Sigue la luz...
El canal sumergido de la Luna blanca
Corremos, huimos de esa horrible y surreal reunión de individuos sectarios corroídos por una locura absurda, cínica y descarada. Nos alejamos de aquella enorme mansión a la velocidad que nuestras piernas resistan, recibimos golpes, aruñones y el sudor corre por nuestras frentes, iluminado como perlas por una enorme luna llena y calcina que parece que nos observa detenidamente mientras huimos. Mi mano aprieta fuertemente la de mi esposa, intento guiarla por un camino que no nos conduce a nada y solo puedo ver su rostro asustado, un terror tal, que distorsiona su belleza y la convierte en desespero y angustia. Ella no lo sabe, no puede darse cuenta que yo la observo y mi corazón se convulsiona por su miedo y la idea de que corremos peligro.
Al correr como enajenados, sin saber por cuanto tiempo ni por cuanta distancia, se va dibujando frente a nosotros una enorme gruta, un pequeño camino de agua estancada se adentra como un camino de limo resbaloso hacia el interior de una caverna rodeada por grandes y tupidos árboles que parecen custodiar la boca de esa cueva. Decido no mirar atrás y entrar directamente en ese hoyo, como si fuera la entrada a otro mundo, a nuestra salvación.
Lejos de ser nuestra salvación… ese espacio era, de hecho, un mundo abstracto y casi fantástico, una especie de noche estrellada se hallaba comprimida en la cueva; era oscura, pero pequeños minerales incrustados en toda la superficie producían pequeñas chispas de luces multicolores. Frente a nosotros reposaba una especie de laguna subterránea, que se veía tan pura y tan clara debido a un brillante e inquietante haz de luz que reposaba en su fondo, una especie de luz de faro que mostraba el camino a algún interior resplandeciente. El fondo no era profundo, y decidimos sumergirnos para alcanzar ese esperanzador brillo. Tomé la mano de ella, ella apretó la mía fuerte y firmemente y entramos en ese espacio que relajó nuestros cuerpos. El agua limpió nuestro sudor, nuestra suciedad y en cada brazada vamos atravesando un túnel iluminado en el cual vamos divisando una salida a otra superficie. Al salir veo que la tenue luz se difumina como niebla dentro de este espacio oscuro, sin brillo, solo el haz de luz que ahora parece una cuerda, una guía que debemos seguir, la luz viene de otro túnel al cual accedemos nadando sumergidos. Una tercera cámara aparece, en esta reposaba una pequeña costa con superficie sólida, una especie de playa rocosa y oscura sobre la cual caemos tumbados boca abajo para descansar y retomar el aliento. Ambos volteamos el rostro el uno hacia el otro, no nos decimos nada, pero el rostro mojado de mi esposa camufla dos lágrimas, que iluminadas por el haz de luz, percibo como bajan por sus mejillas hasta diluirse en su cuello. Mi corazón se quiere romper al apreciar el miedo y la incertidumbre que nos agobia y que causa dolor en la mujer que amo. Solo una pequeña sonrisa de sus hermosos labios me dan compostura y tomo su mano para levantarnos y seguir lo que hasta el momento es la única pista de una salida o escape a la horrible noche que parece no tener fin. Desde aquí, el camino hacia la luz se hace largo, un entramado de túneles que conectan a pequeñas cámaras naturales como los salones de un castillo subterráneo que son ligados uno a uno por el sutil rayo de luz. Caminamos y nadamos por horas, por espacios rocosos y húmedos donde el rumor de pequeñas gotas, que se arrastraban desde lo alto de las estalactitas que cubrían el techo de esta cavidad natural, creaba melodías monótonas y ecos aterradores. La vida dentro de esta gruta era nula, y a veces pensaba que caminábamos sobre la superficie de un planeta muerto o abandonado hacía millones de años, parecíamos caminantes lunares rodeados por un cielo estrellado, pero que no parecía inmenso o infinito, al contrario, parecía que poco a poco ese extraño espacio de estrellas minerales se cerraba contra nosotros y nos engullía. Lo único que mantenía mi mente cuerda y atenta era seguir el haz de luz que poco a poco se iba incrementando en tamaño y en brillo.
Después de sumergirnos y salir a una nueva cámara pudimos ver un corredor, el pasadizo del cual provenía el haz de luz y justo al otro lado de él había un brillo tan resplandeciente que impedía divisar que había en esa cámara blanca, ese espacio tan plenamente iluminado que me llamaba, me cubría con su brillo y me aliviaba.
Estábamos agotados, decidimos caminar hacia la luz, como dos moribundos que deciden olvidar el peso y dolor de una vida exhaustiva para entregarse a una luminosa espiral que los elevara a un cielo de paz y tranquilidad… tranquilidad que mi esposa desde su desafortunado accidente no había podido disfrutar.
Al entrar en la cámara de luz me encontré con el espacio más inverosímil, más abstracto, mágico y fantástico que jamás haya imaginado. Era un salón enorme, como si hubiera sido colocado o incrustado en el interior de la tierra. Un piso de mármol cubría la superficie que se expandía hasta tocar una laguna de un tono irracionalmente oscuro, ennegrecido y al arrimarnos a sus aguas no pude divisar nada en su fondo, solo unas pequeñas ondas se desplegaban en la superficie simulando una suave y tenue respiración. Justo en el centro de este recinto luminoso se erguía un gran puente de mármol que resplandecía sobre el negro tono de la laguna, pero lo más sorprendente, descabellado y casi aterrador era que al lado izquierdo del puente y suspendida bajo la bóveda celeste que era el techo de la cueva, había una luna… una blanca y luminosa luna del tamaño de un globo aerostático de unos 40 metros, redonda y simétrica. Este astro iluminaba toda el área como una potente lámpara, e igual que un insecto a la luz, la intensa e irracional sensación de alcanzar esa luz me atrajo. Tome la mano de mi esposa con descuido, solo quería subir el puente para quedar justo en frente de esa bella y cálida luz. Ella intento por un momento hacer fuerza para evitar ese brusco y arrebatado tirón que le había dado… ella no entendía que ocurría. Yo me empezaba a sentir casi hipnotizado, en un ensueño, idiotizado por esa gran luna colgando en una cueva. Cuando llegue arriba del puente, vi que su brillo era intenso, tan intenso que casi quemaba mis ojos. Obligado a desviar la vista miré hacia abajo, el reflejo de esa luna en el agua era nítido, perfecto y hermoso. Sentí la necesidad de zambullirme en esa luna acuática, cuyo contorno negro creado por la oscura agua alrededor asemejaba un cielo profundamente estéril, vacío, muerto. Sin darme cuenta subí a la baranda de mármol que hacía parte del puente, al subir, sentí el tirón de mi mujer quién no sabía el porqué de mi irracional y casi obnubilada conducta. La vi a los ojos, ojos de los cuales brotaban lágrimas, ojos de pupilas blanquecinas que parecían reflejar la hermosa luna que me llamaba. Le dije: tranquila, solo voy a saltar al agua, hay algo hermoso que desearía pudieras ver. Debí haberme quedado sumergido en sus bellos ojos apagados, en la luna de sus ojos que eran las pupilas blancas después de su trágico accidente, nunca debí soltar su mano. Me deje caer al agua, la caída se sintió como caer dentro de una piscina de alquitrán, el agua se sentía pesada y densa como aceite, como baba.
Salí por última vez para ver a mi mujer gritando mi nombre, aterrada e ignorante de todas mis acciones, el agua me atrapaba, me sumergía, me tragaba. Empecé a hundirme, mientras a mi alrededor el reflejo de la luna se iba apagando, la luz se iba yendo a mi alrededor y yo quedaba envuelto en la más lúgubre y aterradora oscuridad. Intento salir nadando desesperadamente hacia la superficie pero estoy atrapado, hay algo aquí abajo, algo que cierra sus fauces alrededor mío, puedo ver como unos alargados y puntiagudos dientes se cierran y me encierran en una perturbadora y monstruosa oscuridad. Nunca debí dejarte sola y soltar tu mano…