En el antiguo embarcadero de Merry Hills, Jake el marino preparaba una pipa sobre la cubierta de
su barco. Después de un largo y caluroso día de trabajo, agradecía el frescor del lago, la oscuridad
y el silencio del desierto embarcadero. De no ser así, no habría percibido por el rabillo del ojo una
forma enorme nadando hacia la orilla. Era enorme, y en Merry Hills no había cocodrilos. Parpadeo
y hasta se frotó los ojos, no podía creer lo que veía. Pero cuando la criatura se encaramó sobre un
pilar de madera y se alzó en el embarcadero, no le cupo duda. Era imposible, pero llevaba muchos
años esperando y preparándose para este momento. En dos zancadas se acercó al cañón arponero.
Agarro con fuerza el aparato y apunto a la criatura. Había practicado mucho, y estaba cerca.
Con un potente POW!, un silbido y un siseo de la cuerda que arrastraba el arpón, ensarto la criatura
en el pecho. Esta emitió un terrible gañido y se derrumbó, sobre sus rodillas y luego de cabeza al suelo.
Sin pensarlo, activo el motor que recogía el cable y el arpón. Este cayó al agua, la máquina
continuo arrastrando su presa, pero cuando la alzo del agua, por encima de la cubierta, lo que se
hallaba ensartado en el arpón, era un hombre joven, desnudo y chorreando agua sanguinolenta..
En el bosquecillo junto a la orilla sur del lago, los niños caminaban lentamente junto a los árboles.
Había hecho mucho calor hoy y se estaba mucho mejor en la calle que en casa. Timmy iluminaba
con una linterna el camino mientras Lisa y Cathy charlaban en voz baja.
Escucharon un chapoteo procedente del lago, y Timmy ilumino la orilla con su linterna. Allí estaba
Marta McDonald, metida en el agua hasta la cintura. Se giró y los miró entrecerrando los ojos.
Cuando los reconoció, dijo: - ¿Pero qué hacéis aquí!? ¿Estáis locos? -salió chorreando del agua,
solo vestía la bata del hospital, con las piernas y el culo al aire.
Cathy, Lisa y Timothy estaban boquiabiertos, y antes de poder boquear o cerrar la boca, se
pusieron a gritar. Algo estaba saliendo del agua, detrás de Marta, algo enorme, de color negro y
con aspecto humanoide pero totalmente inhumano..
Cogiendo a Marta de la muñeca, Timmy grito: -Corred! A la caravana!
Cathy corría y gritaba, sonaba como un interrogante: -Ahhhh! ¿Qué coño es eso!?
Lisa corría y gritaba, sonaba como una respuesta: -Ay! Ay! Ay! Ay! Ni puta idea, pero corre!!
Marta giró la cabeza mientras Timmy la arrastraba y vio la cabeza de la criatura sacudirse el
agua y tragar aire mientras abría unas mandíbulas imposibles. -Ostia -masculló, después corrió
tan rápido como los demás.
En un momento llegaron a la caravana de Timmy y su madre Tamara, entraron sin mirar atras,
y cerraron de golpe la puerta, apoyándose los cuatro contra ella, resoplando y temblando
de miedo.
Antes de que pudieran recuperarse o decir algo, la caravana recibió un golpe tremendo. Las
niñas salieron volando, gritando y golpeándose con el mobiliario. Timmy quedo colgando del
pomo de la puerta cuando la caravana pareció volcarse sobre un lateral, pero no llego a
hacerlo. Volvió a las cuatro ruedas, las niñas volaron otra vez al suelo. Los platos, la ropa, los
libros, las botellas, todo lo que no estaba guardado había volado por los aires.
Gimoteando, Lisa ayudo a Cathy a acercarse a la puerta, Marta parecía inconsciente. Timmy
seguía agarrado a la puerta. Entonces, un brazo enorme con garras rompió una de las pequeñas
ventanas de la Airsteam, e intento entrar, pero su cuerpo era muy grande, y con un gruñido de
frustración, la criatura golpeo el exterior metálico.
Enseguida se detuvo, los niños se abrazaban en silencio, conteniendo el aliento.
-Tenemos que ir donde mi madre -dijo Timmy. -Sus amigos tienen armas, me lo dijo ella.
La caravana estaba destrozada tras el último ataque de la bestia. Los niños estaban desparramados por el suelo, magullados y con cortes en diversas partes. Marta seguía inconsciente con una brecha que sangraba abundantemente en su cabeza.
La pequeña despertó lentamente. Cathy le tapó la boca para ahogar el grito que intentó salir en cuanto recordó los últimos hechos y fue consciente de su situación.
Lisa se llevó el dedo a los labios indicándole a Timmy que también se mantuviera callado. El pequeño, acurrucado debajo de la mesa, asentía mientras se tragaba los mocos e intentaba controlar los hipidos de llanto que luchaban por salir.
En el exterior se escuchaba el gruñido del animal que les había perseguido. El olor a presa fácil inundaba sus fosas nasales. Con pasos lentos y silenciosos rodeaba la caravana, olisqueaba todos los recovecos y arañaba el exterior.
Silencio. Los chicos intentaron incorporarse cuando de pronto, acompañado por unos ladridos que parecían venir del mismísimo infierno, la bestia volvió a asomarse por la ventana intentando entrar de nuevo y acertar con sus dentelladas a alguno de ellos. Los muchachos gritaron desesperados y los ladridos del animal se entremezclaron con sus gritos de terror.
Era imposible salir a buscar ayuda, sea como sea tendrían que salir por sus propios medios.
- Shhh!! ¡Tú! - Siseó Marta, zarandeando a Timmy que se tapaba los oídos para no oír los ladridos - ¿Tu mamá no tiene ningún arma aquí dentro? ¿Una escopeta? ¿Una pistola?
- A mamá no le gustan las armas en casa. - Marta soltó un bufido de exasperación - Dice que aquí estamos seguros, que nadie en su sano juicio querría tener problemas con sus amigos.
Marta recordó aquel día cuando pilló a Tamara mientras vendía su cuerpo en la parte trasera del bar de Carla y sabía que siempre estaba dispuesta para el uso y disfrute de Chad y su banda. Bien cara vendía su protección y el chute diario la pobre desgraciada.
- Pues si no hay armas tendremos que fabricarlas.
Dijo Lisa mientras se incorporaba e intentaba buscar algo que pudiera servirles dentro de la caravana. Cathy la ayudó. Entre las dos forzaron con una palanca uno de los armarios inferiores de la encimera de la cocina para acceder a los productos peligrosos que Tamara guardaba bajo llave.
La bestia volvía al ataque. Cansada de esperar a que los conejos salieran de la madriguera empezó de nuevo a embestir la caravana, los cimbronazos que pegaba no bajaban de intensidad y los chicos rodaron una vez más por el suelo. Lisa y Cathy estaban intentando fabricar un cóctel molotov cuando la caravana, que cada vez ofrecía menos resistencia, cayó rodando terraplén abajo camino a la orilla del lago. Los productos químicos e inflamables salieron despedidos impregnando todo el lugar y bañándolos en combustible.
La caravana quedó volcada a la orilla del lago. La puerta estaba ahora en el techo. Los chicos, ayudándose entre ellos, salieron atropelladamente y se tiraron al lago para alejarse nadando. El lugar empezó a llenarse de gente que había sido alertada por los gritos y los ladridos. Las linternas y los faros de varios coches enfocaron al animal cuando saltaba en lo alto de la caravana. Unos cazadores sacaron armas del maletero de su furgoneta y empezaron a tirotear al animal. Una bala impactó contra el depósito de gasolina que Tamara tenía para arrancar el generador de emergencia. La caravana explotó lanzando al animal por los aires impactando contra un árbol. Ante el asombro de todos la bestia se incorporó y corrió para esconderse en el gigantesco bosque que rodea el pueblo.
******
Al dia siguiente una noticia abría el periodico del condado:
"Extraño animal ataca por la noche el pueblo de Merry Hills"
El ayudante del sheriff, Gregory Meyers, monta una batida para buscar a la bestia y darle caza.
La bestia atacó a cuatro muchachos del pueblo mientras estaban pasendo por la orilla del lago. Afortunadamente, no hay que lamentar perdidas humanas aunque sí, perdidas materiales.
En la parroquia católica de Nuestra Señora del Lago
El padre Rhodes ayudó al joven Larry Potter, monaguillo de la parroquia, a preparar la habitación de invitados para Tamara y Timmy que se habían quedado sin hogar después del ataque de la bestia.
Tamara llevaba colocada casi desde que se enteró de lo que había pasado. El miedo que le removía las entrañas al pensar que podría haber perdido a su hijo y el hecho de que se habían quedado en la calle había sido demasiado para ella y buscaba una vía de escape en el alcohol y las drogas.
Para Matthew Rhodes, la chica no estaba siendo de gran ayuda. Tamara era muy joven para tener un hijo de ocho años. Tendría unos veinticinco pero sus ojos opacos y tristes parecían que hubiesen vivido cincuenta. Su historia era la misma que la de otras tantas chicas de pueblo: un embarazo demasiado precoz, seguido de la deshonra y expulsión de la casa paternal y una relación frustrada con el padre de la criatura porque en el fondo, ambos son solo unos adolescentes con unos problemas que de pronto, les quedan demasiado grandes.
- Ayúdame a sacar la cama de abajo
Le dijo a Larry mientras ambos tiraban de la oxidada cama nido para que madre e hijo pudieran pasar la noche juntos. Una vez preparado todo, el padre Rodhes le pidió a Larry que volviera a casa. Era ya tarde y quería quedarse a solas hablando con la madre del chico.
- Tamara, escúchame - Dijo con mucha paciencia dado su estado disperso - .Aquí no tienes nada que temer. Podéis quedaros todo el tiempo que necesiteis y tendréis un techo, ropa, comida y todos los cuidados para que tú solo tengas que centrarte en construir un futuro para tu hijo y para tí. Sigue con tu trabajo y ahorra todo el dinero que puedas para una nueva casa.
Tenía la leve sospecha de que, entre los vapores narcóticos, sus palabras estaban llegando a donde debían llegar porque ella asentía y le cogía las manos en muestra de agradecimiento. Unas lágrimas inundaron los ojos de la joven.
-¡Oh padre! ¿Por qué ayuda usted a una pecadora que nunca ha creído en Dios como yo?
-Al Señor le gusta ponernos retos y aunque mi ayuda te saldrá gratis, no es desinteresada. A cambio de ella tendrás que poner todo de tu parte para desintoxicarte y tendrás que asistir a las sesiones de rehabilitación en grupo que doy semanalmente.
Matthew se la quedó mirando, como ya no tenía más que decir, se despidió y se dirigió a la puerta. En el último momento Tamara le preguntó:
- Padre, ¿Dios me odia por la vida que he llevado?
Sin volverse él le contestó:
- La verdad es que no creo que Dios nos odie, lo cierto es que no creo ni que nos eche mucha cuenta. Dios tiene un plan, para tí, para mí, para este pueblo y ese lago. Y nada va a impedir que se cumplan sus designios, caiga quien caiga en el camino.
Timmy, que jugaba afuera con una pelota, vió como Larry salía de la iglesia y tomaba el camino a su casa. Mientras volvía, el monaguillo fantaseaba con el hecho de que, tener a Timmy en la iglesia, era una oportunidad perfecta para estrechar lazos con Cathy Barlow de la que estaba enamorado en secreto. Era consciente de que Cathy y él sólo tenían en común el pertenecer al mismo instituto. Ella nunca se había fijado en él, para ella casi no existía pero, aunque nunca se la había visto en la iglesia, seguro que se pasaba para visitar a su amigo. Cuando viera lo caritativo que estaba siendo con Timmy y su madre, vería lo buen chico que era y seguro se enamoraría. Apartados de todos, junto al bosque, él se declararía en el próximo picnic parroquial y cuando empezara el curso entrarían en el instituto juntos de la mano. A su abuela no le gustaría, pero a Larry, eso no le importaba. Si el mundo se ponía en contra de su amor, huirían juntos. Él trabajaría en donde pudiera y se aseguraría de que el dinero siempre entrara en casa, como debe hacer el hombre de la familia. Ella cuidaría de sus hijos y de su preciosa casa.
Larry no se sentía culpable por planificar este futuro pese a saber que su abuela nunca lo aprobaría. Lo que su abuela quería es que encontrara una buena chica católica con la que formar una familia bajo los preceptos de Nuestro Señor. Alguien que cumpliera esa máxima que le repetía todos los días: "Larry querido, en esta vida solo hay que temer dos cosas: La ira de Dios y a ese maldito lago"
***************
Son las tres de la madrugada. La puerta de la iglesia se abre y entra el padre Rodhes. Sus pasos resuenan en la soledad de la amplia sala. No necesita encender la luz, con la luna iluminando las vidrieras de la iglesia, tiene lo suficiente para esquivar bancos y llegar al retablo mayor. El retablo mayor de la parroquia de Merry Hills era único en el estado. Poca gente sabía que sus paneles barrocos repletos a rebosar de grabados y adornos habían sido traídos desde Europa a bordo del mismísimo Mayflower. Aparentemente, no era más que otro ejemplo de arte recargado europeo pero, si uno se paraba a analizarlo bien, entre las escenas bíblicas vería otras menos piadosas y más inquietantes. Escenas que al observador le hablaría de una realidad distinta con la que no estamos familiarizados pero tan auténtica como la cotidiana.
Matthew Rhodes se puso de rodillas en uno de los primeros bancos, cerró los ojos y comenzó a orar en voz baja:
- Ya na kadishtu nilgh'ri stell'bsna sughul nabdha
Joe miraba su reflejo en la ventanilla del tren. Afuera era de noche y aún le quedaban varias horas para llegar a casa. Junto a él, Jacob dormitaba dando pequeños ronquidos que se entremezclaban con las respiraciones somnolientas de otros compañeros de vagón. Mientras intentaba encajar sus largas piernas en el pequeño espacio de su asiento, Joe suspiraba pensando cómo podrían en una hora haber hecho ese viaje en avión, pero a Jacob, le daba miedo volar. Bajó la vista y miró la carpeta que reposaba sobre la mesita de su asiento. Habían pasado muchas cosas desde que abandonaron Merry Hills.
Todo empezó hace una semana. Joe estaba en la cafetería de Rossie donde, junto a Frank Forrester, Franklin Jones y Sam Clifford, recordaban correrías y anécdotas de juventud. De pronto, Franklin preguntó:
- ¿Recordáis al profesor Wallas?
- ¡Claro que sí! -dijo Frank -. Cuando me suspendió historia en noveno curso me jodió el verano. Por su culpa me quedé sin campamento y el cabronazo este -dijo mientras le daba una palmada fuerte en la espalda a Joe -me levantó a Brittany Jones.
- Aquello duró poco -dijo Joe riendo mientras le pedía a la camarera otra cerveza-. No habíamos terminado el campamento aún cuando me la encontré enrollándose con Mike Royers en el embarcadero. Por cierto ¿Qué ha sido del viejo profesor Wallas? Me caía bien.
- Se mudó a otro estado -Dijo Sam.
- Hace años. Cuando mi Lisa empezó el instituto ya no daba clases allí.
-Me sorprendió mucho -dijo Franklin -. Mi madre, que es enfermera, me contó que solía pasarse las tardes en el asilo escuchando las historias que le contaban los ancianos del pueblo.
- Creo que tenía casi listo el manuscrito para un libro sobre la historia de Merry Hills -dijo Sam -. Un año, me contrató la madre de Rossie para ayudar en la cafetería, y recuerdo verlo mucho por aquí, garabateando notas muy raras en una libreta. No sé que le hizo abandonar de pronto Merry Hills. Fue en verano. Un día se marchó y al comenzar el nuevo curso, los chicos tenían una profesora nueva.
Aquello intrigó a Joe que decidió investigar el asunto. No fue muy complicado y pronto, gracias a la vieja portera del instituto, se enteró de que se había mudado a Boston con su hijo. Finalmente, tirando de esos contactos que todo periodista dispone, logró hacerse con la dirección del viejo profesor.
Acompañado por Jacob, se presentaron en casa de Edmund Wallas unos días después. Con gran tristeza, comprobaron que ya poco quedaba del entrañable pero severo profesor. La demencia senil había hecho estragos y el pobre hombre pasaba los dias confinado en una silla de ruedas al cuidado de uno de sus hijos.
Sentados en el salón, observaban como el antiguo profesor miraba sin ver, la calle a través del enorme ventanal. Sussi, la nuera del profesor Wallas les sirvió un poco de té.
- ¿Y cuánto lleva así? - preguntó Jacob.
- Unos cinco años. Llegó a Boston hará unos diez. Nos sorprendió mucho verlo aquí. Nos dijo que había decidido jubilarse, que le tocaba y que quería disfrutar su retiro con sus nietos y su hijo. Edmund Jr se alegró mucho pero a mi me pareció muy raro
- ¿Raro por qué? - Preguntó Joe.
- Diganmelo ustedes. El abuelo adoraba Merry Hills y dar clases en ese instituto. Discutía mucho con mi Edmund sobre eso. Él no paraba de insistirle para que se jubilara y su padre no quería ni escuchar hablar de ello. De pronto, apenas diez días después de la última de esas discusiones, se planta aquí y nos dice que sí, que teníamos razón, que había solicitado el retiro y que se venía a vivir con nosotros.
- Bueno, la gente cambia de opinión - dijo Jacob.
- Pero vino raro. Tenía esos papeles escritos en clave. Decía que era su manuscrito sobre la historia de Merry Hills, que por nuestra seguridad, era mejor que nadie lo leyera aún. Y se pasaba los días encerrado en la biblioteca de la Boston University. Tenía mucho interés en la lista de peregrinos que desembarcaron del Mayflower. A veces parecía que estuviese dentro de una película de espías. Se reunía con gente extraña y leía extraños textos, todos cifrados en alfabetos extraños.
La mujer se levantó para retirar al abuelo de la ventana y ponerle una manta en las piernas porque estaba refrescando. Se sentó y continuó con su relato.
- En fin, poco importa. Al poco tiempo empezó a manifestar los primeros síntomas de demencia senil y hará unos cinco años ya se agudizaron lo suficiente como para no poder continuar con ninguna actividad intelectual. Un día, hace varios años, llamó a casa un cura catolico y nos pidió los libros que estaba leyendo Edmund. Al parecer, se los había prestado él y dada su situación, nos pedía que se los devolvieramos ya que era obvio que no iba a poder continuar con su investigación.
- ¿Y sabe usted cómo se llamaba aquel hombre?
- Me acuerdo porque era uno de los habituales en las tertulias del abuelo Edmund. El padre Rhodes, Matthew Rhodes, se llamaba.
Jacob y Joe se miraron asombrados.
- ¿Y ese manuscrito? ¿Llegó a terminarlo? ¿Podemos verlo?
- Días antes de que viniera el cura ese, en un arrebato de demencia, el viejo lo quemó casi todo, por poco quema la casa entera. Pudimos rescatar apenas 10 páginas chamuscadas que mi marido guarda en una carpeta, en algún sitio de la casa. No se donde. El sacerdote también preguntó por el manuscrito. Mi marido casi le echa de casa. Se limitó a devolverle sus libros pero no pensaba darle nada del trabajo de su padre a ese hombre. No le gustaba nada y si había admitido su presencia y la de sus amigos en casa era por respeto a su padre.
- ¿Podríamos volver cuando esté su marido a ver el manuscrito? - preguntó Jacob con voz temblorosa. - Como ya sabe usted, somos vecinos de Merry Hills, amigos del profesor Wallas. En el pueblo le echamos mucho de menos.
La mujer los miró con ternura y pena, habían atravesado varios estados solo para visitar a un viejo amigo y lo unico que habían encontrado era una cáscara vacía.
- Le preguntaré cuando vuelva.
Jacob y Joe se quedaron un par de días más en Boston. Visitaron la universidad pero no encontraron ninguna pista sobre aquello que había llevado a esa ciudad al profesor. Tampoco tuvieron noticias de Edmund Jr y ya estaban a punto de marcharse a la estación para volver a Merry Hills cuando alguien llamó a la habitación del hotel que compartían. Al abrir, un empleado, les entregó un paquete. Cuando lo desenvolvieron vieron una vieja carpeta y dentro, chamuscados, una docena de papeles cifrados. Junto la carpeta habia una nota: "El corazon de mi padre nunca salio de Merry Hills, ahora Merry Hills deberá terminar su tarea"
De nuevo, Joe bajo la vista y miró la carpeta que reposaba sobre la mesita de su asiento. Estaba deseando llegar a Merry Hills.
El cubo del Mapache.
Los turistas habituales de octubre, y los nativos, dicho sea de paso, disfrutaban de unas extrañamente cálidas
noches en la montaña.
Un concierto en directo, folk rock moderno, había mantenido abierto el local hasta la madrugada. Carla hacia la caja.
Tamara recogía las mesas y banquetas. Dos o tres habituales remoloneaban en la barra con las últimas copas.
Clarence barría cerca de la máquina de discos, y Ed Trambler recogia el escenario donde habían tocado la banda.
De repente, todos escucharon unos cristales romperse.
-¿Pero qué cojones? - dijo alguien en la barra. -Eso ha sido en los baños. -dijo Carla.
Sacó algo de debajo de la barra, una escopeta.
Clarence dejo la escoba y se acercó a coger algo de detrás de la gramola.
Tamara siguió a lo suyo. Parecía no haberse enterado de nada, mientras silbaba y recogía las mesas.
Ed se metió en el almacén donde guardaban los equipos de sonido y las luces para los conciertos.