En el interior de la nave Mi-Go, el alienígena insectoide entró en el taller/quirófano donde daba forma a sus creaciones. Allí, varios cilindros llenos con líquidos de diversos colores, albergaban cuerpos de humanos y xenos en animación suspendida.
Sorteando piezas metálicas y restos orgánicos, encontró encima de la mesa de operaciones al autómata destruido que debía reparar. Mientras comprobaba los daños recibidos, maldecía en su extraña lengua el uso que hacían de sus queridas creaciones.
Estaba más que harto de los tratos con el mago negro, la obsesión del hiperbóreo por la búsqueda de una dudosa reliquia perdida, hacía ya tiempo que dejó de ser beneficiosa para los habitantes de Yuggoth.
Con gran maestría, usó sus apéndices quitinosos para manejar herramientas que una mano humana, sería incapaz de utilizar, ejecutando paso a paso, un secuenciado ritual de sanación con el que devolvería la vida a esa compleja obra de arte que tenía ante sus órganos visuales.
Mientras tanto, la puerta de la estancia emitió un sonido zumbante y el alienígena, la abrió telepáticamente desde donde estaba trabajando. Un hombre musculado, de rasgos europeos y ataviado con ropa de "cowboy", entró en la sala para informar sobre la entidad apresada en las profundidades de la tierra.
Al ver el rostro desfigurado que reparaba su amo, una punzada de ira hizo que vacilara durante el informe, sin embargo, pronto recuperó la compostura y terminó de contar su relato, no sin poder ocultar, cierto disimulo por reprimirse.
Al Mi-Go le extrañó la actitud de su siervo recién llegado, aunque... estaba demasiado preocupado por los problemas que sabía, estaban por venir, así que decidió ignorarlo y seguir con sus delicados quehaceres.
Después de dar la última pincelada de color en el lienzo de carne y metal que descansaba sobre la mesa, conectó la fuente de energía que lo alimentaba, y entonces, los ojos orientales del cyborg, se abrieron lentamente.
Tras admirar su obra, el alien encendió el implante con el que imitaba las cuerdas vocales de un humano, buscó el idioma que necesitaba y se dirigió a sus vasallos, con una voz pausada y susurrante:
– Allez mon coeur TSK, F' Tang Chtul... TSK, Tekeli, li, li…TSK, TSK, bzzzzzzzt. TSK... pronto estaréis preparados... pero… la misión… será otra.
¿Qué parte de"Cthulhu R'lyeh Ph'nglui mglw'nafh wgah'nagl fhtagn" no has entendido?
Arthur empujó las puertas del salón con firmeza; sabía que la primera impresión que causara un hombre tenía gran importancia, y más en un lugar como ese. Se quedó unos instantes allí, esperando a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra del local, pues el sol a sus espaldas apenas se colaba por los cristales, translúcidos de suciedad acumulada. Era temprano, y esperaba encontrar la taberna desierta, pero la diligencia lo había abandonado hacía ya rato. Había tenido que caminar bajo el sol abrasador, cociéndose en su elegante gaban gris mientras la camisa almidonada le iba enrojeciendo su pálida espalda por el roce del chaleco.
— Buenos días —saludó, obteniendo un vago gruñido del barman como respuesta. El hombre, más dormido que despierto, ni siquiera había levantado la cara para mirarlo, afanado por pulir las marcas de las jarras que la noche antes se habían deslizado por la barra de caoba negra.
—Buenos días tenga usted, caballero.
Arthur avanzó hacia la mujer que le había devuelto el saludo, decidido, aunque a medida que se aproximaba ella su determinación fue menguando poco a poco. Era extrañamente hermosa, elegante, demasiado quizás para las ropas raídas de una meretriz. Su rostro era de aquella clase que se dejaba ver por salones de baile, envuelto en sedas y tul. Se dio cuenta de que la estaba mirando fijamente y bajó los ojos hacia la mesa en la que estaba sentada; ella había sonreído con algo de malicia ante su timidez. Junto a la mujer había dos personas más; un hombre viejo, de aspecto tranquilo, que jugueteaba con un vaso cuyo dorado contenido apestaba a destilería barata, y un chico flacucho, con el rostro desencajado de dolor o embriaguez; su brazo estaba atado con parcos vendajes al pecho.
— No quisiera causar molestia —comenzó Arthur, quitándose las lentes para limpiar con el borde de la camisa el polvo del camino—, pero estaba buscando el consultorio del antiguo médico. Me llamo Arthur Forrester, no sé si les han avisado de mi llegada.
La sonrisa de la mujer se hizo más amplia, cordial incluso.
— Pero qué casualidad más afortunada —canturreó. Arthur pudo percibir el cinismo de su voz, o tal vez solo estaba terriblemente nervioso—. Soy Nancy. Ellos son Pete y Fantasma. Igual el chiquillo necesita que le eches un vistazo; no estoy muy segura de que los atentos cuidados de Sor Lucía estén dando muchos frutos...
El hombre que acompañaba a Nancy rio entre dientes y le dio una palmada en el hombro bueno a Fantasma, que se encogió de dolor.
— Por supuesto, señorita, haré todo lo que esté en mi mano por ayudar al muchacho. Tan solo necesito que me muestren donde puedo poner en práctica mis humildes conocimientos.
— Ya has oído, Pete —Nancy arrugó la nariz en un gesto autoritario del todo irresistible— Lleva al doctor a su nueva madriguera y que se encargue de Fantasma antes de que vuelva a echar la papilla. Yo me voy a acostar un rato. Si vuelvo a tener noticias de Lucía o de Kid te mantendré informado, pero creo que deberías intentar descansar.
De vuelta en las calles semi desiertas por la calima, Arthur le dio los centavos que había prometido al niño que guardaba su equipaje y emprendió la marcha hacia el consultorio, flanqueado por Pete Pachorras, que se lo estaba tomando con calma, y Fantasma. Arthur sabía algunas de las cosas que habían pasado en el pueblecito, aunque no conocía los pormenores. Porque ese era su trabajo: saber. No se habría metido a ciegas en un asunto tan turbio, por supuesto, pero debía favores, y como tanto tiempo había temido, había llegado la hora de saldar sus deudas. Aun así, le preocupaba más la singular mujer que la idea de aquellos muertos que se habían levantado. La mujer cuyos esbirros lo estaban acompañando. La tarjeta de visita casi le quemaba en el bolsillo interior del chaleco; se llevó una mano a ella por instinto, como quien acaricia un talismán.
— Ya hemos llegado.
Pete, más callado que de costumbre, aunque igual de borracho, le hizo una breve guía por la vieja casa del médico. Después balbuceó una excusa vaga sobre asuntos que debía atender y lo dejó a solas con el muchacho rubio. Sus ojos azules, penetrantes, se clavaban en Arthur con un brillo de advertencia.
— Bueno, muchacho, déjame ver que tenemos ahí. Ya tendré tiempo de acomodarme cuando hayamos arreglado ese brazo.
El chico hizo un mohín, pero se sentó sobre la mesa del humilde comedor que Arthur le había indicado, poniendo las botas en el asiento de una de las sillas, que quedó sucia por el barro. Arthur se quitó el gabán intentando ignorar las manchas oscuras que había en el suelo y que habían salpicado el papel pintado, evitando preguntarse con demasiada seriedad si serían sangre. Después abrió el gastado maletín de cuero y comenzó a sacar algunos utensilios, rebuscando abstraído hasta que encontró unas tijeras, brillantes y afiladas. Los vendajes de Sor Lucía fueron cayendo uno a uno; Fantasma olía a sudor, a polvo, a abandono. El rostro de Arthur estaba entrenado para no dejar traslucir sus pensamientos, pero era evidente que el joven, malnutrido, era poco más que un esqueleto andante. El nombre le quedaba que ni pintado. Se tomó un segundo para compadecerse de él antes de quitarle la camisa; sus dedos apenas habían rozado el primer botón cuando el frío filo de un cuchillo se apretó contra la pierna de Arthur.
— Yo que usted no haría eso, Doc.—El chico había fruncido el ceño; las sombras que se adivinaban en su mirada hicieron que Arthur dudase unos instantes, pero no apartó las manos—. Remiéndeme el brazo y ya. Lo que hay debajo de la blusa está bien como está.
Arthur trató de elaborar una sonrisa tranquilizadora antes de contestar con toda la paciencia de la que disponía dadas las circunstancias.
— Necesito verte el hombro para colocártelo, Fantasma. ¿Es ese tu nombre? ¿Cómo te llamas en realidad, chico? —Meneó la cabeza, pensativo—. Mira, da igual si no me lo quieres contar. Pero de lo que hables bajo este techo no saldrá ni una palabra, eso te lo puedo garantizar. Es secreto profesional.
— Y una mierda, viejo —el cuchillo de caza subió hasta quedar a la altura de los labios de Fantasma; su aliento cálido cosquilleó en el rostro de Arthur. Tenía un leve aroma a bourbon—. No me fio de los estirados como tú. No me fio de nadie. Así que o me arreglas este despropósito o te juro que vas a ser el médico que menos ha durado en este pueblo de mierda.
— Vale, tranquilízate Fantasma — Arthur dio un paso atrás, con las manos en alto en gesto pacificador—. Lo haremos como tú quieras. Pero te aviso de que te va a doler, así que me gustaría que soltaras el cuchillo un momento, para que no haya equivocaciones.
Fantasma escupió en el suelo con rabia y clavó el cuchillo en la mesa con un golpe seco.
— Seguro que duele menos que los que me hizo esa puta monja loca.
Arthur se situó junto al chico, de pie al borde de la mesa, un poco por detrás para que la maniobra hiciera su magia. No era el primer hombro dislocado al que se enfrentaba, claro, pero si otros habían perpetrado intentos fallidos en aquel miembro, era probable que las fibras musculares estuvieran desgarradas, lo que dificultaba bastante la tarea. Sin embargo, sus ojos expertos percibieron muchas cosas que seguramente el joven guardaba con celo: las quemaduras de cigarrillo en su nuca y en su cabeza, en las que el pelo le crecía en mechones irregulares. Una cicatriz rosada que ascendía desde las profundidades de la espalda hasta casi la parte posterior de su mandíbula, fina y afilada como la fusta de un caballo. Colocó las manos en el hombro, con los dedos sudorosos, haciendo caso omiso del gruñido de protesta de Fantasma. Sus dedos le contaban más cosas todavía, incluso con el tacto embotado por la vieja camisa del chico, y cuando corrigió la postura del miembro flácido con un sonoro chasquido, el grito de Fantasma terminó por corroborar todo lo que había aprendido sobre él en ese pequeño instante. Al fin y al cabo, su trabajo era saber. Y se le daba condenadamente bien.
— ¿No tendrás algo de tabaco por ahí, Doc?
Casi anochecía cuando el muchacho se marchó de la vieja casa del doctor. No le había revelado a Arthur ni uno solo de sus secretos más triviales, o eso creía, pero le había hablado largo y tendido de sus peripecias con el cura, y de la extraña aventura con Nancy y los Onawa.
— Ha venido usted a parar a un moridero, Arthur —había escupido Fantasma al final, apurando las últimas caladas desesperadas antes de volver con Nancy—. Un moridero que está a las puertas del infierno. Hay algo en esa mina, se lo juro. Debería recoger sus cacharros y largarse.
— ¿Y por qué no te vas tú, Fantasma? —Había preguntado él con amabilidad.
— Porque alguien tiene que cazar a lo que quiera que sea que hay ahí abajo. O eso dice Nancy.
Recostado contra el marco de la puerta, Arthur contempló la figura escuálida del chico perderse entre la muchedumbre. Sacó la tarjetita del bolsillo; tenía las esquinas dobladas y se había manchado de café, pero todavía podía leerse, que era lo importante. No pudo evitar estremecerse ante las palabras familiares que tenía serigrafiadas.
VIGILAMOS,
Y ESTAMOS SIEMPRE PRESENTES.
Arthur sabía que esta vez la mierda le iba a llegar hasta el cuello.
El sol quemaba la piel de Kid, que malherido, se arrastraba por el desierto intentando encontrar ayuda.
Se había separado de sus compañeros de fatigas, decidieron que ellos irían al pueblo mientras él, avisaría a los Onawa de lo ocurrido con el hombre mecánico. Sin embargo, el viaje hacia el campamento no había sido un camino de rosas y ahora, estaba luchando por sobrevivir después de haberse vuelto a topar con los mineros infectados.
Tremendamente cansado, levantó la cabeza y vio un Coyote mirándole. Asustado, fue a echar mano de su revólver para ahuyentarlo, sin embargo, su arma ya no estaba colgada del cinturón.
–No lo necesitas allá donde vas.
Dijo el Coyote.
Kid no daba crédito, de pronto era de noche y la gente corría a su alrededor, indios y blancos gritaban horrorizados, huyendo de insectos gigantes y humanos que escupían sangre negra. El pueblo donde había pasado los últimos años ardía, pero, también veía el campamento Onawa y la casa donde vivió de niño siendo pasto de las llamas.
El Coyote se le puso al lado.
–Siempre has sentido que perteneces a varios mundos, pero no son más que caras de la misma moneda, en tí está entender el funcionamiento del universo o ser un simple peón de otros.
Entre la multitud vio a su amigo, el viejo Pachorras, que bebía de una botella de licor, después metió un pañuelo en ella, lo prendió con su cigarro y lo lanzó a los insectos, quemándolos en una llamarada verde que lo deslumbró.
Al abrir los ojos, Nancy le miraba sería. Estaban en el interior del saloon, sentados, jugando al póker.
–Sé que vas de farol, chico.
Todo el bar le miró de repente.
–Decide de una vez, si ves mi apuesta o no.
Tras esto, los parroquianos del local empezaron a pelearse y Kid, tuvo que esconderse bajo la mesa por la violencia a su alrededor. Asomó tímidamente la cabeza para buscar la salida pero, sólo vio a Nancy, bebiendo tranquila un vaso de whisky. Tras guiñarle el ojo, le dio una bofetada como la primera vez que lucharon contra el escorpión y la oscuridad le invadió.
Al despertar, Kid estaba delante de la iglesia del pueblo, varios crucifijos gigantes ardían a su lado y Sor Lucía, bailaba frente a ellos imbuida por un éxtasis de alegría y furia a partes iguales. Al cruzar sus miradas, sacó una escopeta de dentro de su hábito y apuntó a Kid, este se agachó tapándose la cara, pero el disparo, no era para él.
Tras quitarse las manos de los ojos, vio un humano con la cabeza reventada, soltando a borbotones, sangre negra por la herida. Sor Lucía se puso al lado de Kid y dijo:
–San Perico, San Perico, tú qué eres tan bonico, no me seas un borrico y ponme al muerto buenecico.
El infectado se levantó y se limpió la cara con un pañuelo. Kid no podía creer lo que veía. Fantasma, tiró el pañuelo y se desperezó, entonces miró al mestizo y le dijo.
–Kid, se acabó, la Tierra no tiene dueño, todas las pisadas le duelen igual.
El suelo tembló, varios tentáculos salieron del interior de la tierra y agarraron a Kid, que luchó con todas sus fuerzas por liberarse, pero no era rival para su captor, así que se vio arrastrado a las profundidades mientras gritaba aterrorizado.
La sensación de ahogo, dio paso a la desesperación, que guiaba sus manos para poder apartar la arena, buscando la manera de respirar. Cuando por fin salió al exterior, tosió y jadeó hasta recuperar el aliento.
Águila que Chilla, atusaba el fuego en la tranquilidad de la noche en el desierto y le ofreció una taza con infusión.
– Parece que los espíritus han decidido acompañarte hermano, toma… recupérate de tu viaje.
Tras tomar la bebida del chamán, Kid se sintió reconfortado y se retiró a meditar.
Todavía no sabía cuál era el camino que los espíritus le marcaban, pero sí tenía claro algo; la tierra pedía ayuda y él acudiría a su llamada, no importaría el tamaño o el poder del enemigo, él lucharía hasta la última gota de su sangre.
La fuerza de los espíritus le acompaña; mirando a la luna llena, inspiró profundamente y lanzó un grito, desafiando a todos aquellos que osaran ponerse en su camino.
¿Qué parte de"Cthulhu R'lyeh Ph'nglui mglw'nafh wgah'nagl fhtagn" no has entendido?
El sol de la tarde iba perdiendo fuerza y las buenas gentes del pueblo, disfrutaban de la festividad anual de San Perico, felices en sus hogares. Era tradición que todos los negocios parasen su actividad para asistir a las procesiones de la mañana y las cenas familiares, incluso el salón de Louis cerraba a cal y canto, por lo que las calles estaban bastante más tranquilas de lo habitual.
Dos forasteros llegaron a pie, entraron en el pueblo y se dirigieron a la vieja misión española. Al cruzar el arco de entrada, encontraron un grupo de jóvenes novicias dirigidas por una alegre monja, la cual les enseñaba canciones religiosas en el florido patio de la misión.
Aunque sorprendida por la irrupción de los recién llegados, Sor Lucía fue a saludarlos con una sonrisa de oreja a oreja, sin embargo, quedó paralizada al ver a quien había conocido con el nombre de “Mano Fuerte”, acompañado por un hombre de rasgos europeos y casi dos metros de altura.
Los extraños la ignoraron y fueron directos hacia la capilla de San Perico, donde, en teoría, el párroco se encontraba limpiando la figura del santo, después de las celebraciones. Como si de una simple hoja de papel se tratase, destrozaron la puerta a base de golpes de sus manos desnudas y las jóvenes novicias empezaron a chillar asustadas. Mientras entraban en la capilla, Sor Lucía se afanaba por poner a salvo a sus pupilas lo más rápido que pudiera para volver a ayudar a su amante.
Sorprendido, el párroco miraba desde el púlpito a las dos figuras que se dirigían hacia él, sus ojos y caras inexpresivas le hicieron entender al instante lo que ocurría, así que pronunció las palabras de un hechizo para atacarlos. Solo tuvo tiempo de invocar a las fuerzas arcanas sobre el que iba en cabeza, la enorme figura musculada se paró en seco, obligado a arrodillarse por la energía desatada.
Sor Lucía entró en la capilla dispuesta a luchar, pero el hombre chino que iba más retrasado la pilló desprevenida, atacándola con un certero golpe que la dejó inconsciente. La ira cegó al párroco cuando vio a la mujer que amaba sin sentido en el suelo, y dirigió todo su poder contra el que había osado a hacerla daño.
Sin embargo, el despliegue de furia mágica no le alcanzó, Mano Fuerte era demasiado veloz para el mago, que sólo consiguió agotarse, permitiendo al autómata aprovechar el momento para abalanzarse sobre él y agarrarlo por el cuello, levantándole en vilo con tan sólo una mano.
Mientras tanto, Arnie sufría una presión insoportable dentro de su cabeza y se apretaba con fuerza las sienes, sintiendo que estaba a punto de estallar. Imágenes de su pasado desfilaban ante sus ojos, imágenes que le torturaban desde hacía tiempo, como antiguos demonios que se habían puesto de acuerdo para recordarle quién era y lo que había hecho para llegar a ser ese monstruo de carne y metal en el que se había convertido.
Lanzando un grito ahogado, por fin sintió que algo se había desbloqueado en los laberintos de su mente. Una olvidada serenidad regresó a su espíritu, haciendo que se pusiera en pie y se dirigiera a su compañero mecánico.
—Suéltalo, "Lo Pan".
El autómata chino, giró lentamente la cabeza hacia él.
—¿Cómo me has llamado?...
Abrió su mano liberando al párroco, que cayó estrepitosamente al suelo totalmente inconsciente. El ojo derecho de Lo Pan temblaba con un tic nervioso, su respiración fue aumentando de ritmo a la vez que la intensidad de su odio, largamente dormido, crecía como un incendio en el bosque durante un verano de sequía. Las palabras de Arnie parecían haber liberado a una conciencia atrapada.
—Yo… ¿quién eres?.
—¡Hola!, me llamo Arnie Tanzanian, tú mataste a mi padre… prepárate a morir.
Tras escuchar el nombre, el oriental emitió un grito agudo y feroz; moviéndose a la velocidad con la que una cobra ataca a su víctima, cogió carrerilla para dar un salto y lanzar una secuencia de patadas en bicicleta contra el pecho de Arnie.
Ante la furia de los golpes de su contrincante, el gigante pálido se vio obligado a retroceder por la capilla y el patio hasta la puerta de la misión, momento en el que un puñetazo ascendente de Lo Pan, le hizo salir volando y probar el polvo de las calles del pueblo.
Un transeúnte que caminaba tranquilamente, con la única compañía de una botella de whisky, quedó estupefacto al caer un hombre de casi dos metros de altura justo a su lado.
Tras levantarse, Arnie miró fríamente a Pachorras, pero le ignoró y sacudió su cabeza para recuperarse de la conmoción.
Pachorras, se alejó lentamente entonando: «Esta yegua no es mi vieja yegua gris, no es mi vieja yegua gris, no es mi vieja yegua gris…» hasta que, de un salto, se metió en uno de los barriles apilados cerca del salón que tanto frecuentaba, poniendo como pudo la tapa que lo cubría para así poder refugiarse ante el duelo que iba a tener lugar.
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—Te reto al combate mortal, Lo Pan.
—Mi Kung Fu es más fuerte que el tuyo, pequeña cucaracha, nunca podrás vencerme.
Lo Pan ejecutó varias posiciones para prepararse ante el combate y tratar de impresionar a su enemigo. Imitando la danza amenazante de una cobra, acompasó su respiración con sus movimientos, quedándose en una postura ante la que Pachorras no pudo evitar reírse, mientras miraba escondido por una rendijita que dejaba la tapa del tonel.
Arnie también ejecutó una trabajada coreografía que acabó con su mano levantada hacia Lo Pan, invitándole a ir por él.
Los dos gritaron y se lanzaron a interceptar al otro. Un duelo al atardecer como nunca antes se había visto en el pueblo tuvo lugar en aquella fiesta del día de San Perico.
Golpe tras golpe, técnica tras técnica, dos titanes pelearon ante la atónita y aterrorizada mirada de los habitantes de aquel asentamiento del oeste. Ambos combinaban con maestría puñetazos y patadas, piezas metálicas y fluidos aceitosos saltaban con cada golpe que intercambiaban y no parecía que ninguno de los combatientes fuera a salir claro vencedor.
Sin embargo, a pesar del deseo de venganza que empujaba a Arnie, Lo Pan fue superándole poco a poco, hasta que llegó el momento en el que: tras varios golpes dirigidos hacia el pecho del gigante pálido, los mecanismos de este comenzaron a fallar.
El chino miró a su adversario y, con una sonrisa burlona, se dispuso a sentenciar la contienda.
—¿De verdad creías que acabarías conmigo?
Cegado por el orgullo, Lo Pan gritó de nuevo mientras elevaba la palma de su mano, preparándose para asestar el golpe de gracia a su antiguo rival.
Fue entonces cuando sacando de su interior un último aliento, Arnie cruzó grácilmente los pies y giró el torso sobre sí mismo, transmitiendo toda la fuerza que le quedaba en un golpe giratorio con todo su cuerpo, de manera que su puño, como si de un látigo se tratara, golpease en el punto crítico donde se encontraba la fuente de energía de su adversario.
La precisión del impacto provocó una reacción en cadena en el ciborg que cayó al suelo mientras sus engranajes chirriaban y todas las partes de su cuerpo giraban de forma descontrolada. Finalmente, un sonido de maquinaria apagándose dio lugar a un tenso silencio.
Pachorras, que asomaba tímidamente la cabeza desde el interior del barril, miraba con la ilusión de un niño pequeño a Arnie.
—Ooooh… la técnica legendaria del rodabrazo invertido.
Arnie se acercó al cuerpo de su rival, se inclinó sobre la rodilla y dijo:
—No, Lo Pan… es tu Kung Fu el que no tiene cabida en esta tierra.
De pronto, el androide caído comenzó a repetir una y otra vez, con una voz metálica y distorsionada: «mi Kung Fu es mejor que el tuyo, mi Kung Fu es mejor que el tuyo», a la vez que convulsionaba con violencia.
Arnie entendió al momento lo que ocurría y rápidamente levantó el cuerpo de Lo Pan agarrándolo por los brazos, comenzó a dar vueltas hasta ganar velocidad y lo lanzó hacia la ventana del salón, rompiéndola en mil pedazos.
Las últimas y repetitivas palabras de Lo Pan, precedieron a una tremenda explosión que hizo temblar todo el pueblo. El sistema de autodestrucción del androide se había combinado con la detonación provocada por la destilería casera de Louis, convirtiendo el bar en el infierno etílico perfecto.
Pachorras salió del tonel e impotente al ver como ardía el bar, cayó sobre sus rodillas y se llevó las manos a la cabeza a la vez que gritaba desesperado «¡Noooo!» y una lágrima solitaria resbalaba por su mejilla.
Los vecinos del pueblo se afanaron en apagar el fuego a lo largo de la noche. Sor Lucía y el párroco fueron atendidos por el nuevo médico y el pobre Pachorras... estuvo llorando durante horas sin querer hablar con nadie.
En cuanto a Arnie, aunque ayudó a sofocar el incendio, fue llevado a prisión a punta de pistola. La verdad, incluso le inspiró ternura el ver cómo se pensaban que unos barrotes podrían detenerle, pero en el fondo de su ser, había una necesidad de redención que agradeció de alguna forma el presidio.
Al amanecer, la luz entró por las rejas de su celda y Arnie miró por la pequeña ventana; Lo Pan había abandonado por fin este mundo y el sol… brillaba con más fuerza que nunca.
¿Qué parte de"Cthulhu R'lyeh Ph'nglui mglw'nafh wgah'nagl fhtagn" no has entendido?
Inmediatamente después de que Tala agradeciera la atención de sus hermanos y hermanas se presento una situación inesperada en nuestro asentamiento, una mujer caminaba tranquilamente por el acceso al poblado.
Esa mujer aparentaba tener una edad superior a los 50 años, vestía pieles de animales depredadores de gran tamaño , su mirada era penetrante como la de una bestia salvaje dispuesta a saltar sobre su presa para acabar con su vida, los ojos inexpresivos y sin brillo de aquella mujer se posaron sobre Tala e ignoro al resto de nosotros como si no existiésemos.
Rápidamente se acerco a nuestro chaman y dijo lo siguiente: es un gusto conocerte por fin Tala aunque las circunstancias actuales no son las mejores, porque tu gente y tu están condenados a morir por las fauces de las criaturas que los atacaron la noche anterior no serán mas que alimento y sus hijos serán usados para fines oscuros.
Yo puedo ayudarte dijo la anciana, tus hermanos y hermanas no serán victimas de otro ataque pero para eso necesito que renuncies a tus principios tribales para que los intercambies por poder en estado puro, porque esa es la única manera de vencer a los criaturas, debes renunciar a tu humanidad y entregar tu cuerpo a los oscuros espíritus ancestrales, ellos te otorgaran ese poder si decides seguir mi consejo, ahora dime que respondes joven chaman.
Tala respondió a esa mujer que no estaba dispuesto a sacrificar su humanidad por poder, el resultado de eso no terminaría nada bien para su alma porque se corrompería impidiéndole así conocer a la gran madre cuando llegara su hora de morir.
prosiguió hablando con la mujer y le dijo que sabia lo que ella era, él anciano sioux le había contado acerca de los Yee nad looshi, brujos cambia pieles que entregaron sus almas y principios tribales para obtener poder a través de rituales arcanos y oscuros que se basaban en consumir carne de seres queridos para después marcar los cuerpos profanados como símbolo de entrega a la oscuridad. Tala con un tono de voz firme dijo que jamas aceptaría hacer un ritual como ese ni aunque su vida dependiera de ello, él prefería morir como un humano antes que buscar la inmortalidad sacrificando a quienes ama.
tan pronto como dejo de hablar, un silencio sepulcral rodeo el lugar, el rostro de la anciana mujer se frunció de manera horrenda y repentinamente tenia una voz profunda y gutural con la que se dirigió nuevamente a tala le dijo entonces que él era un estúpido por negarse a aceptar el regalo de los ancestros oscuros, para defender a su pueblo.
Prosiguió hablando del anciano sioux, se refirió a él como un cobarde asustado que no hizo nada por evitar que masacraran a su gente, él los había dejado a su suerte para que muriesen despedazados por las garras y fauces de las criaturas al igual que tu lo harás con tu gente, no eres mas que un cobarde asustado del poder que puedes tener, ingenuo y estúpido hombre medicina pensé que serias mas listo que el viejo sioux y aceptarías este don como yo y mis hermanos.
Tala respondió rápidamente mientras apretaba fuertemente el amuleto de puntas de flecha que él protegería a su tribu con su propia vida si eso fuese necesario, pero que no recurriría a ritos caníbales y blasfemos para obtener poderes oscuros, él le dijo a la anciana que si ese era todo su ofrecimiento podía irse por donde vino y que no volviera a poner sus pies en el asentamiento de su tribu.
La anciana adopto una postura agresiva y rápidamente se transformo en un coyote de grandes proporciones, mientras seguía con la mirada puesta sobre Tala, antes de que se ella pudiera abalanzare sobre él, Tala saco de una faltriquera de cuero atada a su cintura un polvo blanco similar a la ceniza y lo arrojo contra la anciana cambia pieles inmediatamente después de que la ceniza blanca entrara en contacto con la anciana mujer perdió su transformación y comenzó a retorcerse por el dolor que sentía y profería insultos al chaman, gritaba a todo pulmón !INFELIZ, EL MALDITO VIEJO TE ENSEÑO A PREPARAR LA CENIZA DE ROBLE BLANCO, TE VOY A MATAR Y A TODA TU MALDITA TRIBU TAMBIÉN!
Tala rápidamente pidió a los cazadores mas grandes y fuertes que le ayudaran a inmovilizar a la cambia pieles, dijo que estaría sumamente debilitada por el efecto de la ceniza, de una bolsa de cuero que él traía consigo saco cuerdas llenas de ceniza y las utilizo para amarrar a la anciana con ayuda de los cazadores.
Una vez reducida y capturada la Yee nad looshi fue introducida en una jaula en el centro del poblado, ella comenzó a rogar que la liberasen que no haría nada en contra de la tribu, pero tala rápidamente acallo sus protestas amenazándola con usar un cuchillo ritual para matarla de una vez por todas aunque fuese una Yee nad looshi , la anciana comprendió que no era un alarde y que él sabia como matar a un cambia pieles, ella entonces ella guardo silencio.
Tala entonces le pidió a sus hermanos y hermanas que se preparasen para la noche porque seria una muy importante, la anciana había dicho que hay mas como ella y probablemente vendrían a buscarla, tendrían que resistir valientemente con ayuda de los amuletos y la ceniza de roble blanco que él ya tenia preparados, insto a todos los hombres y mujeres a llenar de ceniza blanca sus Toma hawks, flechas y armas de fuego para repeler a los Yee nad looshi .
Las monjas de San Perico andaban cuchicheando por los rincones: ¡Qué escándalo el cura y la monja! Y qué envidia. Don Saturnino y sor Lucía no habían dejado un rincón de la misión sin mancillar con sus actos deleznables. Pero estaban seguras de que aquello duraría poco, pues las estrellas más brillantes se apagan pronto y así estaba destinado a ser. Ellas ya se habían adelantado y tenían el telegrama para el arzobispado listo para enviar, y en las noches de borrachera con vino dulce y contubernio, habían pergeñado un plan: al próximo párroco se lo tirarían ellas por turnos. Se habían acabado las injusticias pues hasta allí habían llegado los ecos del comunismo, el del discurso de Aristófanes, no el otro.
¡Eh, Muchacho! se había colado en los subterráneos del desierto a través de la trampilla por donde habían aparecido los insectos gigantes el día que el señor Olesson, el sheriff y él mismo abandonaron a sus compañeros a su suerte. No tenía ni idea de dónde estaba, salvo que era bajo tierra, y se sentía protegido por el momento. El túnel se iluminó con el movimiento, dedujo, pues estaba oscuro como la boca de un lobo cuando se dejó resbalar por la rampa. El lugar no se correspondía con lo que había imaginado: un lugar oscuro, de superficies informes y rugosas, ruidoso, anárquico, caótico y cálido como un nido de insectos comunes y corrientes, por eso le extrañó encontrarse con un lugar fresco, ordenado, aséptico y neutro.
Pasó, no supo cuánto tiempo, escondido en un recoveco oscuro, dormitando y tiritando, hasta que se le pasó el susto. Más tarde, al comprender que los insectos no volverían a entrar por el mismo lugar por donde habían salido, se relajó y comenzó a recorrer los pasillos metálicos. Pero no tuvo la precaución de tratar de recordar la ruta por la que iba, por si tenía la necesidad de volver a la salida por ese mismo pasillo, aunque tampoco le hubiera servido de mucho, pues la rampa había vuelto a su lugar y estaba disimulada en el techo, indiferenciable del resto del cielo raso.
Lucía y Saturnino estaban disfrutando de sus cuerpos en el catre del cura. Él había decidido que le contaría su vida y peripecias de principio al fin y que la llevaría a conocer al ser que tenía secuestrado en el lago subterráneo. Además, ya le tocaba reforzar el hechizo que lo mantenía cautivo, no podía permitir que la bestia recobrase las fuerzas y se liberase, mal negocio, sí señor. Se vistieron y entraron en los subterráneos a través del armario de la capilla. El cura se puso su capa negra y ella dejó de verlo como a un ser humano: ahora era una especie de espectro oscuro, que absorbía la luz a su alrededor y al que solo podía identificar por los dos puntos brillantes que veía en el lugar que antes ocupaban sus ojos. Él le dio la mano y la guio hasta unos raíles metálicos, en los que apareció un tubo transparente con una fila de asientos a un lado, y montaron en aquel artilugio que los llevó a la antesala del lago.
En el trayecto, él le había mostrado cómo veía el mundo un ser inmortal, le había echado la capa sobre sus hombros y ella pudo distinguir un hilo rojo que los ataba: una fibra delgada y vibrante que los unía por un punto unos centímetros por debajo del ombligo. También pudo ver que la realidad tenía un aspecto diferente: los colores oscuros brillaban y los claros aparecían grises y apagados, y todo parecía bailar una danza sutil, los objetos no eran estáticos como en el mundo cotidiano, sino que se movían, hormigueaban como cuando se mira la lluvia a través de un cristal.
Arnie llevaba la ración del día al monstruo del lago. Hoy tocaban restos, los recortes de los experimentos malogrados de aquellos bichos —mitad insecto, mitad hongo— que trabajaban a veces en los laboratorios subterráneos. Tras ganar su duelo al sol contra Brazo Fuerte, Arnie se quedó sin metas, había vengado a su familia, sí, pero y qué con eso, ellos no iban a resucitar y él no tenía adónde ir, así que había vuelto a sus rutinas. Si las memorias de su vida humana desaparecieran por completo tanto mejor para él, rumiaba, mientras empujaba trabajosamente el contenedor con los desechos humanos y animales… quizás no fuese tan mala idea echarse a sí mismo a los tentáculos de la bestia para terminar con todo de una vez; aquello sí que sería la muerte segura. Quizá era por esa certeza por lo que Arnie se permitía el lujo de no pensar demasiado, y una semilla de autodestrucción germinaba fuerte regada por las lágrimas que ya no podía derramar, y se decía de forma repetitiva a sí mismo: cuando ya no pueda más me lanzaré a sus brazos como una enamorada…
El primigenio estaba aletargado y hambriento, y su hiperdesarrollado sistema límbico trabajaba a todo tren intentando recuperar la débil señal que había percibido días atrás. Tendría que esforzarse mucho para atraer aquella migaja de poder que tanto necesitaba, porque la comida era mala, el hechizo potente, y la inactividad demoledora, quizá lo peor de todo; pero una esperanza difusa anidó en las múltiples glándulas pituitarias que ejercían de ojos en aquellos de su raza.
Saturnino y Lucía se habían subido a la pequeña plataforma desde la que se controlaba y daba de comer al primigenio: una estructura precaria si se comparaba con el impresionante tamaño del monstruo. Ella notó su arrogancia cuando le dijo que podía controlar aquel ser con unas simples palabras, con un hechizo ancestral, pero se cuidó de no decir nada que pudiera ofenderle, pues ya había visto algo del poder de la capa, y saltaba a la vista que aquel ser no estaba en el lago por propia voluntad, así que le sonrió dulcemente y se preparó para ver el prodigio que le anunciaba su amado.
Él levantó los brazos a la altura de los hombros, los cruzó, colocando cada mano sobre el hombro contrario formando una cruz delante de su pecho a modo de escudo, y lanzó el fabuloso hechizo con voz atronadora:
―¡ABRA CALANDRA!
―¡ABRAZA A LA CABRA!
―¡POR TODOS LOS DIABLOS!
―¡TRANCA LA BRAGA!
―¡ARRASTRA LA CARA!
―¡MALDICIÓN!
Se oyeron varias carcajadas desde diferentes puntos del lago.
Arnie se había tirado al suelo y se retorcía como una culebra agarrándose el estómago, no podía más, si el mago negro seguía soltando aquellas paridas se moriría antes de tiempo. ¡Qué fuerte!, pensaba, nunca creí que se pudiese morir de la risa, pero mira, sorpresas te da la vida. Sor Lucía estaba en las mismas, se había encogido mientras se abrazaba la tripa, mantenía las piernas cruzadas por miedo a que se le escapase el pipí, y convulsionaba en estertores; nunca, jamás, había escuchado algo tan divertido. Una rata saltó del contendor de la comida lanzando unos chillidos agónicos que no eran más que carcajadas ratiles: el cerebro de ¡Eh, Muchacho! había sido reducido con técnicas del Amazonas e introducido en el roedor por los infames mi-go. Por suerte, o no, para ¡Eh, Muchacho! aquellos engendros creyeron que el experimento había salido mal y habían tirado la rata dándola por muerta. No contaron con la técnica de supervivencia que usaban algunos humanos de hacerse los muertos para que los dejasen en paz.
―¡Maldita seas, Lucía!
El cura se dio media vuelta y abofeteó a la monja con toda la fuerza y la rabia de que fue capaz. Pero se arrepintió al instante: ella no tenía la culpa de su torpeza. Nadie le había mandado ir a seducir a la mujer, pero entendía por qué se habían vertido ríos de tinta en contra de las mujeres y del sexo; milenios y milenios de linajes de brujos habían respetado aquella regla para que ahora el último descendiente y esperanza de su estirpe lo echase todo a perder. Tendría que abandonar ese cuerpo y buscar otro en el próximo minuto si no quería perecer o volver a los Salones del Amenti para recargarse durante varios cientos de años. Y no podría tomar ningún cuerpo mecánico, Arnie estaba a salvo, ni el de una mujer por razones obvias, tenía que ser un cuerpo orgánico de sexo masculino, y lo más parecido que había a un minuto de distancia era el de aquella asquerosa rata que se estaba riendo de él:
―¡MALDICIÓN, MALDICIÓN, MALDICIÓN!
La locura corría por las calles del pueblo como regueros de sangre, aderezada con whisky casero y cerveza negra. En cualquier lugar, tras la pelea, sus habitantes habrían doblado esfuerzos para reconstruir todo lo perdido, para saltar esa anomalía de su realidad y regresar a una rutina confortable en la que sentirse seguro. Allí ya era demasiado tarde: el mundo se había roto en torno a las profundidades de la mina, y cada una de las personas que tenía la desgracia de habitar ese pequeño agujero negro se hallaba sumida en la convicción de que el mundo se acababa. El suelo de tierra pisoteado por los cascos de los caballos había sustituido al salón y al burdel; el único remanso de cordura que quedaba era la vieja casa del doctor. Y allí, sentados en torno a la mesa desvencijada del comedor en la que Arthur le había recolocado el brazo a Fantasma, Nancy, Rachel, Arthur y el chico intercambiaban miradas de recelo, como náufragos asidos a una tabla que se agitara en medio de la tempestad.
–En ocasiones sueño con el fondo del océano –Fantasma estudiaba el cigarrillo que tenía entre los dedos, abstraído, con la cabeza inclinada hacia el hombro herido——. El agua inunda mis pulmones, fría como el culo de una monja, y la luz apenas llega hasta allí. Y soy viejo, y estoy cansado. Sé que es un sueño, y dentro de ese sueño sigo soñando, con cielos llenos de estrellas que no son como el nuestro. Y aguardo, aunque no sé a qué. ¿Qué dice de eso, Doc?
Arthur separó los labios, cavilando una respuesta que no llegó a dar.
–Todos estamos cansados, niño –Nancy se echó hacia adelante, los codos apoyados en la mesa. Estaba muy distinta, enfundada en aquellos pantalones de montar que dejaban poco o nada a la imaginación, embutida en el ajustado corsé cuyos corchetes relucían con indecencia bajo la chaqueta, devolviendo el reflejo tímido de las velas hasta convertirlo en algo insolente. Arthur tragó saliva. De joven se habría enamorado de ella en medio suspiro, la habría adorado como lo que sabía que era: una diosa de otro tiempo arrastrada por los siglos hasta un momento poco afortunado. Pero había vivido lo suficiente como para leer el peligro en cada curva de Nancy. Se quitó los anteojos y los dejó con cuidado junto al vaso vacío que tenía en frente. Él vigilaba. Él siempre estaba presente; había sido testigo de situaciones terribles y demenciales, aunque desde luego nada como aquello. Quería consolar a Fantasma, pero no encontraba palabras para hacerlo. Quería decirle a la joven Rachel, la hija del anterior médico, que todo iba a salir bien. No era verdad. Aquello iba a estallar como un polvorín, y cuanto más lejos estuvieran, mejor.
Aun así, Nancy no parecía dispuesta a marcharse.
– Puedo preparar un poco de té –ofreció a media voz, y se sintió estúpido nada más pronunciar aquellas palabras. Nancy le dedicó una sonrisa piadosa que hizo relucir sus colmillos puntiagudos en un guiño dedicado a él; Fantasma dejó escapar una risa baja y apuró el licor anaranjado que quedaba en la botella, convencido de que era la opción más sensata. Solo Rachel asintió, con los ojos abiertos en una mueca que rebosaba demencia. Arthur sintió deseos de besarla por proporcionarle la oportunidad de escabullirse aunque fuera unos minutos——. Vuelvo en seguida, entonces.
–¿Y cuándo me vas a llevar a la boca del infierno, Nancy? –los ojos claros de Fantasma relampaguearon, ebrios, bañados por un coraje que el muchacho no sabía de dónde había sacado. Apuró el cigarrillo en una calada larga y lo dejó caer por el cuello de la botella. Hacía tiempo que se sentía otra persona: alguien muy borracho y muy dolorido, alguien que estaba muy lejos de la granja, de su familia, de su pasado. Y la sensación no le desagradaba del todo. Quizás, inmerso en la nube de insectos, había pasado tanto miedo que ya nada podía asustarlo. O a lo mejor estaba enfermo, o loco, o muerto. Cualquier posibilidad era válida.
– ¿Es que de repente te ha entrado prisa por morirte?
– No, solo tengo el revólver inquieto y unas pesadillas de cagarse encima –Fantasma se rascó la cabeza y le sonrió a Rachel, que hizo un mohín desagradable antes de bajar la mirada hacia sus manos, lánguidas en el regazo. La joven no solo había perdido a su padre y había visto levantarse a los muertos de la tumba, sino que el mundo se convertía en jirones a su alrededor tan deprisa que por momentos deseaba más y más reunirse con él –. Y hablando de cosas finas, creo que tengo que mear todo lo que me he bebido –siguió Fantasma, levantándose de la silla en un tumbo que casi lo arrojó al suelo –. Si no vuelvo en diez minutos, podéis enterrar una botella en mi nombre en una tumba poco profunda. No vaya a ser que tengáis que echar mano de ella más adelante.
Fantasma consiguió llegar a la puerta a trompicones, tropezando con los viejos muebles del médico hasta conseguir apoyarse en el marco. Respiró despacio, dejando que la brisa despejara su rostro congestionado y acariciara los rizos rubios y cortos que le caían sobre la frente antes de desaparecer en la vorágine de la noche. Entonces Nancy, que lo había observado con estoicidad, se giró hacia la joven Rachel y puso una mano enguantada de encaje encima de las suyas.
– Dilo, querida. Sabes que hay confianza.
La hija del médico se resistió unos segundos, pero luego levantó la cara hacia ella. Había determinación en su mirada. Nancy no pudo evitar sentir lástima.
– Sé lo de Fantasma. Sé cuál es su secreto...—Aquellas palabras parecían llenas de misticismo, y ella estuvo a punto de echarse a reír por lo circunspecto de la muchacha.
– Todos sabemos lo de Fantasma, cariño. Habría que estar ciego para no verlo. Y no alcanzo a comprender por qué demonios quiere fingir que juega a los pistoleros o que mea de pie, pero ella sabrá – Nancy le acarició la mejilla con ternura –. A la única que engaña es a sí misma, pero es mejor dejarla en paz. Debe de haber sufrido mucho antes de meterse en esos pantalones tan feos. Igual que tú.
Rachel se ruborizó hasta la raíz del cabello, aunque no podía apartar sus ojos de los de Nancy. Una sombra de miedo hizo eco en su cerebro durante unos segundos, pero pasó tan rápido como había venido. Al fin y al cabo, era Nancy. Todos la querían. Todos sabían lo inteligente y poderosa que era.
– Cada uno tiene su papel en esta triste historia, chiquilla. El de Fantasma no puedo entenderlo todavía, pero está claro de que antes o después su momento llegará. Pero no era esa verdad la que yo quería escuchar, sino la que no eres capaz de pronunciar. No tengas miedo, niña mía. Yo se leer en el corazón de los hombres. Y el tuyo hace tiempo que está chillando.
Rachel no comprendía cómo había ido a parar a la mesa; solo sentía los labios de Nancy deslizarse por su mandíbula hasta encontrar su cuello tibio, bronceado por el sol de la estepa, entre el encaje de su vestido. Creyó notar un aguijonazo allí donde empezaba su clavícula, pero ya nada importaba: la vida se le iba en olas escarlata que iban extendiéndose sobre la madera, empapando el raso de su escote y tiñendo los labios de la mujer que tenía subida a horcajadas encima. Con cada latido, Rachel estaba un poco más lejos, hasta que se apagó en un gemido ronco.
El sonido de la porcelana destrozada contra el suelo hizo que Nancy se incorporara hasta quedar sentada a caballo sobre el cadáver de la hija del médico. La mueca desencajada de Arthur le inspiraba ternura. Se limpió un hilillo de sangre que se deslizaba por el mentón antes de sonreír.
– No ponga esa cara, Doctor. No es su primera vez… no tengo ese honor – Nancy tiró de las solapas de la chaqueta para colocarla en su lugar antes de bajar al suelo como una experta amazona –. Fantasma se ha ido; estoy segura de que cree que se ha fugado con gran pericia, pero lo más probable es que si encuentra un caballo corra hasta la mina para que el idiota del cura o la traidora de Lucía lo hagan papilla. Tiene usted una oportunidad inmejorable de hacer algo bueno por una vez acompañándome a buscarlo; entenderá que necesito estar en la mejor forma posible para encarar lo que está por venir. Así que dígame, ¿me va a ayudar, o va a seguir haciendo caso a esos amos suyos de la Talamasca?
Arthur sintió muchas cosas en aquel instante: Asco. Horror. Lujuria. Pero estaba cansado de vigilar sin hacer nada más que anotar sus testimonios en el viejo diario. Estaba aburrido de ver caer a hombres mejores que él, de recoger sus errores para la posteridad sin intervenir. Por una vez, quería ser el héroe, quería sentir que el destino del mundo estaba en sus manos. Y la pécora de Nancy lo sabía; por eso le estaba poniendo la oportunidad en bandeja de plata. Se acercó hasta la mesa y recogió las lentes, limpiando las salpicaduras de la sangre de Rachel en bajo de la camisa. No podía decirse que estuviera en el bando de los buenos, pero al menos ese le parecía el menos terrible.
– ¿Por dónde quieres empezar a buscar?
-¡Maldición!
Pachorras, lanzaba una cultivada retahíla de improperios y otras sutiles lindezas, mientras pasaba la noche buscando entre los escombros del salón. Ya era la tercera vez que la pala resbalaba de sus temblorosos dedos y el viejo Pete, empezaba a exasperarse.
Él no era el tipo de persona que se apocaba al verse en un aprieto, llevaba toda su vida aprovechando la mínima oportunidad que se presentaba para sobrevivir. Desde que escapó, siendo adolescente, de la plantación de algodón donde había nacido, su vida había sido una sucesión de aventuras, a la cual más peligrosa o moralmente cuestionable. Aunque… si había algo de lo que estaba orgulloso, era de no haber tenido que arreglar los entuertos en lo que se metía a base de disparos.
Siempre había tenido una especie de "suerte especial'' que le acompañaba, la cual parecía no tener límite teniendo en cuenta que seguía más o menos entero después de haber cruzado el país de costa a costa.
En sus viajes, nunca faltó un trabajo que necesitase de otra mano extra, y aunque el color de su piel le hacía cuidarse de a quien se acercaba, su maldito don de gentes le había conseguido más de lo que habría hecho cualquier revólver.
A Pete no se le conocía mujer, pero sabía que había dejado algún que otro Pachorritas a lo largo del camino y le hacía ilusión pensar en regalar a alguna de sus astillas, la elaborada pipa que encontró una vez, mientras rebuscaba entre los restos de una caravana asaltada.
Sin embargo, esta vez estaba más nervioso de lo habitual. Cogió su petaca y dio un pequeño y estudiado trago para calmar los nervios, la destilería tardaría en repararse y se había habituado demasiado a la bebida… no todo podía ser buena suerte.
El sudor le empapaba la ropa y empezaba a encontrarse mal, siguió cavando por inercia mientras ideas delirantes le iban y venían a la cabeza, lo que más deseaba en ese momento, era beber hasta el punto que si alguien le acercaba una cerilla, podría acabar prendido en llamas.
El juguetón elefante rosa que le acompañaba, barritó para que Peter se concentrase. Con su larga trompa, señaló algo que emitía una luz fantasmagórica entre la ceniza, y por fin el bueno de Pete, saltó de alegría entre los escombros.
Al rato, se acercó al carromato donde Nancy y Arthur esperaban con impaciencia.
– Por fin, Pete, ya era hora.
Dijo la mujer de piel marmórea, mirando encandilada el colgante que tanto tiempo llevaba con ella y creía haber perdido en el incendio del bar. Después, sacó una botella de whisky de su equipaje y se lo entregó al desesperado Pachorras, que bebió largos tragos como si de agua se tratara.
– Vamos, tenemos trabajo.
Y en la negrura de la noche, el carro se alejó del pueblo, mientras varias miradas, les siguieron hasta que se perdió en la oscuridad.
¿Qué parte de"Cthulhu R'lyeh Ph'nglui mglw'nafh wgah'nagl fhtagn" no has entendido?
El comportamiento de la anciana después de su captura fue muy extraño; durante el transcurso de la tarde hasta casi caída la noche, rogo y suplico a tala que la dejara ir, porque ella había aprendido su lección y no volvería a meterse con ellos y los dejaría en paz.
Ante tal insistencia, Tala le preguntó a la anciana mujer porque estaba tan desesperada por irse si ni siquiera le habían hecho nada aun.
---El viejo brujo vendrá por mi para castigarme o asesinarme porque no seguí sus ordenes al pie de la letra, por favor déjame ir, apiádate de mi. No sabes de lo que es capaz ese brujo, su poder es muy superior al mío.
---Si me dejas ir; él no tendrá ningún motivo para venir hasta tu aldea, ¿es que acaso quieres poner a todos en riesgo? No lo entiendes joven chaman, cuando el brujo este aquí entenderás de lo que te hablo.
La anciana dejo de insistir y se mantuvo en silencio hasta la caída de la noche. Tala estuvo reflexionando todo lo que dijo la anciana pero no podía decirle a sus hermanos y hermanas que abandonaran la aldea sin mas; así como tampoco podría permitir que la vieja fuera liberada porque ella no había aprendido, Tala estaba convencido de que la vieja solo estaba fingiendo para que la soltaran.
Después de que el tren de pensamiento se desvaneció de la mente preocupada de Tala, la noche ya cubría la llanura solamente la luz de la luna alumbraba las copas de los arboles que se agitaban con el viento del oeste, el poblado se ilumino con la tenue luz de las antorchas que apenas se notaban desde la penumbra del bosque.
El joven chaman sintió la presencia de un ente espiritual de poder inmenso, emanaba el olor de la magia negra en el ambiente. La esencia maligna se acercaba rápidamente al poblado, Tala y sus hermanos vieron como desde la llanura se levantaba una nube negra seguida por lobos, coyotes y osos enormes.
El monstruoso desfile de bestias se detuvo a unos cuantos metros de la entrada principal del pueblo; todas esas bestias y la nube negra adoptaron sus formas humanas, ninguno de ellos parecía una amenaza pero su esencia maligna; se reflejaba en sus ojos que brillaban como bengalas frías en medio de la oscuridad.
El primero en hablar fue un hombre muy viejo ataviado en ropajes Sioux, su cabeza estaba coronada con el penacho de jefe tribal y su cabello estaba trenzado alrededor de flechas cruzadas en el medio.
---Joven chamán veo que esa tonta deyani no represento reto para tu astucia, he de reconocer que me asombra que alguien tan joven como tú haya podido dominar a uno de nosotros tan fácilmente.
El anciano se acercó a la luz de las antorchas y procedió a presentarse.
---Mi nombre es Tallulah, es un gusto conocer a una tribu honorable y fuerte;he venido aquí para buscar a esa incompetente encerrada, tendrá el escarmiento que se merece, eso te lo aseguro.
---Aunque eso no es lo único por lo que vine hasta aquí, a juzgar por las tumbas recientes que hay por aquí ya deben saber todos ustedes que hay criaturas cazando a todas las tribus hermanas, las llanuras ya no son seguras para nadie. Cómo decidieron quedarse y pelear asumo que todos ustedes están listos para enfrentar lo que sea que venga por ustedes.
---Yo no soy su enemigo y puedo ser un poderoso aliado. Aunque soy un brujo ahora la tierra y los espíritus aún me hablan, me han revelado que la mina es una fuente de poder oscuro que busca exterminar la vida y a todos nosotros. Juntos como hermanos podremos erradicar la oscuridad que desea fervientemente matar a todos los seres vivos de esta tierra.
El mago se lanzó como un halcón hacia la rata esperando un ensamblaje fácil, pero su maniobra no resultó como esperaba, una fuerza inusitada lo rechazó y cayó de culo sobre el sucio e irregular suelo, haciendo crujir los restos resecos que el primigenio escupía tras las comidas.
Advirtió que ya había una conciencia humana dentro de aquel bicho, pero su urgencia le impidió pensar con claridad; no era el momento para reflexiones, y mucho menos para la amabilidad, tendría que desahuciar a quien quiera que estuviera allí dentro. Pero no contaba con dos circunstancias que harían imposibles sus esfuerzos: las habilidades de supervivencia de ¡Eh, Muchacho! y que para poder expulsar a aquella molesta conciencia tendría que descerebrar a la rata, obviamente, no se había parado a considerar el factor mi-go.
Lo volvió a intentar, se proyectó de cabeza y chocó nuevamente con aquella resistencia. Pero ahora la rata se había levantado sobre sus cuartos traseros, recogido un huesecillo seco del suelo y chillado en aquel extraño idioma:
―¡NI PIDIS PISIIIR!
―¡¿Qué? ¿Este asqueroso bicho va a ser capaz de enviarme de vuelta al Amenti?!
Los segundos discurrían veloces y al mago ya no le quedaba ninguna opción. Se rindió, y el cuerpo del viejo cura cayó como un trapo en el suelo rugoso de la cueva del lago.
Sor Lucía había asistido al drama que se representaba desde la plataforma, y no sabía muy bien si reír o llorar; lo que iba a ser un día excitante, se convirtió en el más extravagante que pudiera imaginar. Pero se amoldó enseguida a las nuevas circunstancias, ella era Hombre por Dentro, ¿verdad? Bajó de la plataforma y agarró la rata ―que estaba congelada, tiesa de pavor, asida todavía al hueso como si fuera un báculo―, pensando que no se podía saber cuándo se necesitaría una rata parlanchina. Montó en el cilindro transparente, atravesó la puerta del armario de la capilla dejando la capa colgada en su lugar, salió al patio de la misión y comenzó la representación.
Hizo lo que debería haber hecho desde el principio: ocultar su fuerza, hacerse la víctima, aparentar vulnerabilidad; ser más femenina, en definitiva. Todos en la misión la creyeron cuando dijo que el cura la había seducido y abandonado; incluidas las demás monjas, que ahora se sentían superiores sabiendo que a ella también la habían humillado. ¡Bien por el cura!, pensaban, regodeándose para sus adentros y dejando entrever alguna sonrisa sarcástica y algún que otro brillo malicioso en la mirada.
El monstruo presentía que sus esfuerzos por atraer su centímetro cúbico de suerte tendrían éxito, lo notaba en las pituitarias hipertrofiadas de su biología alienígena. Quedaban muy pocos descendientes de los primeros humanos que plantaron sus semillas aquí. Unas pocas personas que poseían un residuo de la vibración de su antiguo lugar de origen, de su hogar bajo la luz de otros soles, lejos, en otras constelaciones, aquellos soberbios guerreros que les habían plantado cara más de una vez. Y aquel tipo de energía era justo el que necesitaba para desatar los nudos místicos que le tenían amordazado.
Emitió la llamada: un sonido gutural e inarticulado, y casi al instante, barruntó la cercanía de aquella pequeña semilla estelar que había pasado tan cerca no hacía mucho; una perla de conciencia que devoraría y le devolvería la libertad.
Arnie, espectador silencioso de aquel teatro de maravillas, dejó el contenedor y volvió a la sala de descanso de los androides. Allí miró con tristeza las carcasas sin voluntad que formaban su familia. Se habían liberado del mago, uno menos, pero tenían demasiados amos, demasiados enemigos… Se sentó en el lugar que tenía asignado para el descanso a pensar en una forma de liberarse de los mi-go.
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UNA HISTORIA DE FANTASMAS
Cassey no estaba tan borracha como había aparentado; aun así, el aire de la noche terminó de llevarse los últimos efluvios de whiskey de su conciencia, mientras el caballo avanzaba hacia la boca de la mina rebosante de la seguridad que le faltaba a su jinete. Era un animal magnífico, color avena, con las crines oscuras bailoteando al ritmo de su trote, que se había dejado robar con docilidad, casi como si estuviera deseando unirse a aquella aventura. La chica se desabrochó el último botón de la camisa, ese que había mantenido cerrado con un celo puritano, y permitió que el frescor se colase por el cuello para secarle el sudor. Se sentía libre en parte y, por supuesto, terriblemente asustada. Pero no tenía miedo a morir, ya no. Ni tampoco al dolor. Solo temía que todo aquello fuera un espejismo, que al final no quedara nada a lo que aferrarse, que alguien le metiera una bala en la nuca antes de ganar la partida cuando tenía las mejores cartas en la mano.
Desmontó con facilidad; llevaba media vida subida a un caballo, arreando vacas con su padre o compitiendo con sus hermanas. Era probable que supiera cabalgar antes que andar. El polvo se levantó bajo la suela de las viejas botas, como una señal de humo que anunciara su presencia. Cassey se pasó una mano por los rizos rubios, cortos, que antaño habían sido su vanidad. Le habían costado muy caro; tanto, que la habían preferido por encima de las otras. Tanto, que Butch y sus hombres la habían dejado vivir para perpetrar en ella horrores más oscuros que una muerte rápida entre pólvora y sesos. Su madre decía que alguna gente nacía con estrella, que la vida tenía reservada para ellos todos los dones brillantes que a otros se le negaban. En los días que duró su tormento, Cassey había aprendido que su destino estaba en el reverso de la moneda, que era probable que su suerte se la hubieran regalado a otros. Así que tuvo que ser Noisy, y usar el nombre maldito que sus amos le habían puesto. Aprendió a ahogar el dolor en el culo de los vasos que Butch y su camarilla dejaban a su alcance, a aplacar la ansiedad apurando las colillas aplastadas que le arrojaban, o que extinguían sobre su propia piel. Hasta que, un día, un idiota olvidó cerrar el cuarto con llave. O igual estaba demasiado borracho. Y Noisy se había deslizado como una serpiente de cascabel para recuperar el cuchillo de caza que su padre le había regalado, para robarle a Butch el Colt que ahora colgaba de su cintura, y que había pertenecido a su familia. El muy hijo de una zorra se la había intentado follar otra vez antes de que le cortara el pescuezo. Luego se había sentado frente a la granja con una botella de bourbon mientras ardía hasta los cimientos, se había cortado el pelo a golpe de navaja y había llorado como una histérica hasta que no le quedó nada dentro. Ya cuando el cura la encontró era Fantasma, aunque no lo supiera todavía. Y si no hubiera sido por la bondad de Nancy, su cuerpo se hubiera unido a su corazón en la muerte.
La cerilla iluminó una sonrisa torva; la chica encendió el que suponía su último cigarrillo, esta vez de verdad. Pese a todo, nunca se había podido desprender de ese instinto imperioso de supervivencia. Qué molesto. Y que afortunado al mismo tiempo. Porque, si Fantasma no se hubiera sobrepuesto a las sombras de su pasado, si no hubiera conseguido trascender a un lugar en el que el sufrimiento ya no podía alcanzarla, jamás habría tenido ocasión de escuchar la llamada de las estrellas.
Cortó los vendajes que el doctor había revisado por última vez esa misma mañana, con el cigarrillo calado hasta atrás y sujeto entre los dientes mientras bregaba con el cuchillo. El hombro le dolía un poco, aunque era soportable. No era más que carne. Luego sacó el revólver de su funda; deslizó el tambor y se aseguró de que las balas estaban en su sitio: promesas diminutas del destino que le aguardaba. Si la cosa se ponía fea de verdad, había una para cada uno: una para Sundance, una para el viejo Pete, otra para Sor Lucía, para Rachel, para Nancy y para el desafortunado médico. Le había caído bien el hombre; parecía tener buen corazón, ser esa clase de gente en la que se puede confiar. Como su padre. Fantasma dejó escapar un largo suspiro y cerró el revólver con un golpe de muñeca. Aquello era por si acaso, y deseaba con sinceridad no tener que volver a disparar el arma nunca más.
Los puñeteros muertos se habían levantado de su tumba, una legión de insectos había intentado devorarla viva, y había hombres hechos de metal que peleaban bajo el crepúsculo con un antiguo arte. Ni con mucho era lo más extraño que le había pasado a la muchacha. Echó la cabeza hacia atrás, alzando sus ojos hacia la noche, y el zumbido volvió a recorrerla como si se hubiera tragado una de esas malditas moscas, tirando y tirando de su voluntad hasta el fondo de la mina. Era un lamento errático, que arrastraba el sabor de otras vidas y otros mundos, que hacía promesas desesperadas en busca de un adalid. Sabía que aquella cosa la necesitaba. Sabía que, mucho tiempo atrás, alguien había arrancado a la criatura de su sueño eterno para obligarla a servir. Como habían hecho con ella. Y si tenía una opción, por pequeña que fuese, de liberarla, estaba dispuesta a apostar hasta su último aliento a que así sería. Porque quería pensar que, en algún lugar remoto del firmamento, existiría alguien dispuesto a hacerlo por ella.
Cassandra miró una última vez hacia atrás antes de adentrarse en la mina. Deseaba guardar la esperanza de que habría un final feliz, pero sabía la verdad.
Ella no había nacido con estrella.
---Joven chaman, se que justo ahora no comprendes el alcance de mis palabras, únete a mis hermanos cambia pieles y a mi. Hemos recorrido las llanuras salvando todas las tribus hermanas que hemos podido, ellos aceptaron unirse a nosotros en la lucha contra los insectos y también desean recuperar a sus niños secuestrados; se que no tienes ningún motivo para confiar en nosotros, pero de quererlo ya habríamos arrasado con tu tribu.
Tus palabras están atestadas de verdad Tallulah, queremos proteger nuestras tierras ancestrales, vengarnos de quienes nos arrebataron a nuestros hermanos y hermanas; y recuperar a nuestros niños.
Dime entonces poderoso brujo que necesitas que hagamos para equilibrar la balanza de poder entre los insectos y nosotros.
---Tus hermanos y tu deben reunirse con nosotros mañana en la llanura que rodea la vieja mina, las visiones que la gran madre nos ha otorgado nos piden estar allí mañana. Las tribus hermanas se harán presentes con sus mejores guerreros, cazadores y hombres medicina. No podemos garantizar una victoria pero podemos asegurarnos de hacer frente a un enemigo en común.
---El alba sera la señal del inicio para nuestro enfrentamiento; uno de nuestros hermanos cambia pieles logro averiguar que en la llanura hay una horda de insectos dispuestos a barrer con todos nosotros, aparentemente los amos de la horda han perdido todo el control sobre ellos; por lo que ahora representan una amenaza realnpara nuestro modo de vida y costumbres. Nos veremos al amanecer Tala.
Al principio, todo era oscuridad y silencio. Esperaba el zumbido de los insectos, o criaturas de metal sacadas del infierno, pero lo único que Cassey encontró fue el goteo infinito de la humedad que rezumaba por la roca, y el viento, silbando a través de las grutas que se abrían delante de ella como un laberinto. De haber sido más inteligente, o algo previsora, habría llevado algo de luz consigo. Obligó a una cerilla a encenderse para formarse una leve imagen del sitio; solo alcanzó a atisbar tramos muertos de vía, vagonetas que habían descarrilado años atrás, montones de tierra descartados los dioses sabrían cuándo. Agotó la caja de fósforos, resistiéndose a abandonarse a las tinieblas, aunque en el fondo sabía que solo cuando se dejara llevar por ellas encontraría el camino. La criatura reverberaba en su pecho como si le hubiera anidado corazón, y en cada parpadeo encontraba retazos de aquellos sueños que no le pertenecían.
Cassey continuó caminando a tientas, la mano izquierda apoyada en la fría roca para no perder en equilibrio al no saber dónde ponía los pies, con el revólver en la diestra para sentirse reconfortada por su peso. Oía el aleteo artificial de las moscas enormes, a veces demasiado cerca de ella, pero o bien no sabían que estaba allí o bien el vínculo que la arrastraba hacia el abismo la protegía de su percepción. Las balas no mataban a gente como Mano Fuerte, y tenía la impresión de que le servirían de muy poco contra aquellas máquinas que imitaban tan bien lo vivo, pero el tacto del metal le daba la ilusión de que tenía alguna oportunidad. Supo que iba en sentido correcto cuando ya no pudo distinguir si estaba despierta o soñaba, si seguía habitando su maltrecho cuerpo o este ya no le pertenecía. Terminó por llegar a una galería, mitad natural mitad construida por la mano del hombre, que albergaba un inmenso lago perdido en las profundidades.
El ser, informe, extraterrenal, parecía moribundo; la muchacha no podía compararlo con ningún animal que hubiera conocido, o imaginado. Era enorme. Tanto, que parecía ocupar toda la caverna en la que lo mantenían preso, hasta el punto de que no quedaba casi aire para los pulmones de la chica. Y desprendía una suave luz, palpitante, verdosa, que permitía que Cassey percibiera los contornos desquiciantes de su silueta, de aquellos retorcidos tentáculos que se remataban en bocas babeantes, ansiosas, aterradoras. Supo, desde el primer instante en el que lo contempló, que no había nada sobre la faz de la Tierra capaz de dañar a esa criatura. Y ella, semilla estelar añeja anidada en la estirpe humana, era la única llave que podía liberarla.
Acudieron a su cerebro imágenes, sucediéndose en un paroxismo que robaba su cordura por momentos: estrellas, constelaciones, palabras que su sencilla mente no conocía. Los mundos que la criatura había habitado y colapsado. Y alguien la había llevado hasta allí para utilizarla, a sabiendas de que el más pequeño descuido supondría un apocalipsis peor que el que prometían las sangradas escrituras.
Cassey abrió los ojos, y se contempló a sí misma observando al ente primigenio en una imagen multiplicada hasta los límites de lo tangible, como dos espejos colocados frente a frente. Estaba lista para que todo se deshiciera en sangre y locura, para que llegara el ocaso a un mundo que la había masticado y escupido con desprecio solo por respirar, solo por haber sido ingenua o bonita en una vida cuyo sabor no podía evocar. Arrojó el Colt de su padre al estanque subterráneo del que el ser se nutría. Lo sentía por Nancy, por Arthur y los otros: la vida era una mierda y no tenía valor suficiente para hacerles el trago menos amargo. La camisa, que ya era más bien un harapo, rodó por sus hombros y quedó abandonada en la orilla junto a sus pantalones. El agua, gélida y hedionda, le lamió los tobillos, las pantorrillas, las caderas de ese cuerpo que Cassandra tanto odiaba, del que no quedaba ni un solo milímetro de piel por corromper. Y la chica, o el chico, o Cassandra, o Fantasma, o tal vez lo que restaba de un linaje caído en desgracia que había venido desde algún rincón remoto del universo, abrió los brazos para entregarse a la criatura que con tanto ahínco la había invocado. Para que las dos pudieran encontrar paz. Para que las dos respiraran un poco de libertad.