aliados, y protejo el sancta sanctorum, pero por elección propia.
Ahora tengo nombre, soy Trismegenio, la gárgola inmortal.
Un apunte historico, para ambientar la partida (extraido de wikipedia).
Isla de Saint-Domingue (La Española), Haití. 1789.
Tras varias semanas de organizarse en secreto, durante la noche del 14 y 15 de agosto, se realiza la ceremonia vudú de Bois Caïman,
la cual es liderada por un esclavo de origen jamaicano y houngan Dutty Boukman. La reunión se lleva a cabo por lo menos frente a
doscientos participantes, todos ellos siervos de la plantación de Lenormand de Mézy, cuando llegó una tormenta tropical
(los relámpagos y los truenos se tomaron en ese momento como una señal de presagios auspiciosos)
y asistido por la mambo, alta sacerdotisa vudú, Cécile Fatiman, él hace el siguiente juramento:
El Buen Señor que creó la Tierra, que nos da la luz desde lo alto, que soporta el océano y hace al trueno rugir.
¡Escuchar bien, todos ustedes! Este Dios, oculto en las nubes, nos observa.
Él ve todo lo que el hombre blanco hace.
El dios del hombre blanco lo llama a cometer crímenes; nuestro Dios sólo pide obras buenas de nosotros.
¡Pero este Dios que es bueno ordena venganza! Él dirigirá nuestras manos; Él nos ayudará.
Tiren la imagen del dios de los blancos que tiene sed de nuestras lágrimas y escuchen a la voz de la libertad
que habla en el corazón de todos nosotros.
Más tarde y esa misma noche, los esclavos comenzaron a matar a sus amos y sumieron a la colonia en una total guerra civil,
la revolución haitiana.
Horror en Salem.
Salem, Massachusetts. 29 de Julio de 1775.
Por Nathan Young, periodista.
Redactor, editor y propietario del Salem Inquirer.
Esta historia no puedo publicarla. No me creerían, o peor, me tomarían por loco.
Pero puedo escribirla, dejar un relato verídico de los hechos, ahora que todavía
permanecen frescos en mi memoria.
Antes de que estallara la guerra, estaba investigando las muchas e inexplicadas
desapariciones que habían tenido lugar los últimos años en las estribaciones de
las Green Mountains, en Vermont. El asunto quedó relegado por muchos otros
más inmediatos y relevantes.
Llevábamos casi un mes bajo la ley marcial. Cada día llegaban más refugiados
huyendo del sitio de Boston. Los soldados explotaban y maltrataban por igual a
puritanos, ciudadanos libres y refugiados. El puerto era un nido de corrupción y
violencia. El conde de Essex, gobernador militar en la ciudad, tenía su barco
amarrado en el puerto, preparado para escapar el primero en caso de retirada.
Mi casa está sobre las oficinas del Inquirer, en la misma calle y enfrente de la
mansión de Essex, donde había instalado su cuartel general y puesto de mando.
El secretario del conde, un borrachín amargado por su trabajo, me confesó, tras
invitarle a tres pintas en la taberna, que el conde estaba esperando un navío de
la corona, con más de trescientos hombres, armas y vituallas para los asediados
de Boston. También, que esperaba esa misma noche a unos nobles europeos que
huían de la guerra, procedentes de Vermont, con intención de embarcar a Inglaterra.
Aquello despertó mi interés, y con la excusa de escribir un gran reportaje exaltando
al gobernador, le pedí que me invitara a la cena, para así recabar información sobre
las desapariciones de Green Mountains. Prometió enviarme un sirviente esa misma
noche si lograba convencer al conde para que me invitara.
Al anochecer, una niebla fría, húmeda y espesa envolvió la ciudad . Cuando eran
casi las diez, y creía que ya no vendrían a invitarme a la cena, un sirviente de la
mansión se presentó a mi puerta: -El conde y sus distinguidos invitados le esperan.
Acompañe al criado hasta la mansión. En la entrada y toda la planta baja había
decenas de soldados, más que la mansión de un noble parecía un cuartel, pero
todo estaba limpio y ordenado. Subimos las grandes escaleras a la planta superior,
donde el conde tenía sus dependencias. Un gran salón, con una enorme mesa, con
una galería acristalada que ofrecía unas grandes vistas del jardín y la calle. Allí
estaban ya el conde, su secretario y sus dos invitados.
El barón Walazky, boyardo magyar de las marcas del este. Un hombre alto, de pelo
negro, largo y bien peinado. Con grandes bigotes, una boca fina y ojos profundos,
grises, bajo unas espesas cejas. Vestía ropajes de peregrino, ropas prácticas de
viaje, con una capa negra de lana con capucha y botas altas de piel.
Con él viajaba su hija. La mujer más hermosa que he visto en mi vida, exceptuando
a mi esposa, Susanah. Una belleza generosa y sensual, prerrafaelita. Melena pelirroja
con mechas rubias. Ojos verdes y labios carnosos y muy rojos sobre una piel
pálida y delicada como porcelana. Llevaba un vestido rojo, de escote muy discreto
pero con un lazo rojo bajo el pecho que resaltaba su busto.
Tenía un marcado acento oriental al hablar, que resultaba encantador y divertido.
Se presentó como lady Meshenka, única hija y heredera del barón.
Nos sentamos a la mesa, y enseguida manteníamos una animada conversación.
Essex, habitualmente cruel y mezquino, se mostraba obsequioso y encantador con sus
nobles invitados, henchido de orgullo. De vez en cuando lanzaba una breve mirada
cargada de lascivia sobre lady Meshenka, pero enseguida apartaba la vista.
El barón solicitaba al conde ayuda para conseguir pasaje lo antes posible, y este
le prometía toda la ayuda posible, incluso le ofreció llevarlos en su propio barco
si fuera necesario. El barón hablaba poco inglés, con un tosco acento, cortante.
Le pregunté a lady Meshenka si conocía del caso de las desapariciones, y me dijo
que, casualmente, ellos venían de Manchester, y allí eran bien conocidas las extensas
y peligrosas cavernas. Guarida de lobos, osos y bandidos. En el bosque podías caer
en un profundo agujero de varios metros de profundidad y verte atrapado en una cueva,
y que además se inundaban con las lluvias.
Incluso los indios de la zona las evitaban, conocedores del peligro.
Aquello me pareció una explicación muy razonable, y enseguida cambiamos de tema.
Me contó sobre las hermosas montañas y bosques de su país, de Transilvania y Valaquia.
Me dijo, que en su tierra, ella era considerada como una princesa, pero que prefería
el nuevo mundo. Entre risas, me confesó que si por ella fuera embarcaría a su padre esta
misma noche y partiría ella sola hacia el norte, pues deseaba explorar el territorio de
los grandes lagos.
En cuanto salió a colación el inevitable tema de la guerra, la conversación fue decayendo,
nos despedimos cordialmente, y me marché a mi casa, contento de tener una respuesta,
aunque no pruebas, sobre las desapariciones en Green Mountains.
Enseguida llegué a mi casa, y me acosté junto a mi esposa. A los pocos minutos dormía
placidamente.
No mucho más tarde, esa misma noche, el sonido de unos disparos me saco de la cama.
Aunque llegaban amortiguados, sabía que procedían de la mansión de Essex. Fui a mi
estudio y, desde la ventana, contemple lo que sucedía. En la mansión estaba teniendo lugar
una terrible batalla. A través de las ventanas veía los fogonazos de los disparos, se oían
tremendos crujidos de mobiliario destrozado, gritos y el metal de las espadas.
En la calle se veían algunos soldados, que acudían a la mansión corriendo. ¿Pero, quien atacaba?
Me acordé de lady Meshenka y su padre, ¿Estarían atrapados en la lucha?
Me vestí rápidamente y salí a la entrada, sin valor para acercarme y verme en medio del
combate. Seguían llegando patrullas y algún soldado inglés, pero no se veía ningún
rebelde por la calle. Quien fuera que atacaba estaba dentro de la mansión.
Algún que otro vecino se asomó también a ver que sucedía.
La lucha continuo brutal, lo que parecieron minutos, pero poco a poco se fue apangado.
Se oía algún disparo ocasional, algún horrible grito de agonía, y luego nada.
No me armaba de valor para acercarme. Entonces, a través de los ventanales del primer
piso, justo donde estaba el salón en el que había cenado unas pocas horas antes, vi que
se había iniciado un incendio. Este ganaba fuerza y se extendía rápidamente.
Por fin, reuní el valor para entrar y me dirigí a la mansión, pasando entre los curiosos
que se estaban reuniendo a la entrada e intentaban ver algo a través de las ventanas.
El olor a pólvora y humo fue lo primero que me encontré en el recibidor, después, el
olor de la sangre. Había algunos cuerpos tirados en las grandes escaleras, y al asomarme
a las salas laterales, vi claramente muchos más soldados muertos. No había rastro del
enemigo, ni señales de heridas de armas de fuego. Todos habían muerto desgarrados,
mordidos, o destrozados, por alguna bestia de garras y mandíbulas gigantescas. Había
sangre por todas partes. Y muchos de los cuerpos mostraban un rictus de terror en sus caras.
¿Pero, donde estaban esas bestias? Notaba el miedo, que me subía por el cuerpo con
un frío terrible, y notaba que mi conciencia se ofuscaba y amenazaba desmayarme.
Subí las escaleras lo más rápido que pude, evitando mirar los cuerpos desperdigados
por todas partes. Al llegar arriba, por las puertas abiertas, vi el salón en llamas. El
cuerpo del conde de Essex yacía boca arriba sobre la mesa, con el cuello destrozado,
en un charco de su propia sangre. El secretario estaba tirado cerca de la mesa. Doblado
por la mitad, pero hacia atrás. Los sirvientes y esclavos también estaban muertos,
todos destrozados.
El fuego entonces ganó fuerza. Estallaron varios cristales de la galería, y al tomar aire,
el fuego rugió y una gran humareda se extendió por todas partes.
Corrí a las habitaciones, ya gritando: -¡Meshenka!, ¡Barón Walazky! Pero tras las puertas
cerradas no había nadie, y donde estaban abiertas solo vi más soldados y siervos
asesinados.
El fuego y el humo ya amenazaban el pasillo, y el techo del salón crujió ominosamente.
Corrí escaleras abajo y salí a la calle. El tejado de la mansión ardía, y en pocos minutos
todo el edificio era pasto de las llamas.
Por la mañana supimos que el barco de lord Essex había desaparecido. Y cuando por
fin llegó el esperado barco inglés con refuerzos, fue recibido a cañonazos por los
rebeldes, viéndose obligado a tomar rumbo al sur. Dos días despues resulto hundido
en la bahía de Quincy, enviando a más de trescientos hombres al fondo del mar.
Yo era el único testigo de lo que había sucedido dentro de la mansión, pero no podía
explicarlo,¿Quien había atacado?¿Por dónde habían salido? Además, estaba seguro de
que aquello no lo habían hecho soldados, ni seres humanos. ¿Cuántos osos hacían falta
para matar casi cincuenta hombres armados? ¿Y dónde estaban, ninguno había muerto?
La explicación que quedo fue que los rebeldes atacaron la mansión, se mataron unos
a otros, y el fuego acabo con los demás.
Sé que es imposible, pero mi instinto me dice que lady Meshenka y su padre están
relacionados de alguna manera con lo sucedido en la mansión.
En cuanto me sea posible, pretendo viajar a Manchester, en Vermont, e investigar de
cerca las desapariciones de Green Mountains, y es posible que averigüe algo sobre lady
Meshenka también.
Mensaje en una botella.
(extracto de la Bitácora de a bordo, navío de línea Redentor. Armada española.)
15 de agosto, 1771.
Hoy partimos desde Santiago de Cuba, después de una parada de dos días para
repostar agua y hacer pequeñas reparaciones.
Salimos con la marea y suaves vientos a favor. El clima era espléndido.
Por la tarde divisamos La Española. Un pequeño bajel se aproximó desde el sur,
tomando nuestra misma ruta. Cuando comprobamos que no portaba bandera o
pabellón alguno, nos detuvimos para disparar una salva de advertencia, pero el bajel
se detuvo antes de ponerse a tiro.
Al triplicar en tamaño y cañones al pequeño navío, decidimos continuar rumbo,
no suponía una amenaza considerable.
Los marinos bromeaban y hacían apuestas sobre cuantos cañonazos aguantarían
los corsarios antes de irse a pique.
Al anochecer una espesa niebla vino del sur, acompañada de una fría lluvia.
A medianoche, se transformó en una tormenta. Rayos y truenos iluminaban y
atronaban entre negros nubarrones. La mar se picó, y las olas nos golpeaban.
Entonces volvió a aparecer el pequeño bajel. A gran velocidad se aproximaba a
nuestro costado, con toda la intención de abordarnos, pese a la gran diferencia de
tamaño, cubiertas y cañones de nuestros barcos.
Les disparamos en el acto, y pese a que derribamos un mástil y el velamen de proa,
la pequeña nave llegó hasta nosotros. Con un gran crujido, que hizo temblar la
cubierta, chocaron de costado a estribor.
Inmediatamente después, vimos aparecer más de dos docenas de garfios de hierro
al final de sus cuerdas. Se engancharon a los mamparos y al momento la cubierta
se escoraba ligeramente con el peso de muchos hombres trepando al abordaje.
Los infantes de marina se arrojaron a descerrajar sus mosquetes sobre los asaltantes,
pero pocos fueron derribados. Al llegar a la cubierta los primeros piratas,
comprobamos con horror por qué.. ¡La mayoría de los hombres ya estaban muertos!
Algunos en avanzado estado de descomposición, mostraban heridas horribles, alguno
incluso avanzaba con un agujero del tamaño de una moneda atravesándole la cabeza.
Estábamos pasmados, y los piratas comenzaron a matar a todos los que tenían cerca.
En un momento había más de una docena de asaltantes a bordo, y casi tantos caídos
de los nuestros.
¡Desperta ferro! -gritó el sargento Gallardo. Consiguió reagrupar a los infantes y
plantaron cara a los monstruosos asaltantes.
Pero nuestro horror solo acababa de empezar. Después de los piratas subió su capitán.
Vestía ropajes más lujosos, y mejores armas. Pero lo peor eran sus ojos, parecían
brillar con un fulgor rojizo imposible, como si hubiera una caldera ardiendo en su
interior.
El sargento Gallardo, bendito sea, cargó contra el capitán pirata. Pero este lo detuvo
sin emplear siquiera un arma. Lo tomo del cuello con una solo mano, y lo levanto un
palmo del suelo, como si el veterano soldado de noventa kilos fuera un muñeco de
trapo.
Con una horrenda carcajada, el cadavérico capitán mostró unos enormes colmillos en
una boca de dientes podridos. Con un movimiento rápido y fluido, incrusto su mano
en el pecho de Gallardo, y arranco su corazón, todavía latiendo. Arrojo entonces el
cuerpo por la borda como un pelele, y alzo el brazo con el corazón y grito:
¡Papa Legba, pran lavi sa yo pou Agwé! ¡Baron Samedi, donner ces morts à Jean-Baptiste!
De repente, los cuerpos de los caídos comenzaron a moverse. Primero con espasmos
y despacio, pero enseguida se lanzaron sobre nosotros. Sin armas, como bestias
rabiosas, derribaban al primero que encontraban, sin reaccionar a los golpes, cortes y
disparos que recibían. Mordían y desgarraban, emitiendo unos inhumanos gemidos y gruñidos.
Huimos despavoridos, algunos saltaron por la borda. Yo mismo, reconozco avergonzado
que corrí, sin mirar atrás, hasta llegar a mi camarote, donde me encerré con el alférez
Mediavilla.
Escribo esto mientras la lucha continua. Creo que los piratas se dirigen primero a las bodegas,
en busca del oro. No sé cómo han sabido que llevábamos este cargamento secreto, pero eso
ahora poco importa ya. Sabía que ese oro estaba manchado de sangre, y solo más sangre se
podría pagar con él.
Se oyen tras la puerta los gemidos de esos monstruos que antes eran mi tripulación. Están
golpeando la puerta y arañando.
Arrancaré estas páginas, las meteré en una botella que sellaré, y la lanzaré por un ventanuco.
Espero que llegue a algún amigo. Y que sirva de advertencia y testimonio de lo que nos ha
acontecido.
Ya vienen los piratas, y con ellos su demoniaco capitán, ya golpean con fuerza la puerta.
Que Dios se apiade de las pobres almas que viajaban a bordo del Redentor.
Almirante Don Luis Gabriel de Bardají.
Sangre bajo el sol.
Dominique se puso el sombrero de ala ancha y las gafas de lentes oscuras y salió a la calle. En la plaza
frente a la posada había un parque con una fuente y algunos árboles. Un grupo de niños jugaba bajo
el sol. Nadando en la fuente, corriendo y saltando y persiguiéndose unos a otros. Sus risas y gritos
llenaban la plaza.
Conforme se acercaba, vio como uno de los más pequeños resbaló al salir de la fuente, su antebrazo
se raspó con la piedra, y cayó sentado de culo al suelo. Empezó a sangrar, y el pequeño empezó a
gritar llorando al verse la herida.
Una niña muy rubia, con el pelo muy largo, se acercó al pequeño. Tomo delicadamente su brazo y
empezó a cantar: -Cura sana, cura sana, culito de rana. Si no cura hoy curará mañana..
Besó delicadamente la herida, y el niño la miró, con cara de asombro. Dejando de llorar, se miró el
brazo como si aquel raspón acabara de curarse como por arte de magia. Miro a la niña con una
gran sonrisa llena de mocos, y riendo se levantó de un salto y volvió a tirarse al agua.
Cuando llegó junto a la niña, a Dominique le ardía la piel y le dolían los ojos. -Señorita, deberíamos
regresar a la posada. -le dijo.
La niña se giró hacia ella y la miró con unos grandes ojos azules. Un pequeño párpado se dibujó en
su frente, y un ojo igual a los otros dos se abrió y se cerró en un curioso guiño, lleno de picardía.
La pequeña corrió y se abrazó a sus piernas, luego la tomo con su manita y juntas caminaron hacia
la posada.
Una vez dentro de la posada, la niña condujo a Dominique al almacén, allí tiró de la fusta de una antorcha y un pasadizo se abrió entre ellas, a lo que Dominique exclamó: "Toda precaución es poca para sortear la ira Tremere"
Al mentar al clan, a la niña se le agrió el semblante, dejo de proferir sonrisas y se limitó a guiar a su invitada por las galerías, se paró en una pared y tras una secuencia estudiada de leves golpes, una puerta se abrió ante ellas dejando a la vista una mesa de caoba presidida por un trono de piedra.
Un hombre con marcadas facciones de haber batallado durante lustros y con el tercer ojo al descubierto sin ningún pudor, se levanta para dar la bienvenida a su invitada "Dominique Touraine, es una alegría verte de nuevo"
Tomando asiento, mientras deja su sombrero sobre la mesa, Dominique responde "Jeje, lo dices como si tuviera opción, a qué se debe semejante honor, no todos los días te cita el mismísimo Adonai ante su presencia..."
Adonai se sienta pesadamente, luce una coraza como todos los furias y una capa de pieles por encima de esta "Siempre me han gustado dos cosas de ti, que no pierdes el tiempo con rodeos y que eres una Ventrue sumamente eficiente, hoy necesitaré de esta segunda virtud, ya que ha llegado una información muy interesante a mis oídos"
Con una sonrisa maliciosa, Dominique responde "Dispara"
"Ha llegado a mis oídos información sobre los cobardes que traicionaron a Saulot, la orden de Hermes, quieren realizar el ritual de la Rosa Amarga. Los tres implicados han logrado hacerse con la localización de un antiguo de sexta generación que recientemente se ha rendido al letargo, tu misión será deshacerte de los ambiciosos magos y darme la localización exacta, yo haré el resto"
"Jajajaja, quién es el ambicioso aquí, pretendes llevar a cabo el amaranto y que te deje libre el camino, esto te costará muy caro, además, qué me impide dar tu ubicación en su lugar a los Tremere, seguro que ellos tienen más que ofrecer, al fin y al cabo llevan saqueando vuestras posesiones durante milenios"
"Primero, querida amiga, ten cuidado cuando juegas con los lobos, yo no soy como mis hermanos, no pretendo llegar a la Golconda como los débiles corderos que son, yo tomo y degüello, te invito a verlo con tus propios ojos cuando se acerque la Palla Grande y por otro lado, ¿te dice algo la Sangría?"
"Mientes, el código de Samiel se perdió hace eones, tienes alguna prueba de su existencia?"
Unas alas se empiezan a desplegar a los lados de la coraza, una luz proveniente del techo baña la estancia eliminando toda mácula, a lo que Dominique responde "Dame 10 días"
Mientras recorre las catacumbas, su cabeza esta maquinando como matar a los 3 vástagos, practicar la diablerie a Adonai, al antiguo y hacerse con el Código de Samiel, no será fácil, pero siempre le han apasionado los retos