[Documento escrito por Elizabeth Wallstrife, Auxiliar del Director del Archivo, como nota informativa para el Archivo #123976 – Referido por el personal del archivo como “San Volt” o “Los rezos de San Volt”.]
Nemesio S. Liuth es un individuo que existió, que trabajó para el archivo y durante años continuó su tarea de investigador en diferentes eventos. Sin embargo, más allá de los documentos archivados, no encuentro referencia ninguna a su existencia. No hay informes, documentación o incluso evaluaciones de sus años de estudiante. No existen contratos a su nombre en la secretaría de la universidad ni referencias a su posible jubilación. Por ello, la tarea de recopilación de su correspondencia con otros profesores se ha vuelto prioridad para el grupo del archivo.
Yo misma, Lucy Montiek y Lawrence Millstrope estamos actuando como un grupo de investigación, recopilando todo lo posible sobre estos documentos antes de abordarlos. De la misma manera que con el Archivo Kandora, me temo que nos encontramos en la misma situación respecto a los contenidos. Previas transcripciones no concuerdan entre sí. Por ejemplo, en este archivo, tenemos solo dos transcripciones.
Marcus Hall, estudiante de criminología: Su transcripción era para una clase de estudio sociológico, implica que este caso gira alrededor de varios grupos de descontentos con la situación eléctrica a inicios de los años 20 en las zonas más pobres de Nueva York. Destrucción de infraestructuras eléctricas, principalmente.
Eduard Stonefield, investigador privado: Su transcripción fue principalmente realizada de manera hablada, los casets se guardarán con este documento. El caso era un fraude de seguros a compañías eléctricas, por daños derivados de mala estructuras.
Curiosamente, tras una serie de experimentos, hemos acertado con el hecho de que solamente los trabajadores del archivo pueden leer de manera correcta los documentos dejados por Liuth. No importa su estación o especialización, si están destinados a los archivos de la universidad tienen la capacidad, pero el resto del cuerpo estudiantil y profesorado son incapaces.
Afortunadamente, el material no se encuentra en estado de degradación, incluso tras ser primeramente revisado. Hemos hecho fotografías por seguridad, pero por ahora el papel se mantiene siendo papel. Afortunadamente, podemos marcar esto como una característica única del archivo Kandora.
[Carta enviada al profesor de ingeniería Edmund Conwald por Edwin Mccall, detective de la policía del distrito de Queens, en referencia a varios delitos cometidos alrededor de sus transformadores eléctricos, enlistándose la ayuda de Nemesio S. Liuth como acompañante del detective. 19 de febrero de 1920]
Estimado profesor Conwald,
El único motivo por el que escribo estas palabras es nuestra amistad a lo largo de los años y su apoyo a las zonas más necesitadas de Nueva York en la tarea de industrializarse. Sus transformadores eléctricos han mejorado la calidad de vida de muchos compañeros míos, que por condición de raza y apariencia no pueden acercarse a las zonas más impolutas y, digámoslo, ricas de la ciudad. Por ello, cuando los primeros casos de quejas respecto a estos empezaron a surgir, tuve mis dudas.
Nueva York, tras que la prohibición arrancase a la vida ociosa la mejor de sus armas y se la diese a las mafias, no desconoce lo que es un producto defectuoso. Comida enlatada en mal estado, maquillaje que deja más marcas en la cara que las que esconde…Todo eso son historias habituales en las barriadas y en las calles de los trabajadores honrados. Sin embargo, cuando la policía marchaba hacia el lugar del crimen, sus transformadores tenían todas las marcas de fabrica que garantizaban su producto. Por supuesto, la posibilidad de accidentes fortuitos pasó por nuestra mente. Quizás tenían algún defecto irregular o las circunstancias habían causado una explosión.
Con el tercer muerto, esta situación se volvió evidentemente algo calculado. Todos muertos por acción de sus transformadores, ya fuese al estallar, al caer sobre ellos o por una electrocución. La mitad de la comisaría siguen la teoría de los accidentes fortuitos, una excusa perfecta para no tener que visitar los barrios donde las bombillas son aún un bien escaso. Yo no estoy tan seguro. Creo que alguien está detrás de estos accidentes.
El asistente que mandó, aunque desconozco los motivos por el cual lo hizo, ha sido de ayuda. La primera vez que lo vi, con toda honestidad, el chico parecía que iba a caerse al suelo y no levantarse. Delgado como una rama y con el mismo tono de piel que el queso tras dos semanas a la intemperie. Aunque, honestamente, considerando que nuestro primer encuentro fue en la bahía, no puedo culparle. Ese sitio huele al tipo de mierda del que las ratas huyen.
Sin embargo, a pesar de su aspecto frágil y endeble, ha resultado ser un investigador de cojones. En el primer caso, indicó como las tuertas que habían mantenido el transformador a uno de sus postes habían sido manipulados. En el segundo, que las llamas habían sido extendidas con un líquido, pues la extensión de un accidente natural no podía haber causado una extensión. Y, en el tercer caso, se hizo obvio que habían movido los cables que conectaban al mismo y lo habían puesto a la altura del cuello, en una calle sin iluminación.
Ahora, ha sido en el cuarto y último caso, en el que se ha ganado el dinero que le estáis pagando por quedarse aquí. Este ha sido el peso en la balanza que ha hecho que mis superiores nos den más recursos.
Los eventos se dieron en el número doce de Ashburn St. con Newtown Creek. Era un edificio de cuatro plantas, madera y piedra mal colocada. Los tres últimos edificios eran residenciales, con el primero actuando como tienda de, ríase usted, electrónica. Nada elegante, radios y alarmas. La víctima se llama Arnold Fitz, un judío propietario de la tienda de abajo. En un primer momento, no nos llamaron. Crímenes contra minorías y dueños de pequeños locales no son nada extraño. A lo mejor había sido la mafia cobrándose lo que le debía o algún bastardo con problemas con los judíos. Fue cuando los primeros policías describieron el cuerpo que nos llamaron.
Curiosamente, Liuth se encontraba ya en la tienda cuando yo llegué. Esperando, casi acurrucando y temblando, en una esquina. Su mirada fija en la barrera de policías que alejaban a la muchedumbre de la tienda. He conocido a novatos con miradas hambrientas, esperando que el caso en el que se encontraban fuese el momento de gloria, en el que pudiesen ganarse la chapa de detective y empezar a actuar como en los audio-dramas. Esa mirada era mucho peor. Se sentía como que Liuth fuese a saltar entre los policías y entrar de manera forzosa en la tienda, como si su supervivencia dependiese de ello.
Al acercarme, le toque el hombro, llamándole la atención. El chico siempre había sido nervioso, saltando a la mínima, pero cuando lo moví no había reacción. No solo eso…se notaba caliente. Como si desprendiese calor. Tras un breve meneo, el chico pestañeó, por primera vez desde que llegué. Durante unos segundos, pensé que a lo mejor estaba tratando con estimulantes de algún tipo, como los caballeros de la academia suelen hacer, pero su voz era demasiado clara y tranquila. Más imponente de lo que había sido.
Llegó al punto de que parecía que me arrastraba él hacia la escena del crimen, en vez de que yo le abriese paso entre mis compañeros, cuando nos dispusimos a trabajar. El lugar en el que se había cometido el crimen era la tienda. Según los vecinos, el hombre había empezado a hacer reformas y el local había estado vacío durante varias semanas No habían visto nada más que a un hombre colocando los tablones que ocultaban las ventanas de los ojos indiscretos. El olor es lo que les había advertido. Y, dios, ciertamente era potente.
El aroma de carne podrida había permeado el pequeño cuarto oscuro, a un punto en el que había varios novatos vomitando en un callejón. Sin dudarlo, me tape la boca y la nariz con uno de los trapos humedecidos en algún tipo de químico, que uno de los policías repartía para ayudar con el aroma. La estancia había sido iluminada con velas, ya que las luces no parecían operativas, dejando a la vista torres de radios que se habían posicionado como una especie de laberinto. Una encima de otras, ocultando la luz en esquinas y dando la sensación de que se podían caer en cualquier momento. El camino no era corto, pero los susurros de Liuth me pusieron de los nervios. Algo sobre “secretismo necesario”, “velos” y “ceremonias”. No soy un hombre tímido, así que le pregunté que le pasaba y el chico se cayó, cortado o notando mi irritación.
Cuando llegamos a la parte trasera de la tienda, entiendo porque los novatos estaban vomitando. El cuerpo de Arnold Fitz se encontraba suspendido de cables desde el techo, desnudo y mostrando heridas cortantes por todo su cuerpo. Heridas que, de manera brusca, habían sido suturadas con materiales…curiosos. Cables eléctricos, del mismo tipo que podías encontrar dentro de radios o colgando por las ventanas, habían sido usado para sellar los agujeros. A una inspección más cercana, sin embargo, podías ver que algunos de ellos no habían sido cerrados, si no que de ellos salían los cables que lo sostenían en el aire.
La bilis quemaba en mi garganta. Estábamos tratando con una mente enferma y repugnante. Y, mi contrario, Liuth soltó un suspiro que no le había escuchado en su duración en la ciudad. Era relajado y tranquilo, como si se hubiese quitado un peso de encima, e incluso su postura se había enderezado. Antes de que pudiese hacer nada, el joven asistente se puso a buscar por la mirada por la estancia, siguiendo más y más conexiones con el cuerpo que se extendían de manera enredada por las paredes. Sus dedos acariciando la superficie, buscando con una mirada frenética, hasta que se tira de rodillas. Durante unos segundos, pienso que va a ponerse a rezar ante esta obscena escena, pero…literalmente abre una puerta en el suelo. Allí, brillante y con algo de polvo, se encuentra un generador. Muchos negocios y sitios usaban generadores cuando la obra para meterse a la red eléctrica era demasiado cara, especialmente en los barrios más viejos. Era una práctica censurada por el ayuntamiento, más que nada por los peligros de incendio en barrios más madera que ladrillo. Liuth encendió el generador, sin dudar.
La corriente inundó la estancia con luz ambarina y el gruñido de estática, todos y cada uno de las radios estallando con fuerza. El grito de las radios envolvió el lugar, la misma voz repetida cientos de veces, en una potente cacofonía. Me tape los oídos, pero no pare de mirar. La corriente traspasaba toda la tienda, siguiendo los cables de las paredes. Y eso incluía el cadáver. La electricidad zumbaba con fuerza, haciendo que su cuerpo se moviese como una marioneta, sus ojos abiertos y sin vida tambaleándose como una de esas muñecas con pestañas. Hasta que abrió la boca y un altavoz de pequeño tamaño apareció entre sus labios. El último amago de energía fue apagando todos los aparatos en un crecendo, siendo la boca del muerto el último amago de esa corriente.
“Me ofrezco a ti, San Volt…” susurro el altavoz, en un crujido áspero, en lo que regresábamos a la oscuridad.
“Dios nos guarde” pensé, apretando los ojos para exorcizar la imagen y el sonido de mi mente. “Fanáticos”.
Después regresamos al recinto, desde donde te escribo esta carta. Necesito toda la información que puedas recopilar y si tienes algo que ver con algún culto, por favor, házmelo saber. Hay vidas en juego.
Detective, Edwin Mccall
[Documento escrito por Elizabeth Wallstrife, Auxiliar del Director del Archivo, para el Archivo #123976 AKA San Volt. 13 de Enero de 1941]
Empecemos con datos simples. El detective que se nombró en el documento anterior no existe, de la misma manera que Liuth. Desaparecido de la faz de la tierra meses después de estos sucesos. Al menos, de manera aparente. Tuvimos que mandar a la pobre Lucy a Nueva York, haciéndose pasar como una pobre encargada del departamento de criminología, para que rebuscase por los archivos. Y, el caballero continuó cobrando una cantidad importante de dinero del ayuntamiento de Nueva York durante unos años, dedicado exclusivamente a la creación de un departamento nuevo. No comenta a que se dedicaba ese nuevo departamento, pero, considerando la presencia en estos archivos y, bueno, su contacto con Liuth me puedo imaginar en que consistía.
Segundo, las muertes. Lucy aprovechó su estancia para buscar en la biblioteca de Nueva York, concretamente en la sección de necrológicas, algún aviso sobre estas muertes peculiares. No hubo resultados. No por falta de coincidencias, si no por un número excesivo de ellas. La gente que muere en Nueva York por accidentes eléctricos, provocados y no provocados, es alarmantemente alta. Por suerte, continuando con la transcripción de los documentos, hallamos los nombres de los fallecidos.
Liuth se ha convertido en un individuo peligroso y he requerido al director del archivo que cierre de manera preventiva el archivo a visitantes. No ha aceptado mi solicitud y continuamos teniendo invasores desconocidos (o al menos con unas reputaciones interesantes).
[Conversación entre Elizabeth Wallstrife, auxiliar del Director del Archivo, y Dr. Albert N. Yashis, Director del Archivo. Transcripción de una grabación. Tiempo indeterminado]
Dr. Albert N. Yashis: Me temo que dicha petición ha sido negada por el consejo de la universidad. Al parecer, los archivos se han de mantener abiertos al público, según las bases establecidas para proteger la documentación y, bueno, al público en general.
Elizabeth Wallstrife: Me lo imaginaba, pero aun así estoy decepcionada.
Dr. Albert N. Yashis: Honestamente, la junta y yo mismo creemos que esta usted dando una sobrevaloración extrema de la situación con el señor Liuth. Su concepción del peligro que puede suponer es excesiva.
Elizabeth Wallstrife: Según Kandora, no sabemos que nivel de riesgo corremos con él. Un individuo que devora a gente no es extraño en esta línea de trabajo. Por los dioses, los caníbales son algo que aparecen ciento de veces en documentos dentro del archivo. Es como el estándar de cultistas locos. Sin embargo, su hambre sobrepasó el ejercicio de lo físico y atravesó el nivel de lo metafísico.
Dr. Albert N. Yashis: Solo si tomamos un documento entregado de manera anónima y con poca veracidad. El problema con su solicitud y su evidente paranoia es que no tiene usted pruebas para corroborar sus sospechas. Esta preparándose para una desgracia que ni siquiera puede ocurrir.
Elizabeth Wallstrife: …Tenemos pilas de gasolina acumuladas en una sala en caso de necesitar quemar este edificio. Runas inscritas en las paredes y cubiertas por más runas y encantos protectores. Por el amor de lo antiguos, usted mismo tiene en su escritorio una escopeta.
Dr. Albert N. Yashis: ¿Su punto?
Elizabeth Wallstrife: Que vivimos en un mundo en el que esta preparado puede suponer la diferencia entre vivir y morir. Tenemos que estar preparados en caso de que Liuth aparezca, aunque sea convertido en una polilla gigante que se dedique a comerse su correspondencia.
Dr. Albert N. Yashis: [Ligera risa] Le aseguro de que alguie no aparecerá en forma de polilla para devorar los archivos. La probabilidad de que eso suceda más de dos veces es ínfima [De fondo se escucha a Elizabet pronunciar un “¿dos veces?”]. Creo que le convendría descansar, joven. Entiendo que se haya encontrado con material especialmente…preocupante. Pero es algo que se vuelve parte del trabajo. Creo que debería tomarse un descanso antes de que sufra un ataque.
Elizabeth Wallstrife: ¿Cómo? Lo siento, pero no considero que mi preocupación por el estado de este archivo pueda considerarse [con repugna] “histeria”.
Dr. Albert N. Yashis: No he dicho eso, pero una semana fuera de los archivos puede sentarle bien. Con paga, por supuesto. [Tono serio] Es una decisión final.
[Sonido de tacones golpeando el suelo y un portazo. Albert suspira. Minutos después, unos lentos pasos se escuchan dentro del despacho]
????: Has elegido a una ayudante especialmente interesante.
Dr. Albert N. Yashis: Yo no la he elegido, lo sabes bien. Nunca posicionaría a nadie en peligro de manera obvia.
????: Y, aun así, ella está ahí. Es adorable lo perdida que esta aún. He escuchado de compañeros míos en los mundos oníricos que uno puede beber la confusión de los humanos y emborracharse. Honestamente, no les creía hasta ahora.
Dr. Albert N. Yashis: En vez de saborear el estado emocional de mis empleados, te recomendaría que te centrases en defender este lugar. Considerando la pieza que están investigando, pueden atraer su…atención.
?????: [Risa distorsionada, un chasquido metálico lleno de estática] Tranquilo. Esos bibliotecarios no suelen alejarse de su colección y dudo que investigasen este punto en el tiempo, a no ser que sea de casualidad. Y, bueno…la atención del otro protagonista se encuentra en Alemania. Esos caballeros están haciendo maravillas con corrientes eléctricas y maquinaria pesada.
Dr. Albert N. Yashis: No quiero saberlo. La última vez me revolviste el estómago con tus putas historias de horrores.
????: No me des tanto mérito. Este horror es todo vuestro y lo sabes muy bien.
Dr. Albert N. Yashis: Ojala no lo supiese…Solo, asegúrate de que Elizabeth no toque nada peligroso fuera de los archivos. Esa es tu labor si quieres que siga colaborando contigo.
????: Por supuesto, un trato es un trato, después de todo.
[Carta enviada al profesor de ingeniería Edmund Conwald por Edwin Mccall, detective de la policía del distrito de Queens, en continuación a la misiva realiza el 19 de febrero y su investigación. 28 de febrero de 1920]
He recibido el visto bueno para dedicar una pequeña fuerza de detectives al caso y varios recursos del recinto. Lo primero que he hice fue pedir a Liuth que organizara materiales para explicar nuestras sospechas al nuevo equipo, dándole un permiso para los archivos de la policía. Tras eso, yo me dediqué a elegir a los miembros de este. Solo tardé dos horas en preparar mi parte, pero Liuth…Si vuestros estudiantes son capaces de organizar tantos papeles en ese periodo de tiempo creo que lo próximo que haré será crear un programa de entrenamiento para mis reclutas.
Cuando entré en la oficina que se nos había prestado para organizar el material, me encontré una red de cables en una de las paredes, cubierta en papeles e informes. Frente a la pared, Liuth se encontraba inerte, exceptuando por como sus dedos golpeaban de manera incesante una pluma contra la mesa que ocupaba el centro de la estancia. Sus ojos se movían de manera frenética, siguiendo el material y leyendo el material, con su mandíbula fuertemente cerrada. De nuevo, la expresión de un hombre perdido en su misión, con algo personal que demostrar, se esculpía en desesperación contra sus rasgos. Mis ojos se desviaron, durante unos segundos, al tablón para examinarlo.
Describir como era ver eso es…complicado. Verás, desde niño, soy un aficionado a los acertijos. Es parte de lo que me atrajo a mi actual modo de vida. Tener piezas en tus manos y contemplar la forma de darles la forma apropiada, traer una solución del caos. Durante mis primeros años de resolver rompecabezas, probablemente a mis siete u ocho años, mi padre me trajo un puzzle de madera. Era un juguete artesanal, hecho por uno de sus amigos de la fábrica de conservas, un caballero con un gusto por la carpintería. Una cajita que tenías que desbloquear para obtener lo que había dentro. Durante días, estuve dándole vueltas, moviendo las piezas en busca de una configuración que revelase la cerradura. Sin éxito, llorando, fui a mi padre en busca de la solución.
No había una. Era una encerrona. Una enseñanza de que muchas veces un problema no tiene verdadera solución. Dos piezas pegadas con pegamento industrial y luego atrapado en madera para darle la apariencia de que existía una forma de abrirlo. Obviamente, me enfade. Pero, mirando ese entresijo de papel y cordeles, recordé, en ese instante, como se sintió ese enfado. El primigenio odio e ira, emociones tan grandes e imposibles de procesar para un niño que acaban inundándolo hasta que no hay sitio para nada más. El calor de mi rostro y cuerpo al estallar en gritos, el amargo rencor que se hundía en mi pecho y corazón…Como las palpitaciones se volvían gritos, insultos y luego lágrimas frías contra la carne calentada por un burbujeante odio.
Y, viendo la ordenada y lógica configuración, ese recuerdo vino con una precisión abrumadora, mesmerizándome con esas sensaciones más grandes que uno mismo. Cuando pude recomponerme, la memoria se sentía como un pedazo de metal, ardiendo al punto de volverse iridiscente, clavado en mi frente. Y la pared parecía desprender una arrogante aura de invencibilidad, como si se mofase de mi inhabilidad de resolverla. En ese momento, sin pensarlo, lo atribuí al cansancio y a un repentino bajo, tras dos noches sin dormir y no haberme tomado mi cafeína.
En esa obra de investigación, los cuatro asesinatos se encontraban alineados. Geográficamente estaban terriblemente cerca, lo suficiente como para desarrollar un área donde patrullar, pero los perfiles no eran especialmente satisfactorios.
La primera víctima era un trabajador industrial, una de esas pobres almas que vienen del centro del país solo con sus manos como medio de trabajo y acaban en las fábricas o almacenes de la costa. Su nombre era Marcus Sims, habitaba un piso con diez caballeros más, una de esas viviendas de la que los propietarios sacaban cada centavo que podían del espacio disponible. Al parecer, recientemente se había quedado sin trabajo y estaba haciendo tareas por peniques donde podía. De regreso a casa, uno de los transformadores le reventó la cabeza desde las alturas. Los tornillos y tuercas que lo habían mantenido en uno de los postes habían sido manipulados, la manera con la que se tiro se desconocía.
La segunda era un diseñador, Robert Field, relativamente exitoso, cuya presencia en Queens se relacionó rápido con cierta señorita de la noche. Más que un encuentro casual, el lugar había sido alquilado para mantener una relación, a escondidas de su esposa, pero el estallido de un transformador inundó el sitio en fuego. Afortunadamente, en medida que se puede decir en esta situación, solo el hombre fue víctima del fuego. Horas después, se resolvió que el asesinato había sido provocado. Líquido inflamable extendido desde el generador hacia la casa.
El tercero era un ingeniero, Elliot Chimer, recién graduado y con poca experiencia, colocado por su antigua compañía en Queens para continuar con la labor de extender la red eléctrica. Su empresa quebró hace un mes, y paso de posicionar los transformadores a ayudar a instalar generadores clandestinos en diferentes casas. Curiosamente, Arnold Fitz pudo ser uno de sus clientes, lo cual nos podía dar una pista. Su método de asesinato fue electrocución, vía cable escondido en medio de la oscuridad. De la misma manera que el primero, regresaba a casa tras trabajar.
Esto nos hablaba de crímenes planeados tras vigilancia. Alguien los había estado siguiendo, observando sus hábitos y movimiento, hasta que el momento oportuno había aparecido. No solo eso, el perfil del asesino indicaba que era inteligente y discreto. Capaz de manipular mecanismos eléctricos y crear trampas. Y había atacado cuatro veces, ergo era comprensible pensar que atacaría otra vez más.
El encuentro con los detectives fue bien, muchos interesados en el sistema de Liuth para organizar tanto papeleo y descubrir cosas solo mirando los archivos. Sin embargo, la emoción paro bastante rápido. Liuth no tiene madera de policía y con su demacrado aspecto, recuerda demasiado a esos caballeros atrapados en bares y locales de drogas. La mayoría de los que lo elogiaron pronto lo miraron con ojos desconfiados, preguntándome en privado si estaba seguro de sus credenciales.
Sin embargo, a pesar de todas las quejas, hice que me acompañara. Tras sus asesinatos, los policías simplemente se habían trasladado a hablar con familiares y amigos, para notificar su fallecimiento, ya que entonces seguían considerándose accidentes. Sin embargo, con la nueva luz que caía sobre los hechos, era hora de realizar un par de interrogaciones. Nuestra primera parada fue la residencia donde el joven Sims había vivido. Una residencia de las antiguas, más madera podrida que intacta y probablemente con una presencia de ratas e insecto equitativa a la de hombres que dormía allí. Incluso los pasillos se encontraban cubiertos de gente, colchones en rincones donde el paso de gente no molestase. El olor de sudor, meados y excremento golpeó mi nariz y, durante unos segundos, me preocupé de que Liuth y su delicada salud pudieran causar un desvanecimiento. Curiosamente, no paso. De nuevo, la determinación se exhibía en su rostro.
Obviamente, su habitación ya había sido alquilada y sus pertenencias distribuidas entre sus compañeros. Al parecer, su familia lo había desheredado, aunque no habría importado porque nadie sabía como ponerse en contacto. Por ello, zapatos, papeles y similares habían acabado repartidas entre las manos de sus compañeros de cuarto. Los documentos personales acabarían en el mercado negro, probablemente, y la ropa era más que posible que la estuviésemos viendo puesta en las personas con las que hablábamos. Por suerte, uno de los más jóvenes nos contesto a nuestras preguntas.
-“Llevaba unos días raro. Decía que tenía pesadillas con que alguien le vigilaba” -Fue la afirmación más interesante del muchacho. Al presionar la pregunta, interrogándole si es que alguien lo había estado siguiendo, el chico negó.- “No, decía que soñaba con…esas cosas brillantes llenas de cable que hay en los postes. Creo que hay uno fuera de la ventana. Decía que lo seguían”.
¿Los transformadores lo seguían? No era la primera vez que me encontraba con cosas…cuestionable en esta línea de trabajo. Pero, normalmente, los que solían decirlas acaban en algún loquero o manicomio. Suspiré, tachando la posibilidad de que la víctima hubiese notado algo. Sin embargo, escuche como Liuth abría una ventana en el cuarto en el que había dormido Sims y las quejas de los allí presentes por la fría brisa entrando en la estancia. Pronto, el académico me llamo la atención.
Con la mitad del cuerpo sacado hacia afuera, el hombre miraba atentamente hacia abajo y hacia los transformadores que había en línea frente al edificio. Cuando me acerqué, señalo hacia abajo. La madera se encontraba…¿cortada? Como si alguien hubiese cogido un cuchillo y rasgado la superficie, sin embargo, lo que me causo un escalofrío fue un hecho que Liuth no me señalo, pero estoy seguro que había visto.
En la fila de postes, cada uno con transformadores atados en sus cúspides, faltaba uno.
[Transcripción y anotaciones de la conversación entre Elizabeth Wallstrife, Auxiliar del Director del Archivo, y Lucy Montiek, asistente de la sección de Sociología y Criminología, respecto a su viaje a New York para el Archivo #123976 AKA San Volt. 23 de Enero de 1941]
Lucy: Honestamente, los cerdos siguen siendo igual de cerdos tanto aquí como en Nueva Inglaterra.
Elizabeth: Si, la labor policial siempre ha atraído ese tipo de monstruos. [agotada] ¿Has encontrado algo? ¿No te han molestado demasiado?
Lucy: Nada especialmente relevante. No hay informes sobre Edwin McCall tras su marcha del departamento, solamente una serie de nuevos fondos hacia un nuevo tipo de equipo, pero acabo desapareciendo dos años después. Ni siquiera el sindicato pudo salvarlos, al parecer, y el nivel de mortalidad era demasiado alto. Sin embargo, he encontrado algo que debería estar en Miskatonik, Eli.
Elizabeth, interesada: ¿Oh?
Lucy: Te la enviaré por correo una copia transcrita, pero básicamente es un testimonio de un joven cadete, que acabaría trabajando para el equipo de Edwin hasta su fallecimiento un año después.
Elizabeth: ¿Cómo lo has encontrado?
Lucy: Digamos que a los caballeros blancos del distrito no les interesa vagabundear por los huecos de los archivos y, afortunadamente en este caso, no tienen escrúpulos para desterrar a este sitio a cualquier miembro de la policía que sea más oscuro que la leche.
Elizabeth: Que malgasto. ¿Pero habla del caso o nos indica algo sobre McCall?
Lucy: Al parecer estuvo trabajando en el caso, como parte del equipo que investigo a…[Se escucha el sonido de papeles] Robert Field y a su esposa, Emily Field. Esta última será denominada como desaparecida, aunque su caso será denominado, según fuentes internas, ya había sido resuelto y no necesitaban meter recursos en el caso.
Elizabeth: A veces me pregunto porque nos molestamos en financiar órganos de gobierno tan inútiles, pero haré la pregunta. ¿Por qué?
Lucy: Creo que…es mejor que leas el archivo.
[Anotación: El documento fue recibido 3 días después de esta llamada. Tras ser leído y documentado, se decidió que se uniría al Archivo #123976 AKA San Volt.]
[Transcripción del testimonio del oficial de policía Henry Barker (23-Hombre) sobre la muerte del agente Rick Silver (28- Hombre) durante la investigación del piso de Robert Field en relación a su fallecimiento y desaparición de su esposa]
“No…no deberíamos haber ido allí. Lo que fuese que mató a Rick sabía que iríamos, nos estaba esperando…Preparando el lugar para matarnos lentamente. ¡Por favor, no me hagan regresar allí!”
-El agente solloza durante unos minutos, tras lo cual se le da una bebida caliente y se le insta a continuar-.
“Fuimos allí al atardecer, tras una visita a un edificio en los barrios bajos. Normalmente, estas tareas son sencillas, ¿sabe?. Hablar con una viuda sobre posibles pistas, intentar catar relaciones, ver si salía durante la conversación algún tipo de intención o confesión…Son trabajos que nos permite ir a casa a la hora que nos toca y no acabar en algún tiroteo y desangrándonos en algún callejón. Pero esta vez fue diferente…”
“Fuimos acompañando al detective McCall y ese espantapájaros que lo llevaba acompañando las últimas semanas. Cuando llegamos, tuvimos que darnos cuenta de que algo iba mal…La puerta se encontraba abierta de par en par y no había nadie dentro. Ni un alma y…Bueno, cuando estas en el cuerpo durante mucho tiempo reconoces tipos de silencio. El silencio que acompaña un tiroteo, el que aparece tras un grito o esos segundos antes de que se desate un pandemónium. Bueno…Sonaba como uno de ellos.”
“El detective sacó su arma reglamentaria, como nosotros, y nos adentramos en la casa. Salón, habitación de invitados, baño y cocina se encontraban desiertos. Sin embargo, el despacho y el dormitorio estaban bañados en penumbra, las lámparas reventadas de tal modo que ambas estancias se mantenían en la penumbra. Abrimos el despacho con cuidado, pensando que allí habría algo importante, quizás alguna pista… Nada más abrir, ese pequeñajo entró como una exhalación. Nuestras lámparas iluminando un poco la estancia, mostraron la sombría silueta del joven moviéndose, su propio haz de luz arrastrándose por las paredes, los papeles y los libros. Hasta que se paró en un boceto, medio cubierto y sin terminar…Probablemente puedan verlo en el archivo de pruebas luego. Es un cartel bañado en azul y dorado, con un hombre en una túnica y una familia feliz mirándolo mientras señala una televisión y la enciende como si estuviera haciendo un hechizo. Una especie de campaña publicitaria para alguna compañía…Sin embargo, el detective posó su linterna en otro objeto. Era uno de esos convertidores o motores, no conozco el término, que hay en las calles. Era pequeño y se encontraba posado en una silla, como si esperase. ¿A lo mejor era una pieza que le habían mandado para su trabajo? No lo se…Pero el detective lo examinó cuidadosamente durante unos segundos, antes de que el chico lo increpará para que lo siguiera fuera de la estancia. Aprovechando este parón en el despacho…continuamos al dormitorio.”
“El lugar olía a sangre. No hacía falta ser un experto para detectarlo, estaba impregnado y nada más abrir la puerta fue fácil ver el objeto del olor. El cadáver de una mujer, probablemente Emily Field, se encontraba en la cama. Su cuerpo estaba roto, pues solo se puede describir como una amalgaba de hueso, carne y sangre a lo que se encontraba ahí. Sin embargo, entre todo el desastre, no se podía ver la cabeza de la víctima. Faltaba.”
“Farfullando maldiciones, Rick entró para abrir la ventana y airear un poco la estancia. Sin embargo, ese fue un error. El peor error. A mitad del camino hacia la ventana, Rick se quedo quieto. Un graznido salió de sus labios, en lo que sus manos pararon a su garganta…la cual, mediante mi linterna, podía ver que estaba sangrando. Algo se había enredado en su carne, apretando al punto de causar heridas…y lo empujaba hacia adelante... Poco a poco, hasta que su cuerpo chocó contra la pared. Entonces, se empezó a elevar. De puntillas, Rick tuvo que luchar por mantenerse en el suelo o seguir el camino hacia arriba, ambas era una muerte asegurada.”
“Y yo…yo no dije...no hice...nada”
-Durante unos minutos, el agente Henry se queda en un estado catatónico, seguido por un episodio de histeria. Durante media hora, el agente se ve atrapado en sollozos.-
“Solo lo ví…ese enredo apretando su garganta, bañándolo en sangre, mientras sus pies abandonaban el suelo…No pude gritar cuando ví…esas…esas patas salir del conducto de ventilación. Cuatro largas patas, rompiéndose de forma horrenda a través del hierro que tapaba el conducto. Ni siquiera elevé la pistora cuando, de un limpio corte, arrancó la cabeza a mi compañero. Dejando solamente el cuerpo uniformado, su cara en un rictus de horror en lo que colgaba de esos finos hilos negros. Finalmente, grité…Incapaz de procesar siquiera lo que pasaba.”
“El detective y su acompañante entraron, corriendo, pero ya era demasiado tarde…Esas patas habían abrazado el rostro de mi compañero, arrastrándolo a la oscuridad entre las paredes. El sonido de patas moviéndose contra el metal que formaba el conducto…aun lo escucho.”
-El agente golpetea la mesa, haciendo un ritmo constante-
“No lo puedo dejar de escuchar…No puedo…No puedo”
Addendum: Los cadáveres fueron recogidos por la policía local, junto con los bienes que podían estar relacionados con la investigación. Sin embargo, al tiempo de comprobar estos hechos, no se ha encontrado ningún transformador o motor en el archivo de pruebas.