
«El Libro de la Noche: La Biblioteca Negra»
Escrito y ficcionado por Noviembre Nocturno, basado el relato homónimo del maestro George Loring Frost, que nos conduce hacia los diarios de Cornelius Laiman en su épica y delirante gesta en el Universo de Warhammer 40K. Exiliado y decidido a restablecer el honor del legado del Emperador.
Estamos en el cuadragésimo primer milenio.
El Emperador ha permanecido sentado e inmóvil en el Trono Dorado
de la Tierra durante más de cien siglos. Es el señor de la humanidad
por deseo de los dioses, y dueño de un millón de mundos por el poder
de sus inagotables e infatigables ejércitos. Es un cuerpo podrido
que se estremece de un modo apenas perceptible por el poder
invisible de los artefactos de la Era Siniestra de la Tecnología.
Es el Señor Carroñero del Imperio, por el que se sacrifican mil almas
al día para que nunca acabe de morir realmente.
Sin embargo, incluso en su estado de muerte imperecedera,
el Emperador continúa su vigilancia eterna. Sus poderosas flotas
de combate cruzan el miasma infestado de demonios del espacio
disforme, la única ruta existente entre las lejanas estrellas.
Su ruta está señalada por el Astronomicón, la manifestación psíquica
de la voluntad del Emperador. Sus enormes ejércitos combaten
en su nombre en innumerables planetas. Sus mejores guerreros
son los Adeptus Astartes, los marines espaciales,supersoldados
modificados genéticamente. Sus camaradas de armas son incontables:
las numerosas legiones de la Guardia Imperial y las fuerzas de defensa
planetaria de cada mundo, la Inquisición y los tecnosacerdotes
del Adeptus Mecanicus por mencionar tan sólo unos pocos.
Sin embargo, a pesar de su ingente masa de combate, apenas son
suficientes para repeler la continua amenaza de los alienígenas,
los herejes, los mutantes… y enemigos aún peores.
Ser un hombre en una época semejante es ser simplemente uno más
entre billones de personas. Es vivir en la época más cruel
y sangrienta imaginable. Éste es un relato de esos tiempos.
Olvida el poder de la tecnología y de la ciencia, pues mucho
conocimiento se ha perdido y no podrá ser aprendido de nuevo.
Olvida las promesas de progreso y comprensión, ya que
en el despiadado universo del futuro sólo hay guerra.
No hay paz entre las estrellas, tan sólo una eternidad de matanzas
y carnicerías, y las carcajadas de los dioses sedientos de sangre.
La biblioteca Negra (que los Eldars comparan con la sabiduría del universo) se compone de un número indefinido, tal vez infinito, de galerías y pasillos, cámaras con vastos pozos de ventilación cercados por obeliscos, monolitos y torres de aguja donde aguardan los arcanos vestigios del cosmos inabarcable. Es un laberinto pensante de estancias repletas de ataúdes de estasis que contienen tomos prohibidos de sabiduría ancestral, artefactos vivientes que cuelgan suspendidos en una super-estructura megalítica, un mundo astronave prefabricado meticulosamente, forjado entre los secretos y susurros de sus moradores. Es incierto para muchos impíos si la biblioteca es un mundo astronave, o una dimensión en sí misma, condenada a viajar eternamente a través de los entresijos de la Telaraña. Siempre en movimiento, su ubicación y ruta son secretas, ocultas para todos excepto para los Arlequines y los miembros del Consejo Negro de los Eldars.
En su interior y superficie se distinguen miles de ciudadelas distribuidas sin un sentido claro para el ojo humano. Esa inconexión me pareció misteriosa, pero hay algunas revelaciones que secretamente he ido compilando.
La primera de ellas, es que posiblemente la biblioteca existe ab alterno aunque fue descubierta y modelada por el Dios Sonriente, señor de los arlequines, al que se le atribuye su ordenación con el objetivo de cobijar las artes y sapiencias de los Eldars desde los momentos posteriores a la Caída. La arquitectura de la biblioteca negra puede resultar confusa, teniendo en cuenta la natural dotación de infinitos milagros, todos misteriosos para el viajero. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas. Al igual que la estructura de la Biblioteca. Pues de eso trata la segunda revelación: su estructura es simétrica. Tardé tiempo en percibir este hecho, indispensable para entender el funcionamiento de su registro. Ya que la biblioteca es un ser pensante, con la simetría afilada e implacable que caracteriza las mentes de los propios Eldars. Lo que me llevó a formular una teoría general sobre su caprichosa estructura y resolver satisfactoriamente el problema que muchos Eldars ya habían descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos sus tomos.
Me permitiré, para que su naturaleza resulte comprensible, llamar a esos tomos, libros, pues la sabiduría de los Eldars no tiene forma física predefinida. Y es en cierta medida la psique de cada individuo la que nos revela como se accede a sus archivos.
Yo sé de una región febril de la Biblioteca cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano. Admiten que los inventores de cada escritura imitan los catorce símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí salvo en las mentes de los que atraviesan el umbral.
Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas y psiques pretéritas o remotas. Es verdad que los Eldars más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje y tenían una estructura de pensamiento diferente a los de ahora; y en el inmenso despliegue de este mundo astronave, novecientos pisos más arriba, o más abajo, pueden hacer que la interpretación de sus secretos resulte incomprensible incluso para la mente adiestrada. Algunos insinuaron incluso que cada psique podía influir en la subsiguiente que se acercara al libro y que el valor de su contenido se transmutaba en función de cuántos intérpretes hubieran pasado por cada tomo. Imaginad el poder de los eones acumulándose en uno de estos tomos, materia psíquica en transmutación, pura, cálida y resplandeciente.
La tercera revelación nos dice, como en muchos de los mundos artesanales, que la biblioteca es una embarcación consciente y psicoactiva, oculta a las mentes imperfectas, capaz de repeler las sondas psíquicas y las entidades e intrusiones de la disformidad. Una titánica maravilla con una apariencia chamuscada y cristalina, cubierta de paletas y florituras, pero con la gracia fluida de la ingeniería Eldar.
Mis primeros años allí se limitaron a la fascinación y la contemplación, me di cuenta de cuan poco había visto. Se hizo evidente para mi mente limitada, que tan solo llegaría a rozar los matices de lo que allí se presentaba. Después de todo yo era un simple mortal que con astucia y arrogancia me había atrevido a prolongar la vida con el arrebato de una tecnología nacida obsoleta en comparación con la gloria tecnocrática de los Eldars. Quizá fuera por eso que el desprecio y la sorpresa de los arlequines ante mi presencia en la biblioteca pareciera no tener límites. Se preguntaban como alguien como yo se había ganado el derecho de fatigar sus laberintos. Esta cuestión y su interrogante prefiero dejarla de momento en el silencio. Diré no obstante, que en su mayoría, se sentían insultados y perturbados, me vigilaban con la misma desconfianza con la que me denostaban, y a pesar de todo, yo, Cornelius Laiman, nacido mortal en una de las peores cloacas del universo, medré; había sido bendecido con el privilegio de admirar el mas preciado secreto del consejo negro, pero incluso el permiso de los grandes antiguos no bastaba para mantenerme a salvo. Hay cosas aquí para las que la mente humana, en su evolución mas pura, no está preparada. Tuve que protegerme en los vestigios de esta búsqueda, padecí lo indecible, enloquecí Desde las alucinadas revelaciones del cosmos inabarcable contemplé lo sublime de la existencia, pero también descendí a sus infiernos, entre entidades de pensamiento y materia que me envolvieron en el caos de un llanto de placer y dolor eterno. Fui testigo de la ruptura del gran ciclo, los delirios que condujeron al colapso de la disformidad: el nacimiento de Slaannesh… contemplé el naciente resplandor de billones de mundos y vidas apagándose en una Supernova. Más brillante que mil soles, cegadora y abrasiva, el alumbramiento de un nuevo vástago del Caos. Mi psique colapsó, estuve perdido, pero me rehice… Desde alguna parte olvidada de mi conciencia trabaje en la arquitectura de una nueva consciencia, reconstruida de entre los retazos de mi existencia primigenia… desde un pensamiento a penas esbozado cuando el universo tan solo se había empezado a modelar. Y así vagué entre las infinitas galerías de la biblioteca. Fui uno con sus secretos, como un espectro arremolinado en el limbo del inmaterium. Arrancando a mordiscos el saber hermético que las garras de la élite codiciosa que los Eldars trataba de ocultarnos a toda costa.
Y así fue también como llegue al centro de La Biblioteca y supe de la sala capitular, donde los propios guardianes prefieren no aventurarse. Atravesada, como el corazón de un titán, por la escalera en espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. Sus formas no euclidianas desconciertan el mundo físico. Sus paredes espejadas duplican las apariencias de una suerte de suspensión en el vacío. Su luz procede de esferas flotantes que la derraman, insuficiente, incesante. Son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Desde el epicentro de la Torre Espectral, donde las emanaciones psíquicas de la telaraña tienen un efecto regenerador sobre el tejido y la psique humana, recuperé algo parecido a lo que había sido, pero me convertí en algo distinto… En algo mejor. Pues como todos los viajantes de la Biblioteca, he vivido muchas vidas para llegar hasta aquí; a donde he peregrinado en busca de un libro, acaso el catálogo de catálogos; porque yo afirmo que la Biblioteca es interminable, y que el libro de la noche es su culminación, pues abarca todas sus añoranzas y pesares. Es un contenedor del inmaterium, tan minúsculo comparado con su contenido, que languidece al borde de la implosión, custodiado por entidades que los propios Eldars no se atreven a nombrar. Allá dentro se escuchan susurros de enajenación, la muerte, el vacío, la nada.
Por fin había encontrado lo que tanto tiempo estuve buscando. Pero el testimonio del libro de la noche es misterioso y oscuro. Ese libro cíclico es Dios. Ese libro es todos los dioses. Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo. Pero yo estuve allí, y en nada semeja las cualidades del mundo material. Sus letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Es ahí donde reside su poder: la capacidad de conectar planos y mundos como un reflejo del propio texto. Basta decir que si el infinito tuviera una forma, ese libro seria su encarnación. En él se registran todas las posibles combinaciones de símbolos y estrellas, todo lo que es dable expresar: en todos los mundos probables, Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio de todas las creencias y la caída y el resurgir de todos los imperios, la versión de cada historia traducida en todas las conciencias, las interpolaciones y tratados que los antiguos pudieron transcribir (y no lo hicieron) las mitología olvidadas, de gestas y batallas y héroes de sabiduría perdida.
Al saber de su existencia, mi ingenuidad me ofreció la alegría del que cree haber encontrado todas las respuestas. Pero lo inaccesible de este tomo radica precisamente en nuestra incapacidad para abarcarlo. Es la ausencia total de sentido lo que comprime sus paginas entrelazadas de materia oscura en descomposición, la certeza de que los misterios se encadenan, cada enigma revelado destapa una infinidad de subsiguientes. Un ajedrez laberíntico que conduce a la locura.
A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún párrafo encerraba un precioso secreto que me conduciría a nuevas revelaciones… Me convertí en un adicto, advertí que los propios Eldars lo eran, depredadores de arte y de sapiencia. La certidumbre de que todo está escrito y puede ser compilado los anula o afantasma. Conozco distritos de la biblioteca en que los arlequines se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en violencia, han diezmado su entendimiento. Entienden tantas cosas que han olvidado que jamás entenderán el Todo. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que los miedos de los Eldars a su propia extinción están bien fundados.
No obstante, la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible y secreta, flotando a la deriva en el flujo incesante de la telaraña.
Los Eldars saben y entienden el cosmos en un sentido que supera con creces mis capacidades, pero no han aprendido nada. Más allá de su imperio estelar en decadencia, de la gloria que trajo su sabiduría, sin humildad parece no haberles servido de mucho. Me atrevo a suponer que las consecuencias de las atrocidades cometidas por los Purificadores en el despertar de Slaanesh aun siguen muy vivas en su recuerdo y han sido exageradas por el horror que provocaron. Los Eldars anhelan respuestas con fanatismo incesante…
Mientras sus buscadores invadían las galerías y pasillos de la biblioteca, mientras exhibían credenciales, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, casi ascético, a su búsqueda interminable y autocontemplativa del sentido último del universo tan solo sabían responder con la banalidad de su propia grandeza. Y yo reaccioné a su altanería reavivando mis antiguas convicciones…
Esta era pues, mi conclusión:
La biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Y Contra la opinión general de los Eldars, la omnipotencia de su propio delirio les impedía ver la consistencia de su laberinto. La idea, cristalizada en verdad suprema, de que toda pregunta conduce a nuevas preguntas…
Por mi parte, tenía la sensación de cabalgar en un laberinto interminable, algo que llegó a resultarme casi intolerable. Me dejé llevar por los caminos de la decadencia y mi retroceso en las investigaciones suscito contrariedad. Llamé la atención entre las sectas de arlequines, que sugirieron la cesación de mi búsqueda. Graciosamente fui perdonado, la peculiaridad de mi existencia era repulsivamente fascinante para mis observadores, que fueron condescendientes con mi presencia. Me había convertido en otro tomo. El hombre libro me llamaron. Ahora era una parte de su preciada colección y su genio despiadado me escrutó sin miramientos. Pero en una oscura parte de mi psique fragmentada; logré ocultarles mis anhelos. Pensaron ingeniuamente, que moriría allí dentro. Otro espectro de psique para su macabra colección de extravagancias. Pensaron que podrían relegar mi cadáver viviente a alguna sección de su circo de vanidad, pero se equivocaron, porque salí de allí engrandecido, con el libro de la noche en mi regazo, usurpado para la causa. Arrancado de los brazos de la telaraña para mayor gloria del emperador. Su artificio será necesario llegado el momento, yo maldigo a los Eldars y a su condenado orgullo. Estoy seguro que incluso su Dios sonriente torció el gesto al verme salir de allí con su más preciado tesoro.
Que me repudien, que persigan mi nombre a través de la galaxia, pero no moriré entre los muros de su amada biblioteca, a la que en un tiempo me unió el mismo apego que los consume…Mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita.
Pero antes, de las cenizas de mi cuerpo transmutado, del resplandor de la locura que me embarga. Resurgiré para sembrar las llamas de la revolución.
Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, el sueño que fue el Imperio se justifique.